En la historia del automovilismo norteamericano hay marcas que dejaron huella más allá de sus cifras de producción. Hudson fue una de ellas. En la primera mitad de la década del ’50, los autos de la compañía dominaron en NASCAR, la categoría más popular de Estados Unidos, con una contundencia que aún hoy sorprende: 78 victorias entre 1951 y 1954. Además, los títulos consecutivos de Herb Thomas (1951 y 1953) y Tim Flock (1952) consolidaron su imagen de marca ligada a la performance y abrieron un espacio que pocos rivales pudieron ocupar.

En 1952, Hudson decidió llevar esa reputación de las pistas a la calle con un catálogo de opciones de alto rendimiento. Fue el debut del Wasp, construido sobre la plataforma de corto entre ejes y con el inconfundible diseño “step-down” que bajaba el centro de gravedad del vehículo.
La propuesta no se limitaba a la carrocería: además del motor de seis cilindros en línea con 127 caballos, se ofrecía la transmisión automática Hydra-Matic por un sobreprecio de apenas 175 dólares, además de otras mejoras técnicas.
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Dentro de esta gama, el Hudson Wasp Two-Door Brougham de 1952 se convirtió en un ejemplar especial. Y fue precisamente este conjunto lo que atrajo la atención del actor Steve McQueen, un apasionado de las motos, los autos y cualquier cosa que pudiese acelerar a fondo.
Tan feliz estaba con su Hudson, que McQueen lo incorporó a su vida cotidiana en sus paseos domingueros por Santa Paula, en California, y hasta lo usaba para ir a buscar a sus hijos al colegio. Las imágenes de McQueen junto al Hudson en el hangar del aeropuerto local dan testimonio de esa relación íntima. Allí guardaba parte de su colección y hasta vivió durante dos años mientras remodelaba su casa.

El Wasp no era un deportivo europeo ni un prototipo de Le Mans, pero su mezcla de elegancia, comodidad y herencia de NASCAR lo convertía en un auto diferente. Un cruiser con carácter, perfecto para recorrer distancias cortas sin renunciar al estilo.
Tras el fallecimiento de McQueen en 1980, el Wasp formó parte de la subasta de su patrimonio en noviembre de 1984. Listado en el catálogo como “muy buen estado general”, pasó de mano en mano hasta que en 2006 lo adquirió el Petersen Automotive Museum de Los Ángeles. Desde entonces se mostró en exhibiciones dedicadas al actor, como el Steve McQueen Car and Motorcycle Show de 2013 o el Friends of Steve McQueen Show de 2015.
Hoy, después de casi dos décadas en el Petersen, el Hudson vuelve al mercado. Con apoco más de 100.000 kilómetros en el odómetro, la mayoría de su pintura e interior originales y el motor reconstruido conservando sus especificaciones de época, este ejemplar es un testimonio genuino de la época dorada de Hudson y de la faceta más íntima de McQueen.

Durante sus primeros años de fama, McQueen se rodeó de autos europeos exclusivos: Ferraris, Porsches y hasta un Jaguar XKSS. Pero en su madurez buscó algo distinto. El Hudson Wasp, con líneas limpias, techo bajo y el aura de un campeón de NASCAR, representaba una versión más sencilla pero no menos auténtica de la cultura automotriz. Era, en palabras del propio actor, uno de esos “goodies” que se ganan con esfuerzo.
Con este Wasp, McQueen demostró que no hacía falta un Cavallino Rampante para disfrutar de la conducción. Bastaba un auto estadounidense bien construido, con carácter, y con la dosis justa de exclusividad.

