Durante los primeros años del siglo XXI, la industria automotriz estadounidense vivía una crisis existencial. Los grandes fabricantes, atrapados entre la presión de innovar y el miedo al ridículo, parecían dispuestos a arriesgarlo todo en nombre de la originalidad. En ese clima de decisiones apresuradas y objetivos corporativos internos, nació uno de los autos más polémicos y menos comprendidos de la historia reciente: el Pontiac Aztek.

Entre 2000 y 2005, la desaparecida división Pontiac de General Motors intentó conquistar al público joven con un vehículo “multifuncional”, de líneas rupturistas y espíritu aventurero. El Aztek no se presentaba como un simple SUV, sino como “el vehículo más versátil del planeta”, un título tan ambicioso como poco realista. La promesa era tentadora: amplio espacio interior, configuración adaptable y hasta la posibilidad de transformarlo en una mini casa rodante equipada con compresor de aire, soportes para bicicletas o tablas de snowboard y una tienda de campaña integrada.
Pero lo que sonaba bien en el PowerPoint de marketing, chocó brutalmente con la realidad cuando el auto vio la luz en el Salón del Automóvil de Detroit del 2000. Los presentes no daban crédito. El diseño del Aztek, con su carrocería de líneas angulosas, su extraña parrilla partida y su trasero inclinado, provocó desde asombro hasta burlas abiertas.
El origen del Aztek es, en parte, una radiografía de cómo las grandes corporaciones pueden perder el contacto con el mercado. El proyecto se cocinó en un ambiente de complacencia interna y objetivos mal definidos.
En ese momento, GM enfrentaba críticas por su falta de innovación. La respuesta fue forzar la originalidad a toda costa. El problema: la radicalidad no estaba pensada para los clientes, sino para las métricas internas de satisfacción de los jefes.

Los estudios de mercado iniciales no auguraban nada bueno. Los grupos de prueba, esos espacios donde se mide la primera impresión del consumidor, devolvían señales de alarma. Pero en GM decidieron ignorarlas.
El encargado del diseño fue Tom Peters, quien tiempo después se redimiría liderando proyectos mucho más exitosos como el Chevrolet Corvette de séptima y octava generación, y el Camaro moderno. Pero en 2000, su criatura era el Aztek, un híbrido entre SUV, crossover y concept car que nadie pidió.
Más allá de su estilo polémico, el Aztek no era técnicamente un mal producto. Debajo del capó se escondía un motor V6 de 3,4 litros y 185 caballos de fuerza, heredado de otros modelos de GM. Su tracción podía ser simple o integral, y su interior, efectivamente, ofrecía una modularidad inédita para la época. Incluso ganó elogios por su practicidad en viajes y su equipamiento.

Sin embargo, había dos problemas imposibles de ignorar: su diseño y su precio. Enfocado en un público joven y aventurero, el Aztek costaba 22.000 dólares, un valor demasiado elevado para su target principal. Las expectativas de GM eran vender 75.000 unidades al año, pero durante todo el ciclo de vida apenas superaron las 120.000.
Las críticas no se hicieron esperar. En 2007, la revista Time lo incluyó entre los 50 peores autos de la historia. Tres años más tarde, lo coronó entre los 50 peores inventos. El sitio especializado Edmunds.com lo ubicó en el primer lugar de su lista de los 100 peores autos de todos los tiempos.
Cuando parecía condenado al olvido y al desprecio generalizado, el Aztek encontró un inesperado camino hacia la redención cultural. En 2008, el personaje de Walter White, interpretado por Bryan Cranston en la aclamada serie Breaking Bad, apareció al volante de un Pontiac Aztek color verde oliva.

La elección no fue casual. Los creadores de la serie buscaban un vehículo que representara la mediocridad y la vida gris del protagonista, un profesor de química convertido en narcotraficante. El Aztek, con su fama de fracaso y su estética peculiar, encajaba a la perfección.
Curiosamente, ese golpe de suerte le dio al modelo una nueva vida en el imaginario colectivo. Lo que antes era sinónimo de mal diseño, pasó a ser objeto de culto entre los fanáticos de la serie. Hoy, algunos ejemplares bien conservados del Aztek pueden alcanzar precios que rozan los 15.000 dólares, impulsados por su rol televisivo.
Más de dos décadas después de su aparición, el Aztek sigue siendo un ejemplo de cómo las empresas pueden perder el rumbo cuando priorizan los indicadores internos por sobre la opinión del consumidor. También dejó en claro que, en el mundo automotor, el diseño sigue siendo el factor más visceral y determinante a la hora de conquistar —o espantar— al público.
General Motors aprendió la lección y Pontiac, su división, no sobrevivió mucho tiempo más: cerró definitivamente en 2010, arrastrada por años de decisiones erráticas y modelos fallidos. Aun así, el Pontiac Aztek, con sus defectos, su audacia y su lugar en la cultura pop, terminó consiguiendo lo que quizás siempre buscó: ser inolvidable.