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“Los artistas tenemos exceso de vida, es difícil manejar los límites”

Publicado por
Redacción Gente

Hermoso de a ratos, terrible por momentos: el día es una metáfora de su vida. Llevamos dos horas de entrevista, ya van ocho cervezas y apenas empezamos a desgajar el mundo en un desaforado intento por entender ciertas cosas. ¿La muerte? Ese otro mar, esa otra flecha. Y el mundo del que hablamos, al costado, es una suerte de milhojas compuesto por infinitas contradicciones. Hay tempestades como la que nos envuelve en el Catedral mientras charlamos, y hay luces psicodélicas que parecen venir de un escenario en llