La Escondida es una playa ATP (apta para todo público, por supuesto). Los "actos eróticos" están expresamente prohibidos desde su cartel de ingreso. El nudismo -o "naturismo", como prefieren llamar a la desnudez aquí- está reglamentado por ordenanza municipal, pero no es obligatorio. Cuerpos cubiertos conviven junto a otros despojados de toda ropa sobre
la misma arena. Son muchos Adanes y pocas Evas.
Sin carpas a la vista, la playa ofrece su propia desnudez. Perdida más allá de Chapadmalal, oculta bajo los acantilados y al reparo de voyeurs, fue habilitada para la práctica del naturismo el 15 de febrero de 2001 y goza del privilegio de ser la primera playa nudista de la Argentina. Además de la casilla de guardavidas reglamentaria, la única construcción aquí es un pequeño bar de madera donde se venden jugos recién exprimidos. Curiosamente, el mozo del local viste impecables bermudas."Quizá, de otro modo tendría problemas con el cambio chico…", sugieren algunos por lo bajo.
Las parejas caminan a orillas del mar tomadas de la mano. Hay chicos, jóvenes, señores mayores y también ancianos. Flacos y gordos. Turgentes, pero también flácidos. Esta playa es el fiel reflejo de la media nacional. No hay muchos 90-60-90, pero eso no importa. La gente se muestra tal cual es, con lo que les proveyó la madre Natura, sin inhibiciones.
La rutina en la Escondida no se diferencia de la que practican los turistas en el resto de las playas de la costa atlántica: toman sol sin cuidar demasiado las poses, disfrutan del mar, juegan a la paleta o toman mate. Los únicos que reparan en la desnudez ajena son aquellos que tienen sus cuerpos cubiertos. Y las comparaciones, siempre odiosas, resultan inevitables. El debate no es nuevo: "¿Por qué algunos tanto y otros tan poco?".
Muchos nudistas criollos se dicen "adelantados". No hablan de moda sino de "una forma de vida" que incluye también apagar el celular y poder disfrutar de la naturaleza desconectados del resto del mundo. Y aseguran que la tendencia cada vez gana más adeptos en el país. Aquí, en la Escondida, el incremento de nudistas se evidencia en las pieles blancas de los recién iniciados o los tímidos topless de las señoritas. Durante las charlas con los naturistas es imperativo mantener la vista siempre clavada en los ojos del interlocutor de turno e ignorar las picazones indiscretas. Los testimonios, aún anónimos, repiten siempre las mismas definiciones. Con los brazos en jarra y a calzón quitado -sin eufemismos-, hablan de "libertad", "pleno contacto con la naturaleza" y "aceptación de cada uno tal cual es". Se dicen "no provocadores" y detestan que se los trate de "exhibicionistas". "Nosotros no vamos desnudos por la calle porque entendemos que hay gente que se puede s
entir molesta. Nuestra desnudez está acotada dentro de los límites de nuestras casas y esta playa", aseguran ellos.

En la Escondida el nudismo no es obligatorio, pero los curiosos no son bien recibidos. La buena convivencia tiene sus bases en el respeto: siempre se debe mirar a los ojos.

En el ingreso, un cartel indica que están prohibidos los "actos eróticos". Las costumbres de los nudistas no difieren de las del resto de los turistas de la costa atlántica. Ellos también juegan a la paleta o toman mate con facturas mientras sus cuerpos arden al sol.