5 cosas que tenés que saber del Día de los Muertos, la celebración más colorida del mundo – GENTE Online
 

5 cosas que tenés que saber del Día de los Muertos, la celebración más colorida del mundo, y cómo y dónde se celebra en Argentina

Entre flores naranjas, velas, música y papel picado, México honra la vida a través de la muerte. Este día combina tradición ancestral, arte popular y un mensaje universal: nadie se va del todo mientras siga siendo recordado. De qué manera se adapta en nuestro país.
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En el corazón de México, cada 1 y 2 de noviembre, los cementerios se llenan de vida. Familias enteras llegan con guitarras, guisos caseros y velas encendidas para recibir a quienes ya partieron. Es un reencuentro simbólico y profundo: los vivos comen, beben y bailan con la certeza de que, por una noche, los muertos regresan a casa.

La idea central no es negar la muerte, sino integrarla. En una sociedad acostumbrada al silencio frente a la pérdida, el Día de los Muertos ofrece otra mirada: la de celebrar lo vivido. Se canta, se ríe, se brinda. La tristeza se transforma en homenaje y la ausencia, en presencia.

Detrás de ese gesto hay una filosofía: el amor no termina cuando alguien muere. El recuerdo mantiene el vínculo, y ese vínculo se celebra con flores, tamales y papel de colores. Es una invitación a reconciliarse con la finitud y a mirar la muerte con ternura, no con miedo. Esta mirada ha cruzado el mundo e incluso en Argentina tiene su réplica. También ha llegado al cine con películas como Coco o El libro de la vida que le dan al universo colorido y festivo un tono animado.

El Día de los Muertos no habla de muerte: habla de vínculos. De la memoria como acto de resistencia frente al olvido. En tiempos donde todo parece efímero, detenerse a armar un altar o encender una vela es un gesto casi subversivo: el de agradecer.

El altar es un puente entre dos mundos

El altar es uno de los must del Dïa de los Muertos.

La ofrenda -ese altar que cada familia construye en su casa- es el corazón de la celebración. No se trata de decoración: cada elemento tiene una intención. El pan de muerto simboliza la generosidad, las velas guían el camino de las almas, el agua calma su sed después del largo viaje, y las calaveras recuerdan que todos compartimos el mismo destino.

Las fotos de los seres queridos ocupan el lugar más alto, acompañadas por sus comidas favoritas, cigarros, frutas y bebidas. Todo lo que alguna vez disfrutaron en vida se les ofrece como bienvenida. Es un gesto de amor doméstico, íntimo y poderoso. Una conversación entre mundos.

Montar un altar es un acto de memoria activa. No se hace para mirar hacia atrás con nostalgia, sino para agradecer lo compartido. Por eso los altares no son solemnes, sino que están llenos de color, aroma y música. Representan la continuidad, no la pérdida.

Las flores de cempasúchil son el alma del festejo

Altares coloridos para celebrar a los que partieron.

Su color es casi imposible de ignorar: un naranja encendido que parece absorber el sol. El cempasúchil, o “flor de los veinte pétalos”, es la guía de las almas. Según la tradición, su aroma dulce y penetrante indica el camino hacia el mundo de los vivos. Por eso se forman senderos de pétalos desde la puerta hasta el altar, para que los difuntos no se pierdan en su regreso.

En mercados y plazas de todo México, las montañas de cempasúchil marcan el comienzo de noviembre. Las manos que las venden las cultivan todo el año, sabiendo que son efímeras, que duran pocos días. Sin embargo, su belleza basta para llenar de color los cementerios y las calles.

No hay Día de los Muertos sin cempasúchil. Es la flor que traduce en color el espíritu de la celebración: vital, luminosa y profundamente humana. En Argentina algunas florerías ya comienzan a importarlas, y quienes no las consiguen las reemplazan con caléndulas o margaritas naranjas, porque lo importante no es la especie, sino la intención.

La Catrina: de crítica social a ícono global

La Catrina es el símbolo más icónico del Día de los Muertos.

Su origen fue una sátira. A principios del siglo XX, el grabador José Guadalupe Posada creó La Calavera Garbancera para burlarse de quienes despreciaban su herencia indígena. Años más tarde, Diego Rivera la inmortalizó en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central y le dio nombre: La Catrina. Así nació la figura elegante de la muerte mexicana.

Hoy la Catrina se multiplicó hasta volverse un símbolo universal. Maquillajes con flores, vestidos bordados, coronas y sombreros adornan las calles cada noviembre. Su presencia no asusta, embellece. Es la muerte con estilo, la ironía hecha arte, el recordatorio de que todos compartimos el mismo destino, sin jerarquías ni clases.

En Buenos Aires y otras ciudades del mundo, cada vez más personas adoptan su estética: esqueleto, color, glamour y respeto. La Catrina cruzó fronteras sin perder su espíritu original, de denunciar la vanidad y celebrar la igualdad que sólo la muerte puede garantizar.

Del ritual ancestral al fenómeno cultural

Coco, la película animada de Disney que universalizó el Día de los Muertos.

El Día de los Muertos nació mucho antes de la conquista española. Las culturas prehispánicas ya celebraban a los ancestros con comida, música y ofrendas. Con el paso de los siglos, esa herencia se mezcló con el calendario católico y dio lugar a la versión moderna que hoy conocemos: un híbrido entre rito y arte popular.

En 2008 la UNESCO declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y desde entonces su influencia crece cada año. Películas como Coco, de Disney, le dieron alcance global; las redes sociales convirtieron los altares en tendencia y hoy las ciudades del mundo organizan desfiles inspirados en la celebración mexicana.

En la Argentina, la fecha también gana terreno. Embajadas, centros culturales y comunidades latinoamericanas recrean altares y ferias. El atractivo es inmediato: la mezcla de belleza, emoción y ritualidad. Porque más allá de la geografía, todos necesitamos un modo de honrar a los que amamos.

Cómo y dónde se festeja en Argentina

El Día de los Muertos también se celebra en la Argentina.

En Buenos Aires, el ritual mexicano encontró su versión local. Espacios como el Centro Cultural Recoleta o la sede de la Embajada de México en Argentina se transforman cada 1º y 2 de noviembre en escenarios de ofrendas, música y arte. Allí se montan altares colectivos, se proyectan imágenes de la tradición y la comunidad se reúne para ser parte de un rito que, desde México, resuena en el corazón de la ciudad.

En el Norte argentino, la celebración se adapta al paisaje ancestral. Provincias como Jujuy o Salta la conocen como “Día de las Almas”. Allí entre el 1° y 2 de noviembre las mesas se llenan de panes con formas, frutas, flores y se visita el cementerio para compartir comida, historias y vigilia. En esos momentos, la frontera entre vivos y muertos se vuelve borrosa.

La clave está en la comunidad: no es un acto individual, sino una experiencia compartida. Amigos, vecinos, familias se juntan para montar el altar, preparar ofrendas y contarse historias de los que ya no están. En Argentina la tradición mexicana se adapta, se mezcla y se vuelve propia sin perder su raíz: es una suerte de abrazo colectivo donde el duelo se convierte en celebración.

Más que una fecha mexicana, se trata de una metáfora universal. La fiesta más colorida del mundo también es una de las más humanas: nos recuerda que amar es, también, saber despedir.



 
 

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