En los últimos años, la industria automotriz empezó a escribir un capítulo inesperado: el renacimiento de firmas europeas casi olvidadas gracias al capital chino. Lo que parecía una tendencia marginal terminó convirtiéndose en una estrategia clara y agresiva. China, con una industria consolidada y recursos prácticamente inagotables, busca nombres con historia, prestigio y arraigo emocional en Occidente para construir su presencia global. Y en esa lista creciente, donde ya figuran MG, Ebro, Santana, Borgward, De Tomaso y Lotus, aparece un apellido que, hasta hace poco, parecía destinado a desaparecer: Isdera.

El patrón se repite: China aporta músculo financiero y tecnología; la marca europea aporta linaje, identidad y reconocimiento emocional. En ese contexto, Isdera encaja como una pieza perfecta. Una marca microscópica, mítica y culturalmente potente, cuyo valor simbólico supera con creces su capacidad de producción. Y ahora, bajo la propiedad del conglomerado asiático Xinghui Automotive Technology, su nombre vuelve a sonar con fuerza.
Isdera nunca fue una automotriz convencional. Fue, desde su origen, el proyecto personal de un obsesivo: Eberhard Schulz, ingeniero que trabajó para Porsche y Mercedes-Benz antes de fundar su propia empresa en 1983. Su idea era tan simple como radical: fabricar deportivos artesanales, extremadamente limitados y con soluciones técnicas que nadie más se animaba a explorar.
El primer resultado fueron los Spyder e Imperator, ambos basados en el prototipo Mercedes CW311. No eran reinterpretaciones; eran evoluciones hechas con la libertad de quien no le rinde cuentas a corporaciones. Montaban motores V8 de Mercedes y su producción total apenas alcanzó las 30 unidades. Una rareza absoluta incluso para los estándares del mercado europeo de los ’80.
Lo que separó a Isdera del resto fue el modo de construir autos: con calma, con una estética distinta, con decisiones que privilegiaban la personalidad antes que la eficiencia o la velocidad. Por eso se volvió un objeto de culto entre diseñadores y entusiastas, aunque su nombre apenas circulara fuera del ambiente especializado.

A mediados de los ’90, Schulz dio forma a la obra maestra de la marca: el Commendatore 112i, equipado con un motor V12 y producido en una sola unidad. Esa exclusividad casi absurda podría haber condenado al modelo al anonimato eterno… hasta que ocurrió algo que nadie imaginaba: el auto apareció en el videojuego Need For Speed II de 1997.
Para toda una generación de millennials, Isdera dejó de ser una firma artesanal alemana para convertirse en “ese auto imposible que aparecía en el juego”. Sin marketing, sin campañas, sin concesionarios, la marca ingresó en la cultura pop digital. Un fenómeno raro, casi accidental, que terminó siendo su mayor legado.
Décadas después, ya sin Schulz al frente, Isdera intentó un renacer inesperado gracias al apoyo económico chino. En 2018 presentó en el Salón de Shanghái el Commendatore GT, un deportivo eléctrico 2+2 desarrollado junto a WM Motors. El modelo proponía más de 800 caballos, 1.060 Nm, tracción total y una arquitectura de 800 voltios, con una autonomía estimada en 500 kilómetros. Técnicamente, era un salto enorme para una marca de producción artesanal.

Sin embargo, solo se fabricaron dos prototipos y el proyecto nunca llegó a comercializarse. Isdera sobrevivió unos años más como empresa de ingeniería hasta que, el pasado 11 de abril de 2025, el tribunal de Saarbrücken confirmó su bancarrota tras más de cuatro décadas de historia.
Lo que parecía ser el final definitivo dio un giro cuando se conoció que el nombre Isdera pertenece hoy al conglomerado chino Xinghui Automotive Technology, que en 2024 inauguró un amplio centro de investigación y desarrollo en suelo asiático. No es casual: China lleva años fortaleciendo su industria premium y sabe que un nombre europeo, por pequeño que sea, tiene un valor simbólico que ninguna marca nueva puede inventar.
Ese resurgimiento silencioso se manifestó primero en un ejercicio estético: el Imperator Concept, un homenaje moderno al clásico Imperator original. Y aunque no se publicaron detalles técnicos, fue suficiente para demostrar que la marca, al menos en papel, sigue viva.
Desde entonces comenzaron a circular versiones -todavía sin confirmación oficial- sobre nuevos proyectos internos que buscarían posicionar a Isdera dentro del segmento de deportivos boutique, ese mismo espacio donde alguna vez brilló con sus producciones ultralimitadas.
Si finalmente la firma alemana regresa con nuevos modelos -sean eléctricos, híbridos o de combustión-, su impacto excederá lo comercial. Será el regreso de un nombre que no buscó volumen ni mercado, sino identidad. Y eso, en tiempos de homogeneización, vale más que nunca.
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