Son las cuatro de la tarde de una cálida jornada primaveral cuando Diego 'El Peque' Schwartzman abre la puerta de su casa en Nordelta y recibe, en exclusiva, a revista GENTE. “Bienvenidos, pasen sin miedo”, dice con una sonrisa cómplice. La frase no es casual: a su lado aparecen Bobby y Mila, sus dos perros —de porte mediano, estilo Rhodesian Ridgeback— que funcionan como escolta personal y, al mismo tiempo, como los verdaderos dueños del lugar. "Donde voy yo me siguen, se ocupan de mi seguridad. Especialmente Bobby", advierte el ex tenista mientras recorremos los espacios y ultima detalles para su producción fotográfica.
La escena marca el tono de este house tour íntimo y emocional. No se trata sólo de mostrar ambientes, metros cuadrados o elecciones estéticas. Esta es la casa de casados de Diego y Eugenia De Martino, pero también su refugio, su punto de anclaje en Buenos Aires, el lugar al que siempre quiso volver mientras su carrera deportiva lo llevaba a vivir “de hotel en hotel”, lejos de los afectos y de la cotidianeidad que tanto extrañaba.
La historia del chalet "nórdico" de El Peque Schwartzman en Nordelta

El chalet, de aires claramente nórdicos, empezó a tomar forma en 2019. “La casa fue una oportunidad. Era de una persona de Estados Unidos que se volvía para allá. Había vivido acá casi 15 o 20 años y, cuando vinimos varios a verla, me la terminé quedando”, recuerda. En ese entonces, el inmueble tenía una impronta más clásica, con muchos ambientes separados. Nada que ver con lo que se ve hoy.

A lo largo de los años —y aprovechando viajes, ausencias y tiempos libres— el extenista se involucró de lleno en la remodelación. “Era una casa más antigua y la fui modernizando. Fui tirando paredes abajo, cerrando la galería, haciendo cambios todo el tiempo. Cuando no estaba, mandaba obra. Así hasta el año pasado”, cuenta. Hoy, el resultado es un espacio abierto, luminoso y funcional, pensado para habitarse y compartirse.

La decoración no quedó librada al azar. Diego se declara fanático del interiorismo y lo dice sin vueltas. “Tengo muchos libros de decoración nórdicos y japoneses. Mi vieja es diseñadora de interiores y todo lo que tiene que ver con construcción, interiorismo, incluso cómo arman un motorhome por dentro, y cómo lo dejan impecable, con cajones, esos secretos, toda esa parte me encanta”, confiesa. Para la última gran reforma, trabajó junto al estudio LAK, que aportó una mirada nórdica y minimalista, especialmente visible en el exterior de la casa.

El Peque, sobre las concesiones del interiorismo que tuvo para con los "reyes de la casa": "Todo está preparado para que no se manche"

Mientras avanzamos por los distintos ambientes y Diego posa para las fotos, Bobby y Mila no se despegan. “Ellos van a sumarse solos a las fotos”, advierte entre risas. No exagera: durante toda la producción, los “reyes de la casa”, como él mismo los llama, aparecen en cada rincón. Algunas veces atentos a la cámara; otras, más concentrados en cumplir su rol protector.

La presencia de los perros también condicionó decisiones prácticas. “Tuve que pensar desde la tela de los sillones hasta las alfombras. Todo está preparado para que no se manche, no agarre olor y sea fácil de limpiar. Son dos bestias”, dice con cariño sobre sus fieles compañeros quienes están desde que Diego adquirió la casa.

Sobre esa línea, Schwartzman nos lleva al que supo ser el living principal, zona que ya no es territorio humano. “Antes era para ver la tele, ahora es la casa de ellos. A esta zona de la casa solo entra la familia o los permitidos. Duermen ahí y no salen de ahí”, reconoce con una gran sonrisa de resignación.

Esta casa está pensada el 100% para recibir amigos, para compartirla con los tuyos"
Si hay una idea que atraviesa toda la casa es la de lo colectivo. Schwartzman lo resume con una frase que repite varias veces durante la charla: “Cada rincón de la casa está pensado en plural”. Y explica: “No hay lugares pensados solo para uno. Salvo la habitación, el resto de la casa está hecha para recibir amigos, familia, para compartir. Siempre hablo de nuestra casa. Tiene que estar preparada para que vengan 8, 10 o 20 personas y que todos estén cómodos”.

Ese concepto no solo habla de arquitectura, sino de una necesidad emocional profunda. Durante años, Diego vivió lejos, viajando sin parar, con la valija siempre lista. Hoy, esta casa representa todo lo contrario: permanencia, pertenencia y calma. “Es mi lugar hoy en día. Donde comparto con los míos y también donde me recluyo para encontrar paz”, deja entrever.

Su espacio favorito es simple y honesto, como él. “Estas dos sillas y la tele en la galería. Me levanto temprano, me hago un café o un mate y me quedo acá mirando la tele. En primavera y verano abro todo y me quedo así hasta las diez de la mañana, si no tengo nada que hacer”, relata.

Eugenia, en cambio, tiene su propio ritual: “El sillón. Ella es sillonera mal. Se queda ahí tirada con los perros, con el teléfono o viendo la tele. O sino en los sillones del jardín. Le gusta estar recostada”.

El recorrido termina en el jardín, amplio, verde, con una pileta rectangular que se integra naturalmente al paisaje y donde el ex tenista se recluye cuando extraña esos momentos de soledad y paz, algo que le quedó de su vida de hotel en hotel en su época de deportista de élite.

Más que una casa, el hogar de Diego Schwartzman en Nordelta es el reflejo de una etapa: la de un deportista que, después de recorrer el mundo, eligió volver, echar raíces y construir —con tiempo, dedicación y emoción— un espacio que habla de él, de los suyos y de todo lo que hoy considera esencial.

Fotos y filmmaker: Cande Petech
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