Lo que era un clamor se volvió una decisión oficial. Franco Colapinto, el piloto argentino que venía tocando la puerta de la Fórmula 1 con guantes puestos, al fin la abre. Y no como espectador ni reserva de emergencia: la abre para correr. Para correr de verdad. En cinco Grandes Premios consecutivos, en un Alpine A525 que tiene más interrogantes que certezas, pero que ya tiene una nueva historia que contar.

El equipo BWT Alpine F1 Team anunció este miércoles en la madrugada de la Argentina lo que muchos intuían desde Miami y lo que otros venían leyendo en la expresión corporal de Flavio Briatore desde antes: que a partir del Gran Premio de Emilia-Romaña del próximo 18 de mayo, Colapinto será titular junto a Pierre Gasly.
Lo hará al menos durante cinco fechas, incluyendo circuitos emblemáticos como Mónaco y España, además del viaje a Montreal y la exigente cita en Spielberg. Un bloque de carreras comprimido, técnico, de alto voltaje político y deportivo. Ideal para que Franco demuestre si está hecho para quedarse o si fue, como tantos otros, una promesa que no resistió el calendario europeo.
El comunicado es pulcro, diplomático, con esos giros que solo un departamento de prensa de Fórmula 1 puede redactar sin sonrojarse: "rotación de asiento", "evaluación del line-up", "maximizar nuestras ambiciones".
Pero lo que ocurre en el fondo es mucho más crudo. Jack Doohan fue apartado sin eufemismos. Se quedó sin el apoyo interno tras la salida de Oliver Oakes, quien hasta el martes era el máximo responsable de la escudería francesa, y, en un campeonato donde el auto no perdona errores ni dilaciones, su tiempo se agotó.
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Briatore fue claro. Brutal, como le gusta ser. “Con una grilla tan igualada como este año... nos hemos visto obligados a rotar nuestra alineación”. No hay espacio para sentimentalismos cuando el objetivo es 2026. Y con la presión cayendo como un yunque sobre Enstone, mover el avispero era inevitable.
Franco entra a escena con un contexto que combina riesgo y oportunidad. La escudería está en plena reestructuración, sin un director de equipo formal, con un proyecto técnico que arrastra frustraciones desde 2022 y con la necesidad de definir un rumbo antes del nuevo reglamento técnico. Correr ahora no garantiza continuidad, pero sí visibilidad. Y Colapinto, que ya mostró nivel en Williams en 2024, llega con una ventaja intangible: la fe ciega de los que creen que no está ahí por marketing, sino porque su pie derecho tiene talento de verdad.

El piloto argentino usará el número 43 en su auto, una cifra que no remite a glorias pasadas pero que desde ahora quedará anclada a su primera gran chance. Será el primer argentino en correr en Imola desde Gastón Mazzacane en 2000, y el primero en Mónaco desde el mismísimo Carlos Reutemann, si uno se permite el juego histórico. No son detalles menores cuando la narrativa nacional busca ídolos que se planten en la máxima categoría con algo más que buenas intenciones.
Franco no la tendrá fácil. Su compañero será Pierre Gasly, un piloto consolidado, con una victoria en su haber y un instinto de supervivencia propio de quien ha pasado por el purgatorio de Red Bull. El auto no es un prodigio aerodinámico ni un misil en línea recta, pero en manos adecuadas puede meterse en puntos. Justo lo que necesita Colapinto para convertir su presencia en argumento.
Colapinto lo sabe. “Va a ser muy intenso y resultará un gran desafío para todos”, declaró con la sobriedad de quien entiende el peso de lo que viene. No es menor que haya agradecido al equipo sin perder de vista su propio compromiso: entrenar, prepararse, asimilar simulador y datos como un ingeniero más. Estuvo en la fábrica, hizo los deberes. Y eso, en la Fórmula 1 moderna, vale tanto como una vuelta rápida en lluvia.

Imola será la primera estación. Un trazado angosto, de vieja escuela, que no perdona. Luego vendrá Mónaco, donde la clasificación vale más que el ritmo de carrera. Después, Barcelona, con sus curvas de alta y su espejo de pretemporada. Más tarde, Canadá y Austria, dos citas donde el clima, las estrategias y los errores ajenos pueden cambiarlo todo. Cinco pistas muy distintas para evaluar una sola pregunta: ¿es Franco Colapinto el piloto que Alpine necesita?
El comunicado también guarda un espacio para Doohan. No lo echan del todo, pero lo sientan en el banquillo con una sonrisa incómoda. Seguirá siendo el piloto reserva, un rol que ya conocía pero que ahora asume con otro sabor. “Ha actuado de manera muy profesional”, dicen. Y es cierto. Jack no hizo escándalo, no rompió contratos ni se bajó antes de tiempo. Pero en la F.1, la profesionalidad sin resultados es una virtud silenciosa que rara vez se premia.
El equipo francés necesitaba una sacudida. Lo de Oakes fue el principio. Lo de Colapinto es la segunda fase de un plan que tiene a Briatore como titiritero. El italiano volvió a escena no para figurar, sino para decidir. Y eso significa que cada piloto que suba al Alpine deberá no solo rendir, sino convencerlo a él. Y a los accionistas, y al consejo de Renault, y al paddock entero que espera ver si este equipo puede volver a ser algo más que un recuerdo de los tiempos dorados de Fernando Alonso.
Franco Colapinto tiene cinco carreras para hacerlo. Cinco domingos para convertir la expectativa en evidencia. Correrá con una presión inmensa, pero también con la certeza de que su momento llegó. Y en la Fórmula 1, esos momentos no se negocian: se aprovechan.
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