El 6 de febrero de 2018, el cielo se convirtió en pista de pruebas para uno de los experimentos más excéntricos y comentados de la historia reciente: Elon Musk, el empresario detrás de Tesla y SpaceX, decidió enviar un auto eléctrico al espacio. No cualquier auto, sino un Tesla Roadster rojo cereza, y no cualquier piloto, sino un maniquí con traje de astronauta al que bautizaron Starman, en homenaje a David Bowie.

La escena parecía salida de una película de ciencia ficción: el vehículo partiendo desde Florida a bordo del cohete Falcon Heavy, con la canción Space Oddity sonando en bucle y un guiño más para los fanáticos de la cultura pop: en la guantera viajaban un mini Tesla Hot Wheels y un ejemplar de La Guía del Autoestopista Galáctico de Douglas Adams, con la frase “Don’t Panic” grabada en el tablero.
Lo que comenzó como un golpe maestro de marketing para unir sus dos imperios -el automovilístico y el espacial- se transformó en un viaje interplanetario que ya acumula más de siete años y medio. El Roadster ha recorrido 6.004 millones de kilómetros, equivalentes a dar casi 93 vueltas a todas las carreteras del planeta, y ha completado cerca de cinco órbitas alrededor del Sol.

En este preciso instante, el vehículo se encuentra a 280,9 millones de kilómetros de la Tierra, acercándose a una velocidad de 14.264 km/h, y a 339,1 millones de kilómetros de Marte, rumbo al planeta rojo a más de 57.000 km/h. Del Sol lo separan 155,7 millones de kilómetros. Todo este periplo lo ha hecho muy por encima del límite de su garantía original de 36.000 millas (58.000 kilómetros)… unas 103.646 veces.
El propio Musk ha dicho que su intención no era simplemente sorprender, sino dejar un rastro para el futuro. Cree que, cuando la humanidad habite otros planetas, los descendientes de esta generación podrán “sacar a dar una vuelta” al Roadster o exhibirlo como una reliquia en un museo interplanetario.

¿Una fantasía imposible? Tal vez. Pero mientras tanto, Starman sigue su viaje silencioso, sin fecha de llegada y con Bowie sonando en un vacío donde no hay nadie para escucharlo. Un experimento a medio camino entre la épica tecnológica y la poesía espacial… con la incertidumbre latente de que, en cualquier momento, pueda volver a casa sin previo aviso...
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