Daniel Rossi tiene 54 años y vive hoy en Capitán Sarmiento, el pueblo bonaerense donde nació. Lejos de las pasarelas internacionales, del vértigo de Nueva York, de las fiestas de moda y de los sets de filmación, su vida hoy es otra. Más lenta, más humilde, más consciente. Pero también es la vida de un hombre que atravesó experiencias extraordinarias, que conoció el brillo enceguedor de la cima y también lo más oscuro en pleno derrumbe, que amó a una de las mujeres más famosas del mundo y que sobrevivió a las adicciones. Que se recuperó y hoy ayuda a otros porque sabe "lo difícil que es salir solo".
Actualmente el exsupermodelo internacional –fichado en una playa de Miami en los 90– está escribiendo sus memorias, reconstruyendo su casa y, básicamente, a sí mismo. Incluso reescribiendo su vínculo con su hija de 18 años, fruto de su relación más estable (Ilona). Su historia, contada en primera persona ante GENTE, es un ejemplo de que la resiliencia no siempre nace en medio de la victoria: muchas veces se construye entre los restos de lo que pudo haber sido.
De niño de campo a supermodelo internacional: un buscavidas argento que triunfó (y perdió todo)
Rossi creció en el campo, en medio de rutinas de siestas casi obligatorias y una infancia sin lujos. Todo era paseos en bicicleta por calles de tierra y tardes interminables. De adolescente, cuenta, se volvió un poco “incontrolable” para sus padres. “Es que me agarraba a piñas con cualquiera”, recuerda, trayendo al presente su temperamento impulsivo, ese mismo que, junto con su espíritu de buscavidas, lo llevó a lo más alto del modelaje y más adelante lo sumiría en el caos total.
A los 17 años decidió irse a Buenos Aires “sin saber muy bien qué buscaba”, según le contó a GENTE. Tenía una intuición: que había vida más allá de su pueblo, tal como le prometían los libros de historia. Y lo llegó a confirmar cuando voló por primera vez. Se había ganado un viaje a Cordoba “en una competencia de avioncitos” y “me mandaron en un avión militar”. Las primeras escapadas a Buenos Aires fueron con mentira incluida: “Le decía a mi viejo que me iba a pesar, cuando en realidad me iba escondido en un tren con amigos a comprar ropa a Munro”.
Pero todo cambiaría 180 grados cuando, con su carisma y unos 500 dólares en el bolsillo –sí, casualmente como llegó Madonna a New York–, desembarcó con un grupo de amigos en Miami. Mientras ellos tenían más privilegios, lo de Daniel era la supervivencia. Y también la creatividad, algo que en su vida fue un impulso permanente. Allá, sin papeles y sin trabajo formal, se inventó una changa: se compró una boa gigante y vendía fotos en la playa.
Fue un recurso desesperado (“No me daba para pedirles nada a mis amigos”), pero funcionó lo suficiente como para sostenerse. Lo que parecía una anécdota terminó definiendo su destino. Una fotógrafa lo vio trabajando en la calle, notó algo en su estilo, en su energía, en su porte, sus cabellos salvajes y su forma de mirar, y lo invitó a posar. Ese fue el comienzo de todo: un encuentro fortuito que lo lanzó al circuito de la moda.
Enseguida empezó a trabajar para marcas globales como Valentino, Versace y Dolce & Gabbana. La vida que ni siquiera imaginaba se abrió frente a él: campañas, editoriales, desfiles, castings para marcas de lujo, protagónicos con súper celebs. Y sí: en plena era de las supermodelos (en medio del boom noventero de Claudia Schiffer, Linda Evangelista, Cindy Crawford y más), Rossi se desmarcó como un modelo internacional más que cotizado y con presencia fuerte en Europa y Estados Unidos. Tomarse aviones de Milán a New York era tan habitual como hoy que le sigan preguntando por Madonna.
El salto a la fama y el romance con Madonna
Entre todas las experiencias que vivió en su carrera hay una que marcó su vida para siempre: su participación en el video Rain, de Madonna, y la relación afectiva que surgió a partir de ese momento cumbre. Daniel lo recuerda con una mezcla de fascinación y vértigo.
