La investigación por el crimen de Diego Fernández Lima, desaparecido en 1984, comenzó con una llamada anónima al 911. Fue el 20 de mayo de este año, poco después de las 14, cuando un vecino de la avenida Congreso al 3700 observó desde su ventana cómo en la obra lindera sacaban huesos que parecían humanos.
En la llamada de alerta, que fue compartida por Clarín, el hombre consultó: “¿Qué se hace cuando uno está excavando y encuentra restos humanos?”. Aquella frase, que duró apenas segundos dentro de una comunicación de dos minutos y medio, marcó el inicio de uno de los casos policiales más impactantes de los últimos tiempos en Buenos Aires.
El hombre, que prefirió mantener su identidad en reserva, temía que los obreros descartaran los huesos para evitar demoras en la construcción de un edificio de diez pisos en el terreno donde alguna vez vivió Gustavo Cerati. Al llegar la Policía, el panorama fue aún más inquietante: los restos estaban acompañados por objetos personales que serían decisivos para la identificación de la víctima.
En la excavación aparecieron un reloj Casio con calculadora fabricado en 1982, un llavero naranja, un corbatín escolar, una moneda de 5 yenes y la suela de un calzado talle 41.

La familia de Diego Fernández Lima, que había desaparecido a los 15 años, reconoció de inmediato varios de estos elementos a través de las imágenes difundidas en los medios. Poco después, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) confirmó mediante análisis genéticos que los restos pertenecían al estudiante desaparecido.
La reconstrucción de los hechos llevó rápidamente a un nombre: Cristian Graf, dueño de la casa lindera, hoy de 58 años. Graf no era un desconocido para la víctima, ya que compartían la pasión por las motos y eran compañeros de escuela.

Su comportamiento durante la excavación levantó sospechas: según declaró uno de los obreros, “cuando estaban haciendo la medianera, Graf puso una silla y los miraba fijo. Lo noté inquieto, daba vueltas”. Ese detalle, sumado a la insistencia del dueño en que cuidaran un “bananero” plantado justo al lado de la tumba clandestina, alimentó las sospechas de la Fiscalía.
Para el fiscal Martín López Perrando, el hallazgo no deja dudas: Diego habría sido asesinado y enterrado en ese mismo terreno, a tan solo 800 metros de donde un testigo lo había visto por última vez. El paso del tiempo hizo que el homicidio prescribiera, pero Graf fue citado a indagatoria por encubrimiento agravado y sustracción de evidencias.
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