Son números que conmueven: 45.780 kilos de alimentos, 2.086 empleos nuevos en la bolsa de trabajo, 1.200 egresados de los cursos de capacitación, 11.949 medicamentos, 164 mujeres albergadas bajo un techo seguro, 8.885 platos servidos con comida caliente. Son rayos de generosidad que nacieron en la parroquia de San Cayetano, en Liniers, desde el 8 de agosto de 2008 hasta el 6 de agosto de 2009. Un año de solidaridad concreta. Son 365 días de vivir como los primeros cristianos: hermanos en comunidad.
El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, lo dijo en la misa de este 7 de agosto, la fiesta del llamado Santo de la Providencia por los jesuitas: “Jesús no estaba en un lugar inaccesible, sino metido entre la gente, bendiciendo, curando, conversando, llamando a cada uno por su nombre…”. Centenares de fieles levantaban espigas, rosarios, botellas de agua, estampitas, mientras el cardenal hacía referencia al “mundo cruel” que “excluye borrando los rostros”. “En nuestra ciudad hay gente que tiene cabida y gente que sobra, que es dejada de lado como descarte en verdaderos volquetes existenciales. Cada día más personas duermen en la calle, en plena Plaza de Mayo”, señaló. Después de la misa, al mediodía, encabezó la procesión hacia la cancha de Vélez mientras bendecía la extensa fila de fieles, pacientes en la espera hasta llegar al santo. Siempre a su lado, el párroco Gerardo Castellano (47) invitaba a los creyentes a extender sus brazos hacia Bergoglio, el purpurado cercano (en todo sentido), el que viaja en colectivo.
Después de bendecir un humilde asado para muchas bocas peregrinas, Castellano intenta explicar a GENTE el revuelo que generaron las palabras de Benedicto XVI sobre la pobreza: “Cada año, el Papa envía un mensaje previo a la colecta Más x Menos. Esta vez hizo referencia a la pobreza escandalosa, y quizás sonó como un concepto más fuerte o a alguien le interesó sacarlo más a la luz. Lo cierto es que si lo que pasa en San Cayetano se contagiara a los niveles más altos del poder adquisitivo, político y social, éste sería otro país”.
DIEZ AÑOS CON LOS POBRES. Tenía 30 años y apenas uno de sacerdote cuando Gerardo Castellano llegó a San Cayetano, en 1992, como vicario: “Conocía el santuario de oídas, pero hasta que no estuve acá no entendí lo que significaba”. Se quedó cinco años, hasta que tuvo su propia parroquia, Nuestra Señora de la Visitación, en Nazca y Páez, barrio de Flores. Cumplido otro lustro, Bergoglio lo llamó: “Está vacante San Cayetano... ¿Qué te parece?”. Y le dijo la verdad: “Me encanta y me da miedo”. Corría 2002, un año difícil, y la parroquia ya era gigante: asistentes sociales, santería, radio, gráfica, editorial, y nueve horas y media de actividad permanente: cinco misas diarias de lunes a sábados, ocho los domingos. Pasaron diez años y muchas historias lo conmovieron. Por ejemplo, cuando ordenaba las donaciones y encontró medio paquete de arroz. Esa es, para él, la ofrenda verdadera: un hombre que da poco, pero es su todo. “Para el pobre, el futuro es esta noche”, resume el sacerdote, que en sus pocos ratos libres disfruta de la lectura y de los mates dulces que ceba María, una de sus colaboradoras, encargada de embolsar los alimentos recibidos.
–¿Cómo es dirigir uno de los templos con más convocatoria del país?
–A mí me salva la gente. La exigencia es mucha, pero el rato que puedo estar en el templo escuchando, confesando, haciendo bendiciones, redescubro para qué me necesitan. Sin ánimo de ofender a nadie, me acercan mucho más a Dios algunos peregrinos de San Cayetano que muchos Católicos (con mayúsculas) que participan en los grupos, movimientos e instituciones, y van a misa todos los domingos.
–¿Qué lo conmueve de San Cayetano?
–El era abogado civil y canonista, hijo de un conde, nacido en el siglo XV, y trabajaba en el Vaticano… Una vida promisoria. Pero cuando empieza a notar las mezquindades de su entorno elige donar todo lo que tiene y dedicarse a cuidar a los enfermos de la peste. Hasta vende su biblioteca para pagar el sueldo de los médicos. Decide vivir con lo necesario para el día y de allí su confianza en la Providencia. También es especial la aparición de la Virgen en una Navidad, cuando le entrega al Niño Jesús. Me imagino que habrá pensado: “Si podés cuidar a los pobres, podés cuidar también a mi hijo”.