No hizo casting. No compitió con nadie. Simplemente quedó. Su presencia frente a cámara era tan fuerte que el equipo decidió que él tenía que ser el protagonista masculino del videoclip. El vínculo con Madonna se volvió íntimo y todo lo demás es historia. Tuvieron una relación intensa, cargada de atracción pero también de tensiones. “Era celosa y controladora”, cuenta Daniel ante GENTE. Pero no sólo le digitaba los tiempos: también le cortaba las oportunidades laborales: “Ha llamado para bajarme de trabajos por celos”.
El costo emocional fue grande: sentirse elegido por una superestrella también lo volvía dependiente de un mundo que podía expulsarlo en cualquier momento. Y un poco así fue. La relación terminó abruptamente. Daniel recuerda la escena con nitidez: estaban hablando por teléfono y "ella pretendía seguir controlando su vida". Él respondió con un “Fuck you, señora”, que fue tanto un final como un acto liberador.
Mirando hacia atrás, dice que lo que vivió al lado de Madonna fue único, pero también confuso y desgastante. “Era increíble y era tóxica al mismo tiempo”, confiesa. Su historia con ella lo marcó, pero no lo define. Habla de La reina del pop sin rencor, pero con claridad. “Fue parte de mi vida, no toda mi vida”, sostiene. Le quedó una mezcla de ternura, desencanto y de aprendizaje. Hoy lo ve como un capítulo más dentro de una vida llena de giros inesperados. Además, jamás se dejó marear por la fama.
El infierno de las adicciones
Después de la fama y los romances intempestivos (“Yo nunca me enamoro, pero me conecto mucho a partir de lo sexual”, cuenta) vino la caída. Primero tímidamente, luego como un tsunami. “Salí de un psiquiátrico con 98 kilos… bajé 27”, contó. La adicción al alcohol y a las drogas lo alejó del trabajo, de su círculo profesional, de sus afectos y de sí mismo. Lo aisló, lo debilitó y lo empujó a situaciones límite. Su cuerpo quedó marcado por ese período: excesos, pérdidas de control, hospitalizaciones.
Rossi explica que no se trata de ‘tomar’ o ‘consumir’, sino de algo más profundo, más corrosivo. “Si vas a estar en la cama con una botella al lado, siempre es lo mismo, sea donde sea”, dice. Acerca de sus largas giras con las sustancias, lanza sin vueltas: “Me metí de todo”. Su relato no victimiza ni romantiza: describe crudamente cómo es perderse a sí mismo sin darse cuenta.
Hubo noches interminables, momentos en los que no podía salir de la cama y decisiones que lo llevaron al borde. “No sé cuántos días pasé encerrado en el baño o dentro del armario”, relata. Pero también hubo un punto de inflexión: aceptar ayuda.
Renacer: entre salvar a otros y sus memorias
El proceso de recuperación fue lento y profundo. Daniel empezó por reconocer su dolor, su historia y sus errores. Luego, sumó herramientas: terapia, grupos de ayuda, deporte, rutinas nuevas, vínculos más sanos. Hoy trabaja acompañando a otras personas en situaciones similares: participa en Narcóticos Anónimos, ayuda a excompañeros de internación y visita penales, donde empatiza con historias que se parecen demasiado a la suya.
El proyecto que más lo ocupa en este momento son sus memorias, que escribe desde hace tres años. Quiere contar su vida sin disfraz ni purpurina. “Estoy escribiendo la historia de mi niño interior”, dice. Asegura que hay capítulos que le resultan más difíciles: sucede que revivir ciertos momentos todavía le cuesta. Pero sabe que ese libro es su legado, una forma de ordenar su recorrido y de darle sentido.
Hoy, tras vivir mucho tiempo en Europa y trabajar en varios rubros a la vez –desde ser un buscavidas y ayudar en la empresa familiar de la madre de su hija, a asistir a David LaChapelle en producciones de Rolling Stone–, lleva una vida sencilla de regreso al pueblo que lo vio triunfar (tal como reconoce, no tomó buenas decisiones con todo el dinero que hizo). Mientras mantiene la mirada puesta hacia adentro y ayuda a su madre refaccionando el hogar, no reniega de su pasado y, aunque aún conserva en una carpeta cientos de recortes de notas y comerciales de revistas, tampoco se aferra a los vestigios de los flashes para existir.
Fotos: Gentileza Raúl de Chapeaorouge
