Una increíble biblioteca de cuatro pisos con una escalera que trepa entre los estantes es el fondo de pantalla de la entrevista. Celeste Cid está rodeada por libros y habla con soltura, con calidez, con calma. No esquiva ningún tema y en todos profundiza. Al margen de ser una de las actrices más reconocidas de su generación, no muestra aires de diva. Se ríe cuando menciona a Santiago Korovsky, su novio, y cuenta que intentan preservar la intimidad. También reflexiona sobre las parejas actuales y sus “contratos” al imaginar un escenario parecido al de Papá x dos, donde su personaje espera un hijo de su ex mientras está a punto de casarse con su actual.
Habla de sus hijos y recorre dos experiencias muy distintas: ser madre a los 20, con André, y a los 32, con Antón. Vuelve a pasajes de su infancia interrumpida por una popularidad que no vio venir, cuando entró en Chiquititas a los 12 años, y analiza cómo esa fama repercutió en ella. Recuerda los problemas de adicciones y aquel periodo en el que tuvo que batallar contra sus propios demonios. Y lo hace con perspectiva.

Su padre también aparece: fue una de las pérdidas más fuertes que atravesó en los últimos años. El trabajo, como modelo de vida, y el capricornio como eje de ese mandato. Celeste y sus libros, Celeste y sus películas, Celeste y la astrología, Celeste y sus papeles más emblemáticos. La charla puede durar horas. La profundidad es una de las características que primero aparecen, no hay tema donde no surja su mirada, sus preguntas y sus respuestas.
Además de estar en el imaginario popular, Celeste tiene un pulso literario y un alma curiosa y reflexiva. El paso del tiempo y cómo se imagina la vejez también entran en la conversación. IGual que una mirada real sobre cómo afectan a veces verse distinta frente al espejo y las opiniones de los otros. Pero Celeste hoy está plantada de otra manera: algo de este amor -que define como uno de esos amores sanos que cuesta encontrar- la mantiene en eje. También la conectan con proyectos que no esperaba, como el de escribir un guion.
-¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
-A los 40 sentí fuerte la crisis. Murió mi papá y eso fue un sacudón enorme, porque era mi gran estructura, mi lugar seguro. Me obligó a frenar y pensar en cómo quería vivir de ahí en adelante. Empecé a preguntarme cómo quiero envejecer, cómo quiero verme a los 50 o a los 60, qué cosas voy a priorizar y cuáles no. El paso del tiempo es inevitable, pero también es un maestro. Antes sentía que todo estaba por delante, como si la vida fuera una carrera sin final. Ahora puedo mirar atrás con ternura y hacia adelante con más calma. Lo vivo como un balance: reconozco lo que logré, acepto lo que dolió y me ilusiono con lo que vendrá.

-¿Y con la estética? ¿Qué te pasa con la mirada del otro?
-Es un tema fuerte. Vivimos en una sociedad que nos pone constantemente a compararnos con imágenes irreales, con filtros, con gente que a veces ni existe porque son avatares o fotos retocadas. Después de dos embarazos mi cuerpo cambió mucho, y al principio lo viví con cierta incomodidad. Hoy me miro y me gusto más que a los 20. Hay fotos de hace diez años en las que me veo espléndida, pero en ese momento yo no lo sentía así, siempre me encontraba un defecto. El espejo y la mirada del otro funcionan como un reflejo deformado. Ahora trato de enfocarme en lo real: sí, hay cosas que están diez centímetros más abajo, pero también tengo dos hijos hermosos y un recorrido que me sostiene. Eso me da una belleza distinta, más serena, más mía.
-Nombrabas la calma: ¿sentís que tiene que ver con este momento en particular?
-Totalmente. Soy capricorniana y siempre fui muy autoexigente. De chica era abanderada y si me sacaba un 8 me ponía a llorar. Viví mucho tiempo con esa presión interna. Aprendí que uno hace lo que puede con las herramientas que tiene en cada etapa, y que no todo va a salir perfecto. La calma para mí es eso: aceptar los límites, pedir ayuda sin sentir culpa, no querer controlarlo todo. Es un estado que se construye, al que me costó llegar. Y hoy, a los 41, puedo decir que la calma es una forma de felicidad. Me conecta más con mis hijos, con mi pareja, con mi trabajo. Siento que es el lugar donde quiero quedarme.
-¿Cómo te imaginás la vejez?
-No tengo una imagen cerrada. Me gustaría seguir activa estos años y, después, bajar la máquina. Escuché: “Preproducir la vejez”, el podcast de Bimbo, y me quedé pensando en proyectar más.

