Cuando las temperaturas comienzan a subir, es importante observar cómo responde cada especie. Las plantas que pasaron el invierno en semisombra o lugares protegidos deben volver gradualmente al exterior. Exponerlas de golpe al sol directo puede provocar quemaduras en las hojas, especialmente en variedades sensibles como los helechos, las hortensias o los potus. Lo ideal es hacerlo por etapas: primero unas horas por la mañana o al atardecer, y después aumentar el tiempo de exposición diaria.

Otro punto clave es el riego. Con el calor, la tierra se seca más rápido, pero eso no significa que haya que regar todos los días. Un error común es mantener el sustrato constantemente húmedo, lo que favorece la aparición de hongos. La recomendación es revisar la tierra con los dedos: si los primeros dos centímetros están secos, entonces sí, es momento de regar. Además, conviene hacerlo temprano en la mañana o al atardecer para evitar que el agua se evapore antes de que las raíces la absorban.
El cambio de estación también es una buena oportunidad para renovar el sustrato y podar las partes secas o dañadas. Esto estimula el crecimiento de brotes nuevos y mejora la circulación del aire entre las hojas. En cuanto al abono, podés optar por compost orgánico o fertilizantes líquidos diluidos, siempre siguiendo las indicaciones del envase. Aplicarlo cada 15 o 20 días durante la temporada de crecimiento ayuda a fortalecer las plantas y potenciar su floración.
Por último, prestá atención a las plagas. El aumento de la temperatura y la humedad puede atraer pulgones, cochinillas o arañuelas rojas. Si detectás hojas pegajosas o con puntitos amarillos, limpiá suavemente con un paño húmedo o aplicá insecticidas naturales a base de jabón potásico o aceite de neem.
Con estos cuidados simples, tus plantas de exterior no solo sobrevivirán al cambio de estación, sino que florecerán más fuertes, verdes y llenas de vida.



