¡Que lejos estamos de Japón…! – GENTE Online
 

¡Que lejos estamos de Japón…!

Entre
nosotros y ellos hay, a lo sumo, 35 horas de vuelo. Sin embargo, las diferencias que nos separan del Japón se muestran eternas e intergalácticas. Diferencias que los miles de argentinos que viajen en 2002 al Lejano Oriente por el Mundial de Fútbol comprobarán en carne propia. Faltan nada más que poco más de cinco meses para que comience la fiesta: el domingo 2 de junio la selección de Bielsa debutará contra Nigeria en Ibaraki (al norte de Tokio).

Los japoneses dicen estar preparados en tecnología, turismo, organización, seguridad y miles de etcéteras más para recibirnos con los brazos bien abiertos. Yo acabo de llegar a Tokio, y es cierto. Los que planean viajar para alentar al equipo de Marcelo Bielsa aseguran estar listos también. Y eso no es cierto. Esta vez, no todo será cuestión de dedicarse a empacar metros y más metros de tela celeste y blanca para vestir a la hinchada. No. La preparación, en este caso, deberá ser mental: porque allá nos espera un mundo completamente diferente, un mundo que (a nosotros en especial) nos cuesta hasta imaginar. Acá, algunos ejemplos (propios y ajenos) que pueden ayudar.

VIAJAR Y MUCHO MAS. Lo primero que me sorprendió fue eso, el servicio a la hora de viajar. ¿Las diferencias? Todas. En Tokio -con sus 18 millones de habitantes-, se hace mucho más cómodo, rápido y barato moverse en las supermodernas redes de trenes y subterráneos que en auto. Por lo tanto, decidí viajar en subte para cubrir el entrenamiento de Boca Juniors. Primera sorpresa: No hay colas para sacar boleto, no existen, nadie las hace. Cada estación posee un sistema de máquinas automáticas que con sólo poner una moneda o un billete el pasajero consigue su ticket al instante por 150 yenes (1,20 dólar) el viaje mínimo. Eso hice. Fui a la máquina, puse 200 yenes y... ¡Oh, segunda sorpresa! ¡La máquina no sólo funcionaba sino que me dio el vuelto exacto! Quise sacarme la duda y cuando pregunté si alguna vez se descomponían, me miraron extrañados y dijeron: "¿Por qué habrían de
descomponerse?
". Claro, pensé yo, ¿por qué…? ]

HONESTIDAD BRUTAL. Otra cosa que me extrañó: no vi guardias ni personal de seguridad. Pregunté también al respecto. Respuesta: "¿Para qué gastar en eso si todos pagan su
viaje?
". Entonces, al salir, descubrí que como hay que pasar el boleto para entrar o salir, si alguien se hace el vivo viajando más estaciones de las que ha pagado, el molinete no se abre. Opción: Recurrir a una máquina que revalida el ticket al pagar la diferencia. Al volver noté otra cosa anormal: el transporte no se atrasa, jamás hay que esperar. En las horas pico de los días laborales, las formaciones circulan con una diferencia de dos minutos. Los fines de semana, se extiende a cuatro. Para ellos, el horario es algo sagrado… Al bajar, cuando regresaba, viví una situación que hubiera preferido no presenciar jamás: allá, por si alguien tiene mucho apuro (justificado, claro está) hay molinetes de vía libre. Vi pasar dos hombres por ahí. Al rato, los volví a encontrar. Estaban hablando. Eran argentinos.

NO EXISTEN LOS ROBOS.
Esta afirmación puede sonar exagerada. Pero no lo es. Cuando llegamos al hotel, mi compañero -el fotógrafo Maximiliano Vernazza- se dio cuenta de que había olvidado uno de sus bolsos en el asiento del vagón. Sí, tal cual lo leen. Pensamos en volver, en hacer la denuncia, en veinte intentos diferentes, pero finalmente me dijo:
"Mejor me olvido, ya está, fue, ¿dónde lo voy a encontrar?". Tiene razón, pensé, vamos a gastar tiempo y dinero sólo para nada. ¡E-qui-vo-ca-ción! Error. Al día siguiente viajamos a la misma hora, hacia el mismo lugar y -por casualidad- en el mismo tren. ¡El bolso! Sí, ahí estaba: en el mismo vagón, en el mismo asiento, como si lo acabara de dejar. ¿Qué había dentro? Una agenda electrónica, un grabador, una cámara de fotos digital, un buzo, un anotador, una birome y una radio. Todo, estaba todo. Y lo encontró 16 horas después.

LA LIMPIEZA, UNA RELIGION.
Lo único que se puede ver en las calles de Tokio son las hojas de los árboles que acaban de caer. En el piso hay sólo piso, no se ven papeles, ni excrementos perrunos ni nada. En cada esquina y a mitad de cuadra existen basureros para reciclar los residuos. Hay bocas para tirar los papeles, otra para las botellas y otra para las latas. Es el país que más desechos genera en el mundo y sus habitantes entienden que si la reciclan, le ahorran trabajo al Estado. De esta manera, los japoneses gastan menos y los impuestos no se elevan. En una de las tantas caminatas, un hincha de Boca se compró una lata de gaseosa y, cuando la terminó, la arrojó a la vereda. La gente que venía atrás lo paró y lo obligó a levantarla. Le indicaron el lugar donde tenía que tirarla y se fueron. En otra oportunidad, un colega me contó de lo más sorprendido su propia experiencia:
"Iba fumando en un taxi y cuando terminé, tiré el pucho por la ventanilla. ¿Sabés lo que hizo el chofer? Paró, se bajó, lo buscó por toda la calle, lo levantó, volvió a subir, lo puso en el cenicero y siguió
manejando
".

