Detrás de los ojos tristes de Gordo hay recuerdos: el oso pardo mira a través de los barrotes de su jaula diminuta y se acuerda de cuando el suelo bajo sus garras no era cemento frío y un poco de heno, sino algo más parecido a la vida. Se acuerda del Zoológico de Batán, en Mar del Plata, donde nació hace dieciséis años, y de sus primeros tiempos en Luján, cuando llegó siendo apenas un cachorro y el encierro todavía tenía matices.
En esos recuerdos siempre aparece Florencia, la osa que fue su compañera de cautiverio. Con ella compartía el recinto y una rutina que, vista desde su presente claustrofóbico, parece un lujo lejano: juntos se metían en la pileta, giraban en el agua y jugaban a buscar premios sumergidos. Sus cuidadores de entonces decían que Gordo "era infalible para encontrar comida y que era dócil y juguetón".
Pero los recuerdos de este mamífero se enturbian al recordar cuando se quedó solo. "Desde el momento en que ella murió, hace ya varios años, nunca más volvió a tener una compañía", le relata a GENTE Luciana D'Abramo, la directora de Programas de Four Paws International, organización de bienestar animal que está trabajando para mejorar su presente y construir su futuro.

Nunca más volvió a ser el mismo
Quedarse solo lo estresó, y el estrés despertó la fuerza bruta de un animal que no sabía cómo canalizar esa angustia. Sin Florencia y sin estímulos, Gordo empezó a romper las instalaciones. "Se volvió bastante más agresivo y fuerte, y eso comenzó a representar un problema de seguridad para él y para los otros", explica D'Abramo sobre el punto de quiebre en su vida.
La "solución" del zoológico fue una condena: lo confinaron. Y al no tener un recinto exterior que fuese seguro, lo encerraron en uno interior y sin medir las consecuencias. "Lo pasaron a una jaula que es prácticamente como una de transporte de circo", describe la mujer que vio cientos de osos y espacios: "Fue muy doloroso ver a un animal tan grande y potente reducido a un espacio tan pequeñito", recuerda ella.
En esa misma jaula Gordo dejó de ser el oso que jugaba en el agua para convertirse en una sombra resignada de lo que alguna vez fue.

Pesa 350 kilos, pero su tamaño no es sinónimo de salud
"Mucha gente lo veía en los videos y me decía: 'Ah, pero no está flaco, está gordo, está bien'. Y ésa es una concepción completamente errónea", advierte D'Abramo, y explica: "Él hoy es pura grasa. No es un oso fibroso. Lo tocás y sentís que es todo tejido adiposo, no músculo, y eso no es bueno para el organismo".
Al respecto, el diagnóstico veterinario fue contundente: "obesidad severa" determinaron. Es que, para su estructura, y considerando que estamos en verano, "debería pesar unos 100 kilos menos".

Este sobrepeso es la consecuencia directa del sedentarismo forzado: al no tener espacio para caminar, correr o explorar, su cuerpo acumuló reservas que hoy juegan en contra de su salud articular.

Las marcas visibles del dolor
El encierro no sólo deformó su cuerpo, sino que también provocó heridas en su hocico.
En el chequeo realizado el 23 de octubre de 2025, los veterinarios de Four Paws confirmaron el peor de los temores: "Sus dientes se ven bastante lastimados porque estuvo mordiendo los barrotes de la jaula", compartió D'Abramo, invitando a que automáticamente pensemos en Gordo de madrugada, mientras nadie lo miraba, mordiendo en la oscuridad los barrotes bajo la luz de la luna esperando así encontrar su ansiada libertad y, por qué no, al fin algo de compañía en esa vida tan solitaria.

Cerezas para el alma y un pasaje de 12 mil kilómetros a Bulgaria
Desde septiembre -mes en que Four Paws asumió su tutela y comenzó a preparar el operativo de su traslado al santuario "Bear Sanctuary Belitsa", en Bulgaria-, algo cambió: no sólo comenzó a recibir visitas e higienizaron su espacio, sino que también tuvo su primera revisión médica en años y vio un cambio en su dieta.
"Le encanta comer frutas dulces, y su favorita absoluta son las cerezas", le dijeron a GENTE sus cuidadores, quienes también aseguraron que tiene un excelente apetito y que disfruta mucho de las batatas, el pescado y los huevos, alimentos que ahora recibe de forma balanceada para ayudarlo a bajar de peso.

La esperanza es que en la nieve y los bosques de Europa Gordo pueda hacer algo que su naturaleza le pide a gritos y que el encierro le negó: "Esperamos que recupere algunos de sus comportamientos naturales e incluso pueda hibernar", nos comparte Luciana mientras piensa en los otros habitantes de Belitsa, es decir, en los osos rescatados de circos, zoológicos y propietarios privados de distintos países que, en este mismo momento, están caminando entre árboles, mojando sus cuerpos en los estanques, excavando madrigueras y eligiendo si quieren ser vistos o no.
Si todo sale bien, Gordo será parte de la última generación de prisioneros del ex zoológico de Luján y quizás, en su primer invierno en libertad, pueda cerrar los ojos y soñar, ya no con el pasado que perdió, sino con la vida que finalmente recuperó, incluso quizá con alguna otra compañía cerca que le permita revivir sus momentos más felices.
Fotos: Gentileza Four Paws International
Agradecemos a Eva Kovacs y a Luciana D'Abramo

