Como casi todo lo que lleva el mítico óvalo azul, el Ford Bronco nació por necesidad y se forjó con carácter. Fue, para muchos, el abuelo de los SUV modernos: un pionero que inspiró incontables imitaciones a lo largo de seis décadas.

El origen de este emblemático modelo se remonta a 1962 cuando Ford tomó una decisión estratégica que cambiaría para siempre la historia del off-road. La compañía comenzó una encuesta minuciosa entre propietarios de Jeep e International Harvester Scout para entender qué amaban y qué detestaban de sus vehículos. El diagnóstico, plasmado en un memorando interno fechado el 11 de julio de 1963, fue demoledor: “malas características de confort, conducción, ruido y vibración”, además de un tamaño y potencia que dejaban mucho que desear.
Aquella radiografía evidenciaba una brecha de mercado que Ford no estaba dispuesto a dejar pasar. El 23 de octubre de 1963, el Comité de Planificación de Producto recibió la recomendación de financiar el desarrollo de un nuevo utilitario, con un nombre en clave que más tarde se haría legendario: Bronco.
Una semana después, un nuevo documento llevaba un título tan críptico como ambicioso: “1966 GOAT”. GOAT no solo significaba Greatest of All Time (el mejor de todos los tiempos), sino que también aludía a la idea de un vehículo todoterreno capaz de llegar a cualquier sitio con la misma agilidad de una cabra montesa (Goat, en inglés).

El encargo cayó en manos de un equipo liderado por el diseñador McKinley Thompson, el primer afroamericano en ocupar ese rol dentro de Ford. Sus bocetos, fechados el 24 de julio de 1963, revelaban ya el ADN que el Bronco mantendría por décadas: carrocería cuadrada, faros redondos, dos puertas y una impronta robusta y funcional. Incluso la rueda de repuesto tenía un lugar destacado en el compartimento trasero.
Tras un año de revisiones, el proyecto cristalizó en un vehículo que, en palabras de Don Frey -el mismo hombre detrás del Mustang-—, “no era un coche convencional ni una camioneta, sino lo mejor de ambos mundos. Un vehículo capaz de servir como sedán familiar, roadster deportivo, quitanieves o herramienta agrícola. Diseñado para ir prácticamente a cualquier lugar y hacer prácticamente cualquier cosa”.

Así nació, en 1965, un mito que seis décadas después sigue siendo sinónimo de libertad y aventura. Originalmente se ofreció en tres versiones: Roadster (abierta), Sport Utility con caja de carga y Wagon cerrada con portón trasero. Todas con tracción integral, caja manual de tres marchas y motor de seis cilindros de 105 CV, con la opción de un V8 para quienes querían más potencia.
Hasta 1973, el Bronco cambió poco, salvo por la incorporación de dirección asistida y transmisión automática. En 1978, se rediseñó por completo sobre la plataforma de la serie F, con carrocería más larga y ancha para mayor confort, y dos opciones de motor V8. Era un todoterreno de alto nivel, pero también cómodo en ruta.

Entre 1980 y 1986, se volvió más compacto y eficiente, respondiendo a las crisis petroleras. En 1983 llegó el Bronco II, basado en la Ford Ranger, que se mantuvo hasta 1990 antes de dejar lugar al Explorer.
En 1996, tras 31 años y casi 1,15 millones de unidades producidas, el Bronco se despidió. Los gustos del público se inclinaban por SUVs más grandes y de cuatro puertas, como el nuevo Expedition, que tomó su lugar.
En 2021, después de 25 años de ausencia, Ford volvió a poner en la línea de montaje el nombre Bronco. No fue un simple relanzamiento: fue la resurrección de un mito que había quedado grabado en la memoria colectiva de varias generaciones.
Desde su regreso, el nuevo Bronco volvió a ocupar un lugar privilegiado en el corazón de quienes asocian las cuatro ruedas con la libertad, la aventura y ese impulso casi instintivo de ir más allá del camino trazado.
Hoy, como hace seis décadas, es un guiño a los que creen que todavía hay horizontes por descubrir, rutas por inventar y territorios que solo se conquistan con coraje… y con un Bronco bajo los pies.