–¿Por qué este santo está tan arraigado en la Argentina?
–En la crisis del año ’30 alguien le pidió a San Cayetano por sus cosechas, y a cambio se comprometió a difundir la devoción. Fue en ese momento que se sumó la espiga. De ahí que la Providencia, en la Argentina, se traduzca en pan y trabajo. Pero no se refiere a un pan que me llegue “de arriba”: queremos trabajo para ganarnos el pan.
–Liniers reúne a miles y miles de personas en San Cayetano, fenómeno que se repite también en la peregrinación a Luján. ¿La fe es comunitaria?
–Sí, porque es una fiesta, es como el cumpleaños del santo, y nadie festeja solo. Se comparten el mate, la carpa, las anécdotas de la vida. Festejar es parte de la expresión religiosa, y el origen de la devoción siempre es una acción de gracias: el peregrino experimentó que San Cayetano responde.
–¿La fe mueve montañas?
–Estoy convencido de que es así, a pesar de los incrédulos. Los argentinos descendemos de los barcos y somos un poquito europeos; a veces, todo lo afectivo y el contacto físico nos resultan raros. Como los que dicen que los hombres no lloran: que vengan dos minutos a San Cayetano y verán que no tienen razón…
–El peregrino pide trabajo y pan, pero ¿qué necesita?
–Caminar, esperar, tocar la imagen, ver la vela encendida, recibir un abrazo… Acá no prendió lo de la comunión en la mano y suspender el saludo de la paz por la gripe. ¡Acá te besuquean todos! (risas)
Sin nombrarlo habla de Carlos Mugica, el sacerdote tercermundista asesinado en 1974, al citar una de sus frases preferidas, el único relato bíblico sobre el Juicio Final: “Tuve hambre y me diste de comer…”. El asegura que su comunidad la vive todos los días: con el vecino enfermo, con el comedor que se abre… Castellano entiende al devoto de San Cayetano: “Hay personas más ilustradas que pueden preguntarse qué necesidad hay de estar una semana pasando frío en la vereda. Yo les respondo: ‘El peregrino de San Cayetano nunca va a juzgar tu modo de vivir la fe, así que vos no podés juzgar el de él’”.
–El lema de este año es “Con San Cayetano buscamos justicia, pan y trabajo”. ¿Su santuario es como un termómetro de la realidad social?
–Sí, pero nosotros no estamos haciendo sociología, sino religión: de qué manera el peregrino se relaciona con Dios siendo solidario con los demás. Nunca entra un camión de mercadería, sino una bolsita con alimentos, y después otra, y otra…
–La última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, ¿es una invitación a la caridad?
–Sí, pero alguien me explicó muy bien que el Papa está en el centro de Europa y, por lo tanto, para él la caridad sólo se explica si el que tiene más ayuda al que tiene menos. Pero no conoce nuestras barriadas: si un vecino sabe que otro no tiene para comer, estoy seguro que le lleva algo; y si está enfermo, lo va a ir a ayudar. La vida de los pobres es más evangélica.
Antes de despedirse, el padre Castellano asegura que aquí, en Liniers, el país duele: “En las misas del 9 de Julio cantamos el Himno y son muchos los que lloran”. Y vaticina: “Si de un día para otro este país se convirtiera en un Paraíso terrenal, en el que nadie pase hambre ni dolor, los peregrinos van a seguir viniendo, porque San Cayetano es su amigo, y a los amigos se los visita”.
El padre Gerardo Castellano acostumbra andar vestido de civil por su iglesia y por el barrio de Liniers. Pero el 7 de agosto se preparó en la sacristía para la misa principal, que concelebraría con monseñor Jorge Bergoglio.
El padre Castellano se levantó a las cinco y tomó unos mates con María, la fiel colaboradora que embolsa las donaciones. Hizo un alto para la lectura, en su departamento vecino a la iglesia, donde un retrato del padre Héctor Botán (uno de los pioneros del tercermundismo) se destaca en la pared. A las once ya estaba listo para la misa en la que secundó al cardenal Bergoglio.
Desde hace diecisiete años en Liniers (primero como vicario, luego como párroco), el padre Castellano conoce como nadie las necesidades de su barriada. Pero, además, se hace tiempo para los cientos de miles de fieles que cada 7 de agosto se acercan a San Cayetano.