-¿Viste La sustancia? Aborda el doble estándar estético entre varones y mujeres.
-No la vi, me la debo. El tema me interpela: a los hombres se les celebra lo “sexy” en lo imperfecto; a las mujeres se nos exige estar siempre “lindas”. Eso cala desde la infancia: nenas de seis o siete ya jugando a “spa” y skincare. No lo juzgo, pero tampoco me parece ingenuo. Hay un mandato de agradar.
-Además hoy nos comparamos con gente que ni existe (IA, filtros).
-No es “me amo y listo”. Hay que saber que ese espejo es cultural y aprendido. Yo prefiero mirarme con más ternura: tuve dos embarazos, la panza cambia, y está bien. La vida transita por este cuerpo.
-¿Qué te pasa con las críticas en redes?
-Aun sabiendo que hay luces, retoques y producción, ves una bomba y decís: “Qué bien está”. Uso menos redes. Lo que más me gusta subir son videítos de lo que miro (no tanto de mí misma), y eso llega menos porque el algoritmo privilegia cuerpos. Elijo mejor a quién seguir: cuentas como Mujeres que no fueron tapa o Flor Freijó ayudan. Pero las redes son vidriera e incluso sabiendo que está todo retocado, te comparás. Es una batalla constante.
Un amor distinto: Celeste y Santi Korovsky

El presente sentimental de Celeste la sonroja. Si bien tuvo varios romances con personas del ambiente, esta vez es distinto: apostó por un antiheróe que se encuentra en plena expansión. Fue Korovsky quien rompió el hielo: "El segundo robo del siglo", escribió en una historia de Instagram y la arrobó para que no quedaran dudas de que algo estaba pasando ahí. Ella terminó diciendo que la que estaba robando era ella, y así el chiste quedó un poco diluido.
"Una relación sana, de ésas que son difíciles de encontrar y hay que cuidar", sintetiza Celeste mientras sus gestos y sus pausas aparecen como pistas de algo que es innegable. La relación que ya lleva un año está firme, medida y cuidada. Esta semana hicieron su primera aparición pública en el preestreno de Papá x dos: sobre la alfombra, entre los flashes y las cámaras, inmortalizaron la misma gestualidad, ésa que públicamente están viviendo por primera vez.
Korovsky aprende de Cid. Si bien logró el reconocimiento nacional e internacional con División Palermo, Santi sigue sintiéndose en parte una persona anónima. Algo que cambió cuando se enamoró de una de las actrices más conocidas del país. Juntos intentan sostener un equilibrio poco frecuente en un medio que suele demandar exposición permanente.

No hay estrategia de marketing, sino una decisión consciente: preservar la intimidad. Compartir sólo lo que se siente auténtico, mantener un refugio lejos de la mirada pública. En esa elección se reconoce a una Celeste más madura, que habla del amor desde la calma y no desde la euforia. El valor está en lo cotidiano, en los aprendizajes compartidos, en lo que ambos se permiten mostrar y en lo que deciden guardar. Ella sabe que el paso del tiempo transforma los vínculos. Lo que antes buscaba en una pareja, hoy dejó lugar a otro tipo de deseo...
-¿Qué encontraste en este amor que es distinto a los anteriores?
-Lo primero que diría es la calma. Con Santi hay cuidado mutuo, hay un espacio para mostrarse vulnerable sin miedo. Eso para mí es enorme. En otras etapas de mi vida quizás buscaba intensidad, adrenalina, cosas que hoy no me sostienen. Con él siento que puedo descansar, que puedo mostrarme como soy, con mis días buenos y mis días malos. Y no pasa nada, porque del otro lado hay alguien que acompaña. Ésa es la gran diferencia.
-¿Te pasa que con la edad cambió la forma de vincularte?
-Sí, absolutamente. Cuando era más chica me enamoraba de estereotipos. Me gustaba lo que se veía lindo, lo que quedaba bien de afuera. Ahora me enamora la calma, la empatía, la posibilidad de compartir silencios. Creo que la edad y la experiencia te hacen entender qué es lo que realmente vale. Hoy me importa más la calidad del vínculo que la cantidad de fuegos artificiales. Y con Santi encontré eso: un lugar donde estar tranquila.

