Sábado a la noche en el Distrito Federal. Hasta hace un momento, Fito Páez hizo delirar a sus fans dentro del Auditorio Nacional, recinto clave para cualquier artista que se precie de triunfar en México. Todos los sentidos apuntaban hacia el hombre del piano. Por eso, muy pocos fueron los que vieron a esa niña rubia de ojos enormes, vestida de verde, muy parecida al señor que se movía en el escenario. Margarita soportó estoicamente las tres horas de concierto de su famoso progenitor y, más aún, paseó sus orondos seis años por el backstage.
A su lado, la elegante Romina Ricci cumplía con discreta humildad y simpatía la misión de esposa amorosa y madre dedicada, pintando una escena familiar que hace vibrar al músico de 47 años. “Estamos viviendo un momento muy dulce. Después de tantos palos, ya tocaba una buena”, dirá Fito. Antes, con una copa de champagne y un paquete de Marlboro Light, se acercó y se entregó a la entrevista con GENTE. Y el punto de partida fue esa mala pasada que le jugó su voz cuando, en pleno concierto, lo abandonó mientras cantaba Esta tarde vi llover junto al mismísimo Armando Manzanero.
–Tendría que no haber hablado durante una semana, como hacen los cantantes de ópera.
–No, no. Me cuidé muchísimo, porque sabía del esfuerzo que requería. Lo que pasó fue que tuve muchos conciertos al aire libre, y bueno... Tampoco me quejo, pero hay que ajustar clavijas.
–Después de lo sucedido a Gustavo Cerati, gente como usted, como Andrés Calamaro, comenzaron a ser más frágiles ante la vista del público. Como si de pronto, de un día para el otro, pudiera perderlos.
–No, no hay de qué preocuparse. Lo de Gustavo fue mala suerte, o habrá algún aspecto genético.
–¿Usted cómo se siente?
–Muy bien, soy un hombre pleno: estoy grabando, criando hijos, escribiendo una novela y haciendo las cosas bien para poder durar. Porque después de los 40, para cualquiera, todo empieza a andar distinto. Soy consciente de que hay hábitos que tengo que enovar, porque quiero estar mucho tiempo al lado de la gente que amo.
–Bueno, pero nunca durará tanto como Charly, quien, según usted dijo, nos va a enterrar a todos...
–No, eso lo dije yo (risas). Bueno, no sé. Bukowski vivió hasta los 82 años. Lo que creo es que no hay leyes: uno tiene una vida, una forma de vivirla, y los años no están ligados solamente a los excesos. Lo que hace falta es saber el lugar privilegiado que uno ocupa y transitar esa circunstancia con alegría.
–Volvamos al concierto. Quería hacer un Auditorio y también quería llenarlo, con mucho o casi todo público mexicano.
–Sí, fue muy hermoso. A lo mejor también por eso los nervios pudieron haber jugado una mala pasada y producido algo de mi disfonía, aunque yo no estaba nervioso, de verdad. Y el público argentino que vas encontrando en los distintos países empuja mucho.
–Pero usted ya quebró esa barrera de cantar sólo para los compatriotas de la nostalgia.
–Eso está pasando en todos lados y es muy emocionante, porque te das cuenta de que tu música creó vínculos muy fuertes con otros públicos.
–Y cantan aquello de “dar es dar” con una tonada muy argentina.
–¡Sí! O Cadáver exquisito, que en México fue un hit y en la Argentina no tuvo suceso. Es muy complejo, porque toda la argentinidad está metida ahí adentro; en los textos se resume lo que pienso de mi país, y acá pegó mucho.
–Al contrario de Calamaro, que cantó el viernes pasado en el mismo escenario y le dedicó el concierto a Néstor Kirchner, usted no tuvo necesidad de mencionar esa circunstancia.
–Creo que eso es muy íntimo. Soy muy cauto y precavido en esos asuntos. Si pienso algo al respecto, me surge el desear que la gente que está alrededor de Cristina la contenga en este momento de gran dolor, para que ella pueda afrontar la dificilísima tarea de gobernar el país. No diría nada en un concierto, pero bueno, Andrés es Andrés y tampoco está mal.
–En un concierto pasan cosas y a usted lo que le pasa es mucho rock.
–Mirá: a veces me pongo a pensar en qué le pasa a un tipo que viene a mi concierto y escucha primero Folies Bergère, luego Un vestido y un amor y después Ciudad de pobres corazones. Creo que lo primero que se pregunta es: “¿Y este tipo quién es?”. La verdad es que ni yo sé quién soy. Quiero decir: en la banda hay una gran amplitud estética; podemos movernos con muchos repertorios diferentes, y cuando jugamos con un género más preciso, como podría ser el rock en Ciudad de pobres corazones, tiene que sonar potente y salvaje. Y así suena.
–Este “forzar la máquina” que casi lo deja sin voz, ¿fue para demostrarse algo a sí mismo, a esta edad madura, digamos?
–El escenario es un ámbito de gran franqueza, un lugar donde tenés que poner toda la verdad. Si en ese momento hay algo en tu cuerpo que no te permite expresar la verdad, debés recurrir a todos los recursos que quedan. Cuando en un escenario no hay verdad, no está pasando nada.
–¿Y qué sucede con el cine, con la novela que está escribiendo?
–Me gustaría tener más tiempo para hacer las cosas más ordenadas, pero hace muchos años que escribo las películas y compongo durante las giras. Mi plan es cambiar un poco el método y atacar cada actividad en forma más específica. Veremos...
–¿Qué ha significado la paternidad en su vida?
–Haber entrado en otra dimensión. Los hijos empiezan a mostrarte algo del mundo que vos no conocías, y en muchos casos te confirman cosas que defendiste toda tu vida. En otros, te dan una mirada insólita. No todo en la vida es el piano, las horas de escribir o estar con los amigos. Con los hijos vuelve la ternura, ves las rencillas entre hermanos, vuelven las cosas de la infancia, y eso te conmueve mucho.
-Y ahora ha vuelto con Romina. Usted siempre rodeándose de mujeres talentosas...
–Están todas locas (risas). Lo que puedo decir con respecto a eso es que soy muy afortunado. Ando por el mundo haciendo mi música, cuido de mis hijos, me considero un hombre de suerte. Estamos viviendo un momento muy dulce. Después de tantos palos, ya tocaba una buena. Y lo estoy disfrutando mucho.
Junto a Ricci, con quien compartió la gira mexicana, repleta de instantes emotivos. Después de las idas y vueltas, de nuevo juntos.
El Auditorio Nacional, el gran escenario del Distrito Federal mexicano y uno de los top en América latina, vibró con Páez. Compartió el show, entre otros, con un grande: el histórico Armando Manzanero (a quien Fito le hizo una reverencia y le besó la mano).
Otro motivo de alegría para Fito y Romina: la presencia de Margarita, de seis años, hija de ambos. Desde la platea, no se perdió detalle del show. Mientras, mami revisa las fotos que sacó.