En plena crisis del petróleo de los años ‘70, cuando los gigantes de Detroit buscaban desesperadamente respuestas a las nuevas demandas de eficiencia y tamaño, la American Motors Corporation se adelantó con un proyecto que parecía mirar al futuro. En 1975 lanzó el AMC Pacer, un compacto distinto a todo lo que se veía en las calles: redondeado, ancho, con ventanales envolventes y una estética que parecía sacada de una cápsula espacial.

El jefe de diseño Richard A. Teague había comenzado a trabajar en él en 1971, convencido de que la década traería un crecimiento en la demanda de vehículos más pequeños. Su idea era clara: ofrecer un coche de proporciones reducidas, pero con la amplitud y la sensación de espacio a la que los conductores estadounidenses estaban habituados. Para lograrlo, diseñó un habitáculo casi panorámico, con un exterior distintivo y una aerodinámica cuidada que rompía con la rigidez de los modelos de la época.
Antes incluso de su presentación, el presidente de la junta directiva de AMC, Roy D. Chapin Jr., advirtió que el Pacer no sería un modelo más. “Va a ser un coche visiblemente diferente, tal vez incluso controvertido… Es una idea que representa una transición entre lo que ha sido y lo que viene. El hoy frente al mañana”, describió con una sinceridad inusual.
La prensa especializada lo percibió en la misma dirección. La revista Mecánica Popular llegó a escribir que era “la primera vez en la historia de la industria estadounidense del automóvil que un fabricante ha dicho con antelación que un nuevo producto puede que a algunas personas no les guste”. Y tenían razón.
El Pacer era un auto arriesgado: medía como un compacto, pero era tan ancho como un gran sedán de lujo. Su interior era luminoso y amplio gracias a sus ventanales gigantescos: la superficie acristalada ocupaba el 37 por ciento del vehículo, unos 3,6 m², lo que representaba un 16 por ciento más que el promedio de los autos de pasajeros de la época. Esa “burbuja sobre ruedas” le valió el apodo de “auto espacial”, un mote que lo acompañaría por siempre.

El Pacer había sido concebido para albergar un motor rotativo Wankel, desarrollado bajo licencia de General Motors. Ese propulsor prometía más eficiencia en plena crisis energética, además de un rendimiento más suave y moderno. Pero GM canceló el proyecto antes de tiempo, y AMC debió recurrir a los motores tradicionales de seis cilindros en línea, primero, y V8 más tarde. El contraste era evidente: el auto del futuro terminaba dependiendo de mecánicas convencionales, poco económicas y con alto consumo.
El resultado fue que el Pacer no logró convencer al consumidor estadounidense. A pesar de su espacio, su comodidad y su propuesta innovadora, las ventas se desplomaron tras un inicio prometedor. Entre 1975 y 1980 apenas se fabricaron unas 280.000 unidades, una cifra baja para las expectativas de AMC. En su país de origen quedó marcado como uno de los grandes fracasos de la industria automotriz estadounidense.
En México, sin embargo, la historia fue diferente. Allí, el Pacer tuvo buena aceptación: su diseño llamativo y el espacio interior lo convirtieron en un modelo aspiracional, especialmente en un mercado menos rígido frente a la innovación estética.

El capítulo final de la historia del Pacer se escribió en los ‘90, cuando la comedia Wayne’s World (1992) lo convirtió en estrella de cine. Aquel Pacer azul con llamas naranjas en los laterales se volvió tan inolvidable como la escena del “Bohemian Rhapsody” que lo acompañaba. Fue el momento en que el fracaso comercial se transformó en ícono pop, alcanzando la categoría de auto de culto.
Hoy, el Pacer ocupa un lugar curioso en la memoria automotriz: fue un experimento que no supo conquistar a su público original, pero que ganó valor con el tiempo. Su diseño atrevido, sus ventanales desproporcionados y su propuesta adelantada a su época lo mantienen vivo como ejemplo de audacia… y también de lo caro que puede salir ser demasiado visionario.
En definitiva, el AMC Pacer es la prueba que no todos los fracasos terminan en el olvido: algunos encuentran su revancha en otro lugar, en otro país, o incluso en la pantalla grande.