-¿Cómo manejan la exposición siendo dos actores tan visibles?
-Con cuidado. Sabemos que el trabajo nos expone, pero tratamos de no llevar eso a la vida privada. No me gusta mostrar todo. Hay cosas que se quedan para nosotros. Subimos alguna foto, sí, pero no como una obligación. Viajes, cosas lindas... Cuando lo hacemos es porque realmente lo sentimos. Me gusta preservar lo íntimo porque es lo que hace que después tenga más valor.
-Hace poco subieron un video tuyo cocinando… y la cosa salió mal.
-Sí (risas). Se prendió fuego la sartén porque puse comida congelada en aceite caliente. Fue gracioso porque habíamos tomado una clase de cocina con Santi y estábamos re entusiasmados. Pero bueno, puede fallar.
-¿Qué lugar ocupa el humor en la pareja?
-Un lugar enorme. Nos reímos mucho de cosas mínimas. Nos divertimos cocinando, mirando pelis, inventando situaciones. Para mí el humor es un pegamento, algo que te salva cuando hay cansancio o discusiones. Con él siento que siempre hay un recurso para alivianar. Y eso me encanta.

-Decís que lo más valioso hoy es la calma. ¿Antes te parecía aburrida?
-Sí, antes pensaba que calma era sinónimo de vacío, que si no pasaba nada era porque estaba todo mal. Hoy entendí que la calma es salud. Es dormir tranquila, encontrarme en paz. Es no tener que estar demostrando todo el tiempo. Y eso es un lujo que hoy no cambiaría por nada.
-¿Qué te enseñó Santi de vos misma?
-Que no siempre tengo que poder con todo. Que pedir ayuda está bien, que apoyarse en alguien no es debilidad. También me enseñó a confiar más en mis ideas, a animarme a hablar cuando quiero proponer algo. Es un espejo distinto que me devuelve una versión de mí que me gusta. Y me muestra que el amor puede ser un lugar seguro.
El trabajo como refugio

Su carrera empezó a los 12 años, en un casting de Chiquititas al que se presentaron 12 mil chicos. Ella, por puro azar, según dice, quedó. Desde entonces, el vértigo no paró: Verano del 98, Enamorarte, Resistiré.
Celeste reconoce que el oficio lo aprendió trabajando, con escenas dramáticas que le exigieron mucho. Y también que hubo sombras: problemas de adicciones, demonios propios y la necesidad de encontrar un refugio en el trabajo.
Algo de crecer bajo la mirada de millones de espectadores no fue fácil de transitar. Es que la popularidad no siempre es sinónimo de felicidad. La exigencia, la presión y la vorágine marcaron esos años en los que apenas era una adolescente. En paralelo, la maternidad joven la obligó a madurar más rápido de lo que hubiera imaginado.
Hoy, a la distancia, mira todo ese recorrido con otra perspectiva. Y asegura que el oficio se volvió su lugar seguro. El trabajo, dice, es su relación más estable, el refugio donde encontró sentido y estructura. "Bien capricornio", repite cual mantra a lo largo de la nota.

-Este año se cumplen tres décadas de Chiquititas, ¿qué recordás de esa época?
-Fue mi primer casting y no me lo voy a olvidar más. Había miles de pibes y yo estaba convencida de que no iba a quedar. Era tímida, reservada..., me sorprendió muchísimo cuando me eligieron. El segundo año ya me tocó una trama muy dramática, con escenas fuertes de abuso. Aprendí trabajando, ahí, en un set. Diez horas por día, todos los días. Esa fue mi escuela, mucho más que cualquier taller.
-¿Cómo viviste esa fama de tan chica?
-Con mucho vértigo. Chiquititas, Verano del 98, Enamorarte, Resistiré… fue una seguidilla impresionante. Sentía que estaba en una montaña rusa que no paraba nunca. Tenía coaches, hacía cursos, pero la verdadera formación me llegó por el trabajo, en el set, con compañeros enormes que me enseñaban en cada escena. Fue lindo y duro al mismo tiempo.
-También hablás de las sombras. ¿Qué recordás de aquellos momentos?
-Que fueron muy difíciles. La fama precoz trae cosas que no siempre son fáciles de manejar. Tuve problemas de adicciones y atravesé momentos muy oscuros. Me costó mucho salir de ahí, pero lo logré. Hoy no reniego de eso, lo veo como parte de mi historia. Como algo que me enseñó y me hizo crecer. Aprendí que pedir ayuda no es debilidad, y que el trabajo puede ser un refugio enorme.

-¿Qué te pasa cuando volvés a ver escenas de esos años?
-Me da ternura. Veo a una nena cargando un peso enorme y pienso: “¿Cómo lo hice?”. Pero también me da orgullo, porque salí adelante y aprendí en el camino. Es como mirar a una versión de mí que necesitaba más contención de la que tuvo.
-¿Qué lugar ocupa hoy el trabajo en tu vida?
-Es mi estructura. Mi refugio. El lugar donde me siento segura. No lo vivo como una obligación, sino como si se tratara de un compañero. El trabajo me sostuvo en momentos donde yo no podía sostenerme sola. Es una relación que cuido mucho, porque sé lo que significa para mí.
-¿Qué les dirías a los chicos que hoy arrancan tan jóvenes en la tele?
-Que se cuiden. Que disfruten, pero que no se pierdan en lo que no importa. Que aprendan a poner límites. Que pidan ayuda si la necesitan. Crecer bajo los reflectores no es fácil, pero también puede ser hermoso si se hace acompañado.

