El vértigo de la Fórmula 1 no parece suficiente para Kimi Andrea Antonelli. A sus 18 años, 6 meses y 19 días, el joven de Bologna se subió a un Mercedes en el Gran Premio de Australia, primera fecha del Mundial de la máxima categoría, marcando su ingreso a la historia como uno de los debutantes más jóvenes de todos los tiempos. Solo Max Verstappen y Lance Stroll lo superan en precocidad. Sin embargo, ningún otro lo hizo con semejante peso: defender el legado de Lewis Hamilton en una de las escuderías más dominantes de la era moderna.

Mientras otros pilotos de su edad apenas terminaban de aprender a afeitarse, Antonelli peleaba por puntos en la F.1. Y mientras firmaba autógrafos en Melbourne, al otro lado del mundo un correo electrónico le recordaba que tenía que entregar los trabajos prácticos de economía empresarial para el Instituto Salvemini.
Porque sí, Kimi Antonelli todavía está en el colegio. Y no en una institución de élite para deportistas de alto rendimiento, sino en una escuela pública de Casalecchio di Reno, en la región metropolitana de Bologna. Un lugar tan común que cuesta imaginar que de allí, en medio de pasillos anónimos y patios de recreo ruidosos, surgiera la próxima gran promesa de la Fórmula 1.
La vida de Antonelli es una coreografía imposible entre exámenes y circuitos. A diferencia de sus pares del paddock, su calendario no se llena solo de prácticas libres y reuniones con ingenieros. También debe encontrar espacio para leer apuntes que sus compañeros le envían por WhatsApp y estudiar temas que nunca escuchó explicar en vivo, porque el sistema de su escuela no permite conexiones remotas durante las clases.

En un mundo donde los prodigios deportivos suelen abandonar la educación formal en cuanto firman su primer contrato millonario, Antonelli desafía la lógica. No por una estrategia de marketing, ni por una imposición de Mercedes. Lo hace porque siente —y porque su madre insiste— que un diploma tiene tanto valor como un podio.
“Sería una pena dejarlo todo en el último año... Para ser honesto, no quiero hacerlo. Pero también sé que es importante", confesó en una entrevista con el podcast The Fast and The Curious con la sinceridad de quien sabe que una carrera deportiva, por más brillante que sea, no dura para siempre.
El desafío logístico es monumental. Las carreras lo llevan de un hemisferio a otro en cuestión de días, mientras los plazos escolares siguen corriendo. Materiales que llegan tarde, compañeros que tratan de resumir semanas de clases en notas apresuradas, profesores que cruzan correos electrónicos para buscar la forma de que pueda rendir los exámenes finales. No es casualidad que en el Instituto Salvemini todos, desde los docentes hasta sus compañeros, hagan fuerza por él. Porque ven en Kimi algo que la fama no ha contaminado: un compromiso genuino.

En su relación con las materias, Kimi Antonelli se muestra tan humano como cualquiera. La matemática, a pesar de su importancia en la F.1, es su mayor pesadilla. "Empiezas viendo números y luego ves letras. Y yo estoy como, 'Dios mío, ¿por qué estoy haciendo esto?'", reconoce entre risas. Una confesión que revela tanto como sus mejores tiempos de vuelta: sigue siendo un chico.
En cambio, el inglés es su fuerte -no sorprende, dado el entorno internacional de la Fórmula 1- y educación física es, como era previsible, su asignatura favorita. Allí puede correr, jugar, moverse. Hacer, en definitiva, lo que mejor sabe.
Durante estos años en los que llegar a la F.1 ha sido su objetivo principal participó en programas de alternancia escuela-trabajo, rindió exámenes, cumplió con las formalidades administrativas que otros en su posición habrían evitado con un simple certificado.

Pese a todo, para Kimi la escuela y la pista no son mundos aislados. Uno nutre al otro. Mientras analiza telemetrías y compite contra campeones, también estudia los fundamentos de una vida que no depende solo de la velocidad. Lleva libros en sus viajes, aprovecha vuelos largos para repasar apuntes, busca espacios entre sesiones de simulador y briefings técnicos para mantenerse al día.
Incluso ahora, cuando su nombre aparece en medios de todo el mundo, Antonelli continúa mandando calendarios con sus fechas de disponibilidad para programar las pruebas escolares. No hay dispensa automática. No hay atajos.
Kimi Andrea Antonelli no es solo el nuevo niño prodigio de la Fórmula 1. Es también el recordatorio de que, a veces, la grandeza no necesita marketing. Solo necesita una hoja en blanco, un sueño y la terquedad de no abandonar ninguna carrera, ni en la pista ni en la vida.