Desde que Franco Colapinto llegó a la vida de los argentinos muchas cosas cambiaron: el automovilismo subió al podio de los deportes televisados, las alarmas comenzaron a sonar en toda la república de madrugada sólo para verlo correr, los fans del automovilismo -que venían adormilados- comenzaron a dar cátedra, y el interés por lo que sucede detrás de las pistas aumentó a toda velocidad.
Sin embargo, detrás de ese fenómeno, hay una historia personal de renuncias y adaptación que pocos conocen en profundidad. Porque, para llegar a ocupar una de las veinte butacas más codiciadas del mundo antes de cumplir los 22 años, Franco tuvo que dejar su familia, sus amigos y su vida de lado para irse a Europa y allí, vuelta tras vuelta, construyó su sinuoso camino.
Y ahora, mientras muchos se preguntan ¿qué pasa por la cabeza de un chico que maneja a 300 kilómetros por hora?, esa intimidad sale a la luz en Soy Franco. La carrera empieza con un sueño (Aguilar), el libro donde el pilarense se quita el traje ignífugo y relata en primera persona el vértigo de pasar del anonimato a ser una estrella global.
Lejos de la frialdad técnica, Colapinto se anima a hablar en sus propias palabras de salud mental, del miedo a fallar y de la extraña sensación de estar rodeado de multitudes pero sentirse un extraño.

A continuación, y en exclusiva para este medio, un fragmento del capítulo titulado "Poder de adaptación", en el que Franco relata el impacto de llegar a la Fórmula 1, la pérdida del anonimato y la batalla psicológica detrás del glamour.
De puño y letra de Franco Colapinto, un fragmento del libro Soy Franco. La carrera empieza con un sueño
"Cuando estás donde siempre soñaste estar, te das cuenta de algo por primera vez: es un lugar difícil. Año tras año estuviste trabajando para llegar, para convertir ese sueño que empezó en la infancia en una realidad, para que tu pasión ocupara cada segundo de tu vida. Se volvió un target, un objetivo, y está cada vez más cerca. ¿Sentiste esa emoción de estar tan cerca? Ojalá la sientas en lo que sea tu vocación -comienza contando en primera persona, y así continúa...
Estuviste preparándote tanto tiempo, año tras año, y cuando lo alcanzás te das cuenta de que es apenas el comienzo. Es como subirte a la F1 cuando estás corriendo en la F2 y algo se te revela: tu sueño está más cada vez más cerca, casi que podrías estirar el brazo y tocarlo.
El desafío es constante. En esto no hay llegada plena, no hay bandera a cuadros. Hasta cuando subís al podio, querés más, un poco más. El próximo podio.
Quien dice que ya está tiene el motor apagado.

Lo primero que aprendí fue que yo quería correr en la F1, no ser famoso. Ya no puedo ir al patio de comidas de un shopping, pedir una hamburguesa y enchastrarme con el queso derretido: hay cientos de celulares encendidos alrededor, enfocándome (Sí, no te rías).
Me encontré con un mundo de mucha exposición y de presiones exponenciales. Casi como en una largada, cuando la frecuencia cardíaca llega a doscientas pulsaciones por minuto. Todo te demanda un entrenamiento de cuerpo, de corazón y de cabeza, que es como tener en muy buen estado los músculos, las emociones y tu capacidad de pensar. Todo al mismo tiempo. Todo en perfectas condiciones. Pero también encontré particularidades de otras culturas que me dieron vuelta la cabeza, fueron un gran aprendizaje. No me olvido jamás de los fans de Singapur: eran tan educados que me pedían permiso para tomarse una foto conmigo. En muchos lugares, recibí tantos regalos, incluso hasta cosas hechas a mano, que dejé ropa mía para poder llevármelos en la valija.
Cuando llegás, te das cuenta de que hay muchas más cosas alrededor: prensa, sponsors, marketing, tus obligaciones con el equipo... Hay tanto ruido y no todo se trata de manejar. Es difícil mantenerse hermético, protegido, distante de todo ese ruido, no perder el foco. Lo psicológico es un factor súper importante, fundamental. Trabajé mucho en eso desde chico, desde que corría en karting, y fue la gran ayuda para poder vivir afuera, a la hora de atravesar momentos difíciles. Porque quizá venía muy bien y en un fin de semana no me fue tan bien, y los objetivos planteados para el año, cuando hay altibajos, se empiezan a ver un poco más lejos.
Aunque no lo recuerdes todo el tiempo, aunque no se haya convertido en un pensamiento constante, está incluso en tu inconsciente. Son momentos en los que viene algo como una depresión (medio que asusta la palabra, no sé si es la mejor). Llega el miedo de no llegar (ahora sí: es exactamente eso).
Aparece una pregunta que inquieta: ¿y si quiero pero no puedo?

