Entre árboles altísimos aparece un castillo de torres azules y rosadas que parece salido de una maqueta. A unos metros, un tren diminuto se pierde entre calles empedradas donde los bancos, el parlamento y la Casa de Gobierno fueron construidos a escala de un chico de diez años.
La República de los NIños es un lugar donde los más chicos pueden jugar a ser grandes entre edificios que simulan ser los espacios de toma de decisión o donde los adultos resuelven problemas diarios. Se trata de una joya no tan escondida que se erige en La Plata, es un secreto a voces que fue inspiración para recrear uno de los parques más emblemáticos del mundo: Disneyland, construido hace 74 años.
En el lago, un barco blanco refleja su silueta sobre el agua mientras los patos lo rodea como si fuera tripulación. Las postales son interminables: el predio tiene 53 hectáreas y nació como un experimento político y pedagógico en 1951.
Las historias se encargaron de agrandarlo: cuentan que Walt Disney lo visitó en sus años de esplendor y que de allí sacó ideas para levantar el problemo de sus parques. Lo cierto es que, más allá de la leyenda, este país en miniatura atravesó décadas de abandono y hoy vive un renacimiento. Edificios repintados, tren en marcha, barco restaurado y nuevas propuestas culturales que lo devuelven a la agenda turística
EL sueño peronista

La República de los Niños se inauguró el 26 de noviembre de 1951 durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón. Fue impulsada por la Fundación Eva Perón como un proyecto pedagógico y recreativo inédito. La idea era que los chicos pudieran aprender jugando a “ser grandes”, con instituciones, poderes del Estado, su propia moneda y hasta una Constitución. Una ciudad en miniatura donde la infancia tuviera, por primera vez, voz y voto.
Por dentro, la experiencia era impactante. El palacio de gobierno tenía escaleras de mármol, vitrales y balcones desde los que se podía mirar la plaza central. La Legislatura estaba equipada con bancas de madera donde los chicos se sentaban como legisladores. El banco emitía billetes propios que circulaban dentro del parque y el Palacio de Justicia permitía simular juicios con jueces, abogados y testigos. Había también un aeropuerto con torre de control y un puerto con barcos listos para zarpar. Todo estaba diseñado a escala infantil, pero con la solemnidad de una república real.
El proyecto no era solo recreativo: tenía un trasfondo político y pedagógico. Perón y Evita buscaban transmitir valores de ciudadanía, justicia social y participación democrática. Cada edificio representaba un poder o una institución y los chicos podían interactuar con ellos para aprender cómo funcionaba un Estado. Era un laboratorio de civismo, envuelto en estética de cuento europeo.
El impacto de su inauguración fue enorme. Delegaciones escolares de todo el país viajaban a La Plata para conocer el parque. En sus primeros años, la República fue símbolo de modernidad y orgullo nacional, un espacio que mostraba cómo la Argentina podía soñar a lo grande y ofrecer a su infancia un escenario único en el mundo.
El mito de Walt Disney en La Plata

En 1951 Walt Disney viajó a la Argentina. Pasó por Buenos Aires, visitó Mar del Plata y, según las versiones más repetidas, llegó hasta La Plata para conocer el parque recién inaugurado. Lo que vio allí lo fascinó: un país en miniatura donde los chicos podían jugar a ser adultos. La leyenda dice que se llevó notas, bocetos y fotografías que, años después, inspiraron la creación de Disneyland en California.
Aunque nunca lo confirmó públicamente, las coincidencias son difíciles de pasar por alto. La estética medieval, el castillo como emblema, el tren que recorre el predio y la lógica de un parque temático con eje en la infancia. Todo esto apareció en Disneyland pocos años después, en 1955. Para muchos, no se trata de casualidad sino de influencia directa.
El mito fue creciendo con el tiempo y se convirtió en parte de la identidad del parque. Para los platenses, contar que Walt Disney se inspiró en su ciudad es casi una tradición oral. Hay quienes aseguran que lo vieron recorrer el predio, maravillado por la propuesta. Otros relativizan la historia y creen que el vínculo fue más difuso. Lo cierto es que la conexión entre ambos parques es hoy parte inseparable de la narrativa de la República.
Más allá de cuánto haya de mito y cuánto de verdad, lo innegable es que la República de los Niños, que fue declarada Monumento Histórico Nacional, resultó pionera en su concepto. Fue el primer parque temático de Latinoamérica y uno de los primeros del mundo en diseñarse con una trama educativa. Que Disney lo haya conocido o no en detalle, poco cambia: su existencia ya es, de por sí, una rareza que pone a la Argentina en el mapa de la historia del entretenimiento global.
Entre el esplendor y el abandono

Con el paso de las décadas, la República atravesó ciclos de esplendor y de decadencia. Durante los 70 todavía mantenía el brillo de sus orígenes, pero a partir de los 80 empezó a mostrar grietas. Los edificios comenzaron a perder color, las cañerías se rompían, las filtraciones arruinaban techos y los juegos mecánicos quedaban fuera de funcionamiento.
En los 90 y los 2000, las imágenes eran desoladoras. El tren descarrilaba con frecuencia y terminó fuera de servicio. El barco del lago estuvo hundido durante años, cubierto de óxido. La laguna acumulaba residuos y el agua se volvía turbia. Las paredes del castillo se descascaraban y los vitrales estaban opacos. El abandono fue tan profundo que se hablaba de privatizaciones y de concesiones como única salida para mantener el predio abierto.
Los visitantes que llegaban en aquellos años solían llevarse la sensación de haber caminado por un parque fantasma. La magia se había apagado, y lo que alguna vez deslumbró al mundo se transformó en un recuerdo triste. La decadencia fue reflejada en crónicas y fotos que mostraban un espacio detenido en el tiempo, sin recursos ni mantenimiento.
Ese período dejó una marca en la memoria colectiva. Para muchos platenses, hablar de la República era hablar de lo que alguna vez fue y de lo que ya no existía. Un mito en ruinas que parecía condenado a la nostalgia, más que a la recuperación.
El presente: un parque en reconstrucción

Hoy la República de los Niños está en plena transformación. Tras décadas de abandono, la Municipalidad de La Plata inició un plan integral de restauración junto con la Universidad Nacional de La Plata y el Astillero Río Santiago. El objetivo es devolverle el esplendor original y actualizar sus propuestas pedagógicas.
Los trabajos incluyeron la reparación completa de los edificios del Centro Cívico: la Casa de Gobierno, la Legislatura y el Palacio de Justicia recuperaron techos, paredes, cañerías, baños y mobiliario. La locomotora Ruston volvió a funcionar después de un proceso de restauración profunda, que también alcanzó a los vagones y a las vías, reemplazadas con durmientes y tornillería nueva. El barco del lago fue rearmado pieza por pieza: se restauró la cubierta, se reforzó la estructura y se renovó el sistema eléctrico.
Además, se repintaron fachadas, se repararon muros, se recuperaron vitrales y se restauraron muebles históricos. Se incorporó un circuito cívico-educativo diseñado con Pakapaka, que invitaba a los chicos a reflexionar sobre derechos y participación ciudadana mientras recorrían el parque. En paralelo, el predio sumó ferias gastronómicas, shows culturales y talleres para toda la familia.
El cambio se nota en la experiencia del visitante. Donde antes había ruinas, hoy hay colores renovados. El tren pita y recorre el predio, el barco vuelve a navegar el lago y los chicos ocupan las bancas del parlamento en actividades educativas. El parque incluso cierra los lunes para realizar tareas de mantenimiento de manera constante, una decisión inédita en su historia. El renacimiento es evidente y la República recuperó la atención del turismo nacional.


