Abrir la puerta del placard puede ser, para muchos, una experiencia frustrante: pilas de ropa desparejas, prendas colgadas de cualquier manera y accesorios que desaparecen justo cuando más se necesitan. La falta de tiempo y la rutina acelerada suelen hacer que acumulemos desorden sin darnos cuenta. Sin embargo, no hace falta dedicar horas enteras para recuperar el control. Con una serie de pasos simples y prácticos es posible transformar el caos en apenas media hora.
Lo primero es vaciar el placard por completo. Aunque parezca exagerado, sacar todo permite ver con claridad el espacio disponible y descubrir prendas olvidadas. Es también el momento ideal para separar lo que realmente usamos de lo que no. Una clasificación rápida en tres grupos ayuda a decidir sin vueltas: lo que se queda porque se usa con frecuencia, lo que está en buen estado pero puede donarse, y lo que está dañado o viejo y conviene descartar.
Con el placard vacío llega el momento de volver a llenar, pero esta vez de manera estratégica. El doblado vertical, popularizado por Marie Kondo, es un gran aliado: camisetas, sweaters y jeans quedan en posición vertical, ocupan menos espacio y permiten ver todo de un vistazo. Para quienes prefieren otra lógica, organizar por colores también aporta un efecto visual de orden y armonía.
Los accesorios pequeños suelen ser los grandes culpables del desorden. Cajas o contenedores —de preferencia transparentes— son perfectos para agrupar cinturones, pañuelos o ropa interior. La idea es que nada quede suelto y cada cosa tenga su lugar. Un detalle importante es reservar las perchas para aquellas prendas que más se arrugan, como camisas, sacos o vestidos, y dejar en los estantes lo más resistente.
El orden exprés no termina con esa primera media hora. Mantenerlo depende de incorporar pequeñas rutinas: dedicar apenas unos minutos al guardar la ropa lavada para doblarla bien, aprovechar los cambios de temporada para repetir la clasificación de lo que usamos y lo que no, y aplicar la regla del año: si una prenda no se usó en los últimos doce meses, probablemente no la necesitemos más.
El resultado se nota enseguida: un placard prolijo, donde todo está a la vista y al alcance de la mano. Más allá de lo estético, el beneficio es práctico: elegir qué ponernos se vuelve más rápido, evitamos compras innecesarias y la rutina diaria arranca con menos estrés. Porque un espacio ordenado también ayuda a sentirnos más organizados por dentro.