-¿Qué te queda pendiente en lo laboral?
-Estoy desarrollando un proyecto nuevo. No tengo bache: termino un Zoom y arranco otro, me voy a una reunión, escribo, y a eso se le suma la maternidad.
-¿Qué venís escribiendo?
-Estoy empezando a desarrollar una serie. Es la primera vez que lo hago y me entusiasma mucho. Como actriz, los guiones me llegan ya masticados, con meses de trabajo de otros. Acá parto de una idea disparadora, tiro de los hilos y veo adónde me lleva. Lo que más disfruto es armar grupos, soñar un proyecto con otros.
-¿La idea nació a partir de la película Papá x 2?
-Sí, fue en el rodaje. Me pasó algo que me disparó a investigar. Primero pensé en hacer un documental, después me sugirieron convertirlo en serie, y me lancé. También influyó mi novio, que viene de generar sus propios proyectos.
Papá x dos y los vínculos del nuevo milenio

El estreno de Papá x dos la devuelve al cine. Se trata de una comedia que, con humor y emoción, plantea preguntas incómodas: ¿Qué harías si tu pareja actual espera un hijo de su ex? Celeste interpreta a una mujer plantada que enfrenta una situación inesperada y desafía los roles tradicionales.
El filme, que estrena mañana y está protagoniza con Benjamín Vicuña y Lucas Akoskin, sorprende por lo que propone: hablar de maternidad, de familias ensambladas y de vínculos atravesados por el deseo y la decisión. Celeste se luce en un papel que combina ternura y firmeza, y que obliga a los personajes a deconstruirse en tiempo real.
Más allá del guion, la actriz confiesa que el rodaje le disparó preguntas personales. Se preguntó qué haría en un escenario similar y descubrió que, aun con experiencia, nunca hay respuestas fáciles. El cine, dice, tiene esa potencia: hacerte pensar qué lugar ocupás en las historias que mirás.
-¿Qué te dejó la película?
-Preguntas. Cuando la vimos con el equipo y con Benja nos quedamos charlando un rato largo. Cada uno decía: “Yo no lo aceptaría”, “Yo lo pensaría”. Eso es lo lindo: la película no baja línea, abre conversaciones. Te obliga a salir del cine pensando qué harías vos si te pasara algo así. Y ése, para mí, es el mejor resultado que puede tener una película.
-Tu personaje arranca muy plantado. ¿Cómo trabajaste esa parte invisible?
-Fue un desafío porque en pantalla ves que mi personaje (Ana) es una mujer segura diciendo: “Lo voy a tener” y punto. Pero yo sentía que debía trabajar todo lo que no se ve: la duda, el miedo, las charlas consigo misma antes de llegar a esa decisión. Traté de armar un detrás de escena emocional que me ayudara a darle peso a esa seguridad, para que no parezca que fue una decisión tomada a la ligera, sino que hubo un recorrido interno.
-¿Y vos qué harías en un caso así?
-La verdad, no lo sé. Por suerte ya tengo mis hijos (risas). Pero me gusta que la película plantee esas situaciones porque la vida es así: te sorprende con cosas que no estaban en tus planes. A veces uno piensa que tiene todo controlado, y de repente aparece algo que te cambia el rumbo. Ahí es donde ves de qué estás hecho y cómo te relacionás con los demás.

-¿Cómo fue trabajar con Benjamín Vicuña en un registro distinto al de galán?
-Un placer. Benja es un actor súper profesional, muy entregado. Tiene un humor muy lindo y eso hizo que el rodaje fuera liviano. Me gustó verlo animándose a salir del lugar cómodo del galán. Me parece que cuando un actor se corre de lo esperado, siempre se enriquece.
-La peli habla de familias ensambladas--. ¿Qué te pasa a vos con ese tema?
-Es una realidad cada vez más común. No existen las familias perfectas ni las que se arman según el manual. Todas se construyen como se puede, con lo que hay, con amor y paciencia. La película lo muestra con humor y ternura, sin juzgar. Y creo que eso la hace cercana para todos.
Fotos: Gentileza C. C. y RS
Portada: Darío Alvarellos
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