Cada vez que se recorre la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en Barracas (Avenida Vélez Sarsfield 1371, CABA), se descubre un nuevo pliegue arquitectónico que parece haber sido pensado para mantener algo oculto. El templo, imponente desde la vereda de Iriarte, funciona como un iceberg urbano: lo visible impacta, pero lo verdaderamente hipnótico está por debajo.
Porque bajo el altar mayor –y el relato oficial que suele repetir la guía turística promedio– se extiende una cripta silenciosa que conserva la piedra fundacional del templo y alimenta una serie de leyendas que en Barracas se repite con la naturalidad de quien habla de un viejo secreto de familia. A continuación, todos los misterios bajo el templo y por qué visitar esta joya arquitectónica es un memorable plan de fin de semana.

La construcción acelerada de un templo imposible y en tiempo récord
La historia formal dice que la basílica se levantó entre 1904 y 1908, un lapso tan breve que todavía desconcierta cuando uno observa el tamaño de la nave, la altura de las bóvedas o la precisión de los vitrales franceses. A simple vista no parecería posible que una obra de esta escala pudiera haberse ejecutado con semejante velocidad, y sin embargo los registros coinciden: cuatro años alcanzaron para edificar uno de los templos más monumentales del icónico barrio del sur porteño.

Esa velocidad tiene un origen: el poder económico y el apuro emocional de la familia Pereyra Iraola, que quiso construir una capilla monumental para cumplir el deseo del ganadero, mecenas y financista Leonardo Pereyra.
Esa motivación íntima, casi urgente (la de erigir un santuario para el Sagrado Corazón en sus tierras), explica en parte por qué este templo neogótico diseñado por Rómulo Ayerza– concebido inicialmente como espacio privado– terminó con proporciones de basílica europea en una zona que entonces no era más que un barrial atravesado por fábricas, quintas y saladeros.

Las claves de una catedral europea escondida en Barracas
Desde afuera, el edificio mezcla líneas neorrománicas de principios del siglo XX con guiños góticos y detalles minuciosos al estilo francés: contrafuertes, arcos apuntados, pináculos y un rosetón que domina la fachada y parece salido de alguna ciudad de las afueras de París. Tanto en la parte exterior de la basílica, como en su interior, hay 468 columnas construidas con distintos materiales y tamaños en estilo compuesto jónico/corintio, siendo en su mayoría decorativas.

Los majestuosos vitrales son grandes protagonistas de la gema arquitectónica. La luz que entra por los mismos –algunos de más de 8,5 metros de diámetro– cambia la atmósfera del interior de manera tan radical que convierte cada visita en una escena distinta. La basílica trabaja la luz como si fuese un lenguaje propio.

De los siete altares de mármol y el órgano Mutin Cavaillé-Coll, a la Cripta del Sagrado Corazón
La basílica cuenta con siete altares, tallados en mármol francés, que aportan solemnidad, mientras que el órgano Mutin Cavaillé-Coll (actualmente es uno de los pocos que en nuestro país conserva su sistema mecánico de origen) se impone como un relicario sonoro que mantiene intacto su linaje europeo. En conjunto, todos estos elementos construyen la sensación de que el templo guarda algo más que belleza: un propósito.
Al descender hacia la cripta, el clima cambia. El aire se vuelve más denso, el eco se acerca y la arquitectura abandona su carácter estético para convertirse en pura intención. Allí abajo, en una sala más grande de lo que uno esperaría, se encuentra la piedra fundacional que marcó el inicio de la obra. No está exhibida como pieza museística, sino integrada al conjunto, como si aún estuviera cumpliendo ese rol.

La cripta no es un simple sótano: fue concebida para las misas cotidianas mientras arriba se proyectaba un templo aún más ambicioso del que finalmente se construyó. Esa doble capa –el templo que existe y el que nunca llegó a levantarse– convierte al subsuelo en la pieza clave para entender lo que la basílica quiso ser.
El mito urbano de los túneles secretos del barrio y "los planos perdidos"
En este nivel subterráneo empiezan las leyendas. Hay quienes juran que bajo la Basílica se esconden túneles secretos que la conectan con la Iglesia de Santa Felicitas. Otros sostienen que eran pasadizos reservados para que los curas accedieran, sin ser vistos, a conventos de monjas de la zona.
Nunca se documentaron túneles reales y, sin embargo, el mito persiste con la fuerza de lo que no necesita evidencia para alimentarse de boca en boca. La cripta fogonea esa narrativa: su escala, su silencio y la forma en que se integra al terreno hacen que uno pueda imaginar fácilmente un entramado oculto bajo las calles de Barracas.

Pero también se habla de planos perdidos. La historia oficial menciona un proyecto original mucho más ambicioso que incluía dos torreones y una cúpula monumental. Ninguno de esos elementos llegó a construirse. Las razones aparecen esparcidas entre documentos y testimonios: problemas de suelo, costos crecientes, decisiones de último momento.
El terreno pantanoso obligó a redimensionar la obra. Esa fragilidad del suelo explica por qué la versión final de la basílica es apenas una parte del proyecto primigenio. Y es justamente ese “vacío” –lo que nunca se construyó– lo que convierte la cripta en un espacio tan potente: allí se percibe la memoria del templo imaginado.

La vida contemporánea del templo y otros 5 datos relevantes que lo hacen único
Hoy la fachada convive con murales contemporáneos que actualizaron el vínculo entre el edificio y el barrio. En esa convivencia entre arte urbano y arquitectura sacra, Barracas encuentra una identidad propia.
En los últimos años, daños provocados durante un intento de robo pusieron en evidencia la vulnerabilidad de un patrimonio que depende del cuidado comunitario tanto como de la estructura misma. Cada puerta, cada vitral y cada banco (de los 165 en roble francés en total también traídos del viejo continente) es un recordatorio de lo que la ciudad puede perder si no protege lo que tiene debajo y encima del suelo.

A continuación, últimos 5 detalles curiosos en la historia de la Basílica.
1. El conjunto edilicio no es solo iglesia
El complejo original incluye la residencia de los sacerdotes (la Congregación de los
Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram; también llamados bayoneses) y un colegio que todavía funciona, formando una unidad patrimonial con jardines que alcanzan casi 4.000 metros cuadrados, un espacio verde sorprendente en medio del tejido urbano de Barracas.
2. Los fundadores descansan en la cripta
Contrario a muchas iglesias donde las criptas están vacías o solo evocativas, los restos de don Leonardo Pereyra y su esposa Antonia Iraola descansan allí, junto a descendientes, rodeados de la misma piedra fundamental que marcó el inicio de la obra.
3. El proyecto original era todavía más ambicioso
El plan inicial del arquitecto Rómulo Ayerza contemplaba dos torreones flanqueando el templo y una cúpula inspirada en el Panteón de París, un diseño que fue descartado por el peso excesivo para el suelo blando de la zona.
4. La torre principal fue golpeada por un ciclón
En 1913, un ciclón derribó la aguja de la torre central, que originalmente se pensaba más alta y esbelta, obligando a reconstrucciones parciales que modificaron su perfil exterior.
5. El altar mayor fue intervención posterior
Aunque la basílica se finalizó en 1908, el altar mayor con frescos de Augusto Juan Fusilier y detalles tipológicos posteriores fue diseñado en 1912, incorporando elementos artísticos que fusionan estilos y épocas.
Fotos: Proyecto de Reparación y Restauración de la Basílica del Sagrado Corazón, Patrimonio BA y Ezequiel Menendez.
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