Cómo es el "café oculto" ubicado en el Teatro Colón y cuál es su "menú cultural": platos inspirados en óperas y ballets, y música en vivo – GENTE Online
 

Cómo es el "café oculto" ubicado en el Teatro Colón y cuál es su "menú cultural": platos inspirados en óperas y ballets, y música en vivo

Blue
En el histórico Pasaje de los Carruajes, la confitería Blue combina patrimonio, arte y alta gastronomía, convirtiendo cada visita en una experiencia en la que el pasado y el vanguardismo se dan la mano.
Gastronomía
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En el corazón de Buenos Aires, donde el arte y la historia se cruzan en cada esquina, el Teatro Colón guarda un secreto que pocos conocen. Más allá de su majestuosidad y de su fama internacional, en uno de sus rincones late una joya que combina la elegancia de otra época con la frescura de la cocina contemporánea: Blue, la confitería que transforma una pausa en una experiencia sensorial.

El acceso es casi cinematográfico. A través del Pasaje de los Carruajes, ese corredor silencioso que une Tucumán con Viamonte, uno se sumerge en un universo de discreción y encanto. El arquitecto Francisco Tamburini lo diseñó a fines del siglo XIX como un refugio para la alta sociedad: un lugar donde las damas podían descender de sus carruajes sin que la lluvia arruinara sus vestidos, y donde las viudas encontraban la privacidad necesaria para asistir al teatro sin ser vistas.

El Teatro Colón, una joya argentina que aún tiene cosas por descubrir.
El Teatro Colón, una joya argentina que aún tiene cosas por descubrir.

Durante más de un siglo, por esos mosaicos antiguos desfilaron artistas, músicos y bailarinas del mundo entero. En 2004, con la gran restauración del Colón, el pasaje recobró su esplendor original, y con él renació su espíritu.

“Elegimos este espacio por su valor emblemático y cultural: es un lugar que representa la historia y el arte de Buenos Aires, y que conecta con nuestra identidad como empresa familiar de capitales 100 por ciento nacionales. Aunque no formamos parte del teatro, tener nuestra confitería Blue Pasaje de los Carruajes allí nos permite ofrecer una experiencia gastronómica única, en la que los sabores dialogan con el arte que se vive en cada función”, afirman a GENTE desde Blue.

Así es por dentro.
Así es por dentro.
Cada visita se convierte así en un recorrido que combina patrimonio, cultura y gastronomía de excelencia
Cada visita se convierte en un recorrido que combina patrimonio, cultura y gastronomía de excelencia

El ambiente Belle Époque está presente en cada espacio: los pisos de teselas venecianas de 1908, los vitrales y la iluminación tenue invitan a detener el tiempo. Cada detalle parece una puesta en escena donde la historia, la música y el sabor se funden en una misma melodía.

Uno de los voceros afirma que “los visitantes suelen sorprenderse por el emplazamiento: un espacio 'escondido' dentro de un monumento reconocido mundialmente. Muchos destacan la arquitectura original y, precisamente, la sensación de estar en un salón europeo de la Belle Époque”.

Cómo es el menú de la confitería oculta del Teatro Colón

Las cenas con un menú que cautiva la atención por los nombres de los platos.
Las cenas con un menú que cautiva la atención por los nombres de los platos.

La propuesta gastronómica es muy valorada: platos innovadores, productos de alta calidad y un equipo comprometido en ofrecer un servicio a la altura del lugar en el que se encuentra. El Teatro Colón es, ante todo, un templo del arte. Cada rincón respira historia, música, danza, arquitectura y emoción. Y con esa raíz se arma la cata que es una especie de conjunción entre gastronomía, ópera, ballet y pintura.

“No concebimos la cocina del Colón como un simple servicio gastronómico, sino como una extensión del arte escénico. Así como un tenor interpreta una partitura, nosotros interpretamos sabores, texturas y colores. Cada receta parte de una emoción, de un personaje, de una melodía. Así nació nuestro Menú Nocturno de la Confitería Blue Pasaje de los Carruajes, que no sólo acompaña las veladas del teatro, sino que a la vez se transforma en una experiencia sensorial que continúa después del aplauso”, explica.

“A lo largo de los años hemos desarrollado menús temáticos exclusivos cada vez que una obra llega al Colón. Buscamos que el público pueda 'saborear' la historia que está viendo.