EL TIEMPO VALE ORO.
Viajar en taxi resulta un lujo: todos son último modelo, tienen calefacción, aire acondicionado, abren automáticamente sus puertas y saben cobrar por eso. Un viaje del aeropuerto de Narita hasta el hotel Intercontinental donde se alojó Boca, por dar un ejemplo, cuesta 450 dólares. Ese día estábamos en ese hotel, y necesitábamos llegar cuanto antes al nuestro para transmitir una nota. Sólo la bajada de bandera nos costó siete dólares. Al
Hotel Pacific, le pedimos en inglés. El hombre no dijo nada y arrancó. Cuando llegamos, un enorme cartel decía:
Hotel Preife. Estábamos en el lugar equivocado. Le dimos la tarjeta del Pacific (buen consejo: recordar siempre salir con una) para que leyera la dirección exacta y, finalmente, nos llevó. El reloj marcaba 40 dólares, pero sólo nos cobró 15.
"Pero nos dijeron que el viaje costaba unos 25 dólares", le insistimos.
"Pero les cobraré 15 por el tiempo que les hice perder", nos aclaró pidiendo disculpas e inclinando la cabeza.

CONFIANZA CIEGA.
Los libros no tienen estampillas blancas. Los compactos no vienen con sensores. La ropa no trae plásticos circulares. No hay cámaras filmadoras controlando los pasillos ni barras de metal al salir de los negocios. Nada de eso existe en Japón. ¿El motivo? Hay confianza ciega. Y eso, al mismo tiempo, es una de las cosas que más asombra a los turistas (en especial, a los argentinos). Una tarde libre fuimos a Akihabara, el barrio donde se encuentran todas las casas de electrónica. Entré a uno de los negocios procurando una radio digital, y como todo está expuesto en las puertas, salí sin darme cuenta con ella en la mano y terminé preguntando el precio en el negocio de al lado.
"Esto es suyo, no pertenece a este local", me dijo el vendedor. Entonces, fui al negocio correcto para pedir disculpas. Nadie me miró raro ni dijo nada. A raíz de esto, un fotógrafo que viajó el año pasado me contó una anécdota:
"La barra de Boca, eufórica por la conquista intercontinental, entró a un negocio para comprar un quimono. Los hinchas, asombrados por los precios (pedían 150 por el más barato y mil por el más caro), salieron del negocio llevándose los trajes puestos. Los vendedores los saludaban y se reían. Estaban seguros de que volverían a pagarlos. Por supuesto, nunca más los
vieron
".

RESPETUOSISIMOS.
El tránsito lo hacen entre todos. Y son millones. Unos 125 millones de japoneses, para ser más precisos. Todos usan autos último modelo y los hay para todos los gustos. ¿Las marcas? Ferrari, Porsche, Mercedes, Audi; todas máquinas infernales. Y a pesar de la velocidad que pueden alcanzar, nadie excede la máxima permitida. Tampoco pasan semáforos en rojo ni conducen si tomaron alcohol. El peatón es prioridad número uno y nadie se atreve a pisar una línea blanca. Claro que este respeto se lo tienen merecido: por más que no venga ningún auto, aunque sean las dos de la mañana y la calle esté desolada, no cruzan en rojo.
El medio de transporte más utilizado es la bicicleta. Y también resulta llamativo verlas en las puertas de los negocios, casas o edificios sin candado ni cadena. Para los ciclistas existen las bicisendas. Todas estas costumbres y servicios logran que los accidentes de tránsito sean tan poco comunes como los robos o los asesinatos.

LOS ABUELOS, PRIMERO.
Sí, Japón parece el país del revés. Porque otra diferencia atroz, quizá la mayor de todas, es que los jubilados son privilegiados. Ellos cobran unos 4.000 dólares mensuales. Además, tienen beneficios en casi todos los servicios: pagan sólo un diez por ciento en cines, teatros y medios de transporte (y vale para el subte y hasta un viaje en avión o en crucero). Y, fundamentalmente, se los respeta. Otra extraña diferencia: a pesar de que son millones, el índice de desocupación es muy bajo. Para ello, en Gotanda Ward hay una oficina llamada
"Hola, Trabajo" donde cientos de desocupados concurren al día para buscar empleo. ¿El resultado? Casi inmediato.

Honestos. Confiados. Educados. Limpios. Efectivos. Faltan poco más de cinco meses. Ellos están preparados para recibirnos. Nosotros, ¿estaremos listos para visitarlos?

Tokio, bajo la privilegiada vista del monte Fuji-Yama, la cumbre más alta del país. El respeto y la honestidad son la base de la convivencia de sus 18 millones de habitantes.

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Los alumnos de la escuela de fútbol Teikyo, este deporte allí está en plena expansión.

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El cronista de <i>GENTE</i> en el estadio de Yokohamas Marinos, donde se jugará la final del Mundial de Fútbol. Faltan casi siete meses, pero ya tienen todo preparado.

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