En la F1, gana uno solo entre veinte. Se sabe que así es el juego de este deporte desde el primer y único momento en que hay un lugar disponible y te dicen que vas a ocuparlo. Es tuyo. Aparece la conciencia plena del enorme privilegio tanto como del enorme desafío.
Como bien dice María Catarineu, mi manager junto con Jamie Walter-Campbell, somos rookies. Somos recién llegados en comparación con otros que hace mucho están. Recién llegados a este mundo en el que un piloto va hacia su auto, concentrado en su plan de carrera, enfocado en el circuito, mientras miles de fans están ahí nomás, a pasos, demostrando todo su entusiasmo (los quiero, fans, ¡no dejen de estar!).
Cuando llegué a la F1 no había muchos rookies. Me sentía como el nuevo del colegio al que nadie le daba bola. En la primera Drivers Parade, ese desfile para que los fans vean a todos los pilotos, nadie me hablaba. Me tuve que ganar un lugar. (Dicen mamá, Martu, mis tías, mi abuela y mis mejores amigos que fue por mi personalidad y sentido del humor. Ja).
Estamos en lo que se conoce como el gran circo de la F1, y todo cambia drásticamente. Eso que ha sido y sigue siendo tu pasión contra viento y marea se ha convertido, en su más alto nivel, en un negocio fabuloso, un negocio donde se mueven cantidades de dinero como en un mundial de fútbol, pero todo está concentrado en un fin de semana.
Fue muy fuerte para mí el encuentro con ese mundo soñado y deseado. Imaginate, yo soy superaustero, me negué durante mucho tiempo a usar la tarjeta de crédito que me habían dado mis padres para manejarme con comodidad en Europa. Entonces juntaba monedas (sí, un delirante, lo admito). Hasta quise pagar alguna vez un depósito en un hotel con monedas y, obvio, no aceptaron. Por suerte, estaba a mi lado el querido Ferdinand (Habsburg, su compañero de la agencia de representación de pilotos Bullet Sports Management), y me sacó del apuro" -cierra Franco este adelante.
Dos libros, una misma pasión
Soy Franco. La carrera empieza con un sueño es el debut editorial de Colapinto. En 128 páginas, el piloto reconstruye su recorrido: los primeros años entre motores, los campeonatos de karting, el salto a Europa, las categorías formativas y el desembarco en la F1.
El libro combina anécdotas de pista con reflexiones sobre el miedo, la fe, el trabajo en equipo y la gestión de la presión en la élite del deporte.

En paralelo, Franco también les habla a los más chicos en Nací para correr. Mi camino hacia la Fórmula 1, un libro ilustrado pensado para lectores a partir de 9 años, publicado por Montena. Allí, con lenguaje cercano y mucha aventura, cuenta su historia para inspirar a nuevas generaciones de fans de los autos y de los sueños grandes.

"El sueño, cuanto más grande, más compromiso te pide. El camino siempre es largo, y no es una línea recta", reflexiona Franco. Con una madurez impropia de sus 21 años, estas páginas funcionan como la hoja de ruta para entender al ídolo que hoy lleva la bandera argentina a 300 kilómetros por hora.
Agradecemos a Cecilia Larrañaga de Penguin Random House y a Jenkpress
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