Los perros pueden parecer siempre alegres y llenos de energía, pero, igual que las personas, pueden sufrir estrés. A veces las señales son evidentes, pero otras pasan desapercibidas hasta que el malestar se vuelve mayor. Por eso, aprender a reconocer los síntomas tempranos de estrés es clave para mejorar su bienestar y prevenir problemas de conducta.
Una de las manifestaciones más comunes es el jadeo excesivo sin ejercicio previo. Si el perro respira con rapidez, con la lengua hacia afuera y sin haber hecho actividad física, puede estar intentando regular su ansiedad. También es habitual que se lame las patas o el hocico de manera repetitiva, un gesto que realizan para calmarse a sí mismos.
El cambio de comportamiento es otra señal importante. Un perro que siempre fue sociable puede volverse retraído o evitar el contacto visual; uno tranquilo puede empezar a ladrar de más o mostrarse irritable. Los gruñidos, aunque sean leves, también son un síntoma de incomodidad: no necesariamente agresión, sino una forma de decir que algo no le gusta.
La destrucción de objetos —morder muebles, ropa o lo que encuentran a su alcance— suele ser una respuesta al aburrimiento o a la ansiedad por separación. Si ocurre cuando se queda solo, puede indicar que el perro necesita una rutina más estable, mayor contención emocional o actividades que lo estimulen mentalmente.
Los cambios fisiológicos también hablan: pérdida de apetito, diarreas esporádicas, temblores o caída de pelo pueden asociarse al estrés. Aunque siempre conviene descartar causas médicas, estas señales suelen aparecer cuando el animal está expuesto a estímulos que no puede manejar, como mudanzas, visitas nuevas, ruidos fuertes o ausencia prolongada de sus dueños.
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En otros casos, los síntomas son más sutiles: bostezos constantes en situaciones de tensión, orejas hacia atrás, cola baja o movimientos lentos. Estas señales de calma son la forma que tienen los perros de pedir espacio o intentar relajarse.
¿Qué hacer si se detecta estrés? Lo primero es identificar el detonante. Puede ser un ambiente ruidoso, una mala experiencia previa, falta de ejercicio o simplemente que pasó mucho tiempo solo. A partir de eso, se pueden implementar cambios concretos: establecer horarios de paseo, sumar juegos de enriquecimiento ambiental (sniffing, alfombras olfativas, juguetes interactivos) y generar un espacio seguro dentro de la casa donde el perro pueda relajarse sin interrupciones.
La rutina estable ayuda muchísimo: alimentarlo siempre a la misma hora, evitar castigos y reforzar conductas positivas crea un entorno predecible que reduce la ansiedad. En casos más complejos, consultar a un veterinario o etólogo resulta fundamental.
El estrés no es un “capricho”: es un indicador de que el perro necesita apoyo. Y cuando sus señales se escuchan a tiempo, la convivencia mejora, el vínculo se fortalece y el animal recupera esa tranquilidad que tanto lo caracteriza. Porque entenderlo es la mejor forma de cuidarlo.



