Enciclopedias: La aventura de aprender despacio, entre polvo y papel – GENTE Online
 

Enciclopedias: La aventura de aprender despacio, entre polvo y papel

Por qué las viejas enciclopedias pueden ser el mejor regalo de Navidad para que los más jóvenes exploren el mundo y adquieran el hábito de la lectura. Milagros entre bibliotecas.
Por: Fernando OZ
Actualidad
Por: Fernando OZ
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Un amigo de esos que se disfrazan de hombre de negocios —traje pulcro, apretón de manos firme y sonrisa de dentífrico— me abordó con una consulta solemne: ¿qué libro debería regalarle al sobrino de doce años para estas navidades? Resulta que se lo lleva unos días de vacaciones y quiere que el pibe lea dos horas diarias, una por la mañana y otra antes de dormir. Por respeto a su preocupación, reprimí la risa antes de advertirle que no logrará su loable misión en quince días, aunque esté debajo de una sombrilla en las costas uruguayas o en una cabaña al pie de las montañas mendocinas.

Estaba entusiasmado con la idea de amasar “un buen lector”. Envuelto en su verborragia, dijo que, tal vez, lo mejor era comprarle un eBook con algunas suscripciones y hasta se le ocurrió lo de los audiolibros. Porque, claro, no hay éxito moderno sin la esperanza de un atajo. Lo miré con esa piedad irónica reservada para quienes creen que los algoritmos pueden suplir la magia de una tarde subrayando páginas o la infancia sobre un diccionario abierto. La cuestión es que escuché a mi amigo hasta que le ofrecí una opción que lo desencajó: una enciclopedia.

Sí, una enciclopedia. Ese objeto macizo y un poco intimidante, con lomos gruesos y aroma a papel. Le recomendé la Enciclopedia Británica, entera, con los veintisiete tomos de la edición española. Le expliqué que era la más célebre, generalista del saber humano y que, pese a que se dejó de imprimir hace algunos años, se la puede conseguir en una librería sobre la Avenida Corrientes que se especializa en colecciones de todo tipo; también se encuentra en internet.

Hay otras enciclopedias que son muy buenas, como la Salvat, que tiene información completa, con referencias serias y suficientes ilustraciones. La francesa Grand Larousse, de reconocimiento global; la hispana Espasa, una obra monumental que fue un pilar de consulta durante el siglo XX; la alemana Brockhaus Enzyklopädie, una de las más completas en su lengua; o la italiana Treccani, también con gran número de volúmenes y prestigio.

Tuve la suerte de nacer en un departamento con bibliotecas y en una de ellas se encontraba una edición del Larousse: catorce tomos de historia universal, geografía, ciencia, artes y unas láminas a todo color que puedo sentir en las puntas de los dedos del niño que fui. En la casa de mi abuelo Renato tenía la Salvat de veintiocho tomos y unos cuarenta de la Espasa. En esas enciclopedias pasaba las tardes aislado de la lluvia y el frío, explorando el mundo. La escena es de otro tiempo: parado en puntas de pie, buscando en el tomo “F” por qué tal o cual cosa. Nada era inmediato, y en esa lentitud residía el milagro.

Con esa experiencia en la mochila de los recuerdos, me atreví a sugerirle que comprara una enciclopedia. Porque Wikipedia, los motores de búsqueda y la parafernalia de la instantaneidad digital son muy interesantes, pero están lejos de asemejarse a la aventura que implica buscar en un índice, como quien busca en un viejo mapa, y después se lanza a navegar por las páginas del tomo indicado. Internet podrá ser mucho más rápido que hojear volúmenes, menos pesado, más líquido. Google nos da una respuesta; la enciclopedia, con su morosidad, nos daba un universo.

Que no se engañe quien busca la formación de lectores en la prisa y la técnica; los buenos lectores se forjan en la paciencia y la incertidumbre, en el lento milagro de leer. Tal vez no todos los chicos de hoy se convertirán en bibliómanos ni sentirán amor por el polvo de la biblioteca. Pero el legado de la enciclopedia trasciende el papel: es la invitación a la curiosidad, al asombro, al pensamiento crítico. Abrir un tomo al azar, dejarse sorprender, cuestionar lo aprendido. Ese es el verdadero regalo; lo demás, puro trámite.



 
 

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