"Cuando Marianela Núñez interpretó La Bella durmiente del Bosque, por ejemplo, creamos un menú que representaba su nacimiento con una burrata floral y praliné de frutos secos -símbolo de pureza y delicadeza-; luego, La Danza de las Hadas se expresaba en mini capeletinis blancos y uno negro de tinta de calamar y queso de cabra bailando en un caldo de parmesano transparente que aludían a la dualidad de la magia; y el postre, El Eterno Despertar, un moldeado en fresas, yogurt y pomelo con láminas de oro, rendía homenaje a la belleza que renace y a la bailarina en si”, describen puertas adentro.

Los curiosos nombres de los platos

Tortilla española con chorizo colorado, langostinos al ajillo y alioli ahumado.
Tortilla española con chorizo colorado, langostinos al ajillo y alioli ahumado.

“El público suele dejarse llevar por las emociones. Entre los más solicitados, destacan Otello, por su fuerza dramática y su sutil equilibrio entre el vino y la carne; La Bohème, por su melancolía dulce; y Noche en Bayreuth, que cierra la experiencia con intensidad y emoción. Cada servicio nocturno se convierte así en una función más del teatro en la que los sabores también cuentan historias”, comentan.

      •     Madame Butterfly: Sopa cremosa de kabutia con especias orientales (es un homenaje a la ternura y exotismo oriental de Puccini: dulzura, hogar y fragilidad).

      •     Carmen de Cádiz: Langostinos al ajillo con aceite verde y alioli (simboliza la pasión libre y vibrante de Bizet, símbolo de fuego y deseo).

      •     La Primavera de Botticelli: Ricotta salatta con zucchinis y flores comestibles (se relaciona al Renacimiento, la pureza y la armonía universal).

      •     Don Giovanni: Matambre de cerdo laqueado con manzanas y hinojos (enfoca en la seducción y el castigo del mítico libertino).

      •     El Lago de los Cisnes: Malfattis de espinaca con crema de albahaca (apuesta a la elegancia y tragedia romántica en clave minimalista).

      •     Otello: Lomo de res con salsa de frutos rojos y Malbec (transita la pasión, los celos y la fatalidad de Verdi).

Sopa de mariscos francesa, intensa y vibrante. Inspirada en Il Tabarro, el primer acto de Il Trittico, donde el drama flota bajo la superficie.
Sopa de mariscos francesa, intensa y vibrante. Inspirada en Il Tabarro, el primer acto de Il Trittico, donde el drama flota bajo la superficie.

      •     La Bohème: Risotto con queso brie, peras al chardonnay y rocas de parmesano (es un homenaje a la melancolía parisina: juventud, amor y pérdida).

      •     La Ninfa del Sur: Trucha patagónica en masa philo con crema cítrica de alcaparras (El arte y la naturaleza argentina como joya del sur.

      •     Noche en Bayreuth: Coulant de chocolate Valrhona con frutos rojos (La intensidad wagneriana en un corazón líquido y oscuro).

      •     Turandot: Granita de frutos rojos y flores comestibles (Belleza fría, misterio oriental y final poético).

Ravioli de ricotta y espinaca en un delicado brodo de parmeggiano.
Ravioli de ricotta y espinaca en un delicado brodo de parmeggiano.

La historia del Pasaje de los Carruajes

El Pasaje de los Carruajes es uno de esos rincones en los que Buenos Aires conserva intacta su historia. Mandado a construir en 1890 por Francisco Tamburini -el mismo arquitecto del Teatro Colón y la Casa Rosada-, funcionó como un acceso discreto para que la alta sociedad llegara al teatro sin exponerse al bullicio de la calle o al mal tiempo.

Una foto del Teatro Colón en 1908.
Una foto del Teatro Colón en 1908.

Su pisos de mosaicos venecianos y sus farolas originales aún evocan esa época dorada. En tiempos en que asistir al Colón era un acontecimiento social de primer nivel, el pasaje ofrecía privacidad y glamour.

Las damas descendían de sus carruajes protegidas de la lluvia, mientras los artistas y diplomáticos encontraban allí un punto de encuentro lejos de las miradas indiscretas. Era, al mismo tiempo, un pasadizo funcional y un símbolo de distinción.



 
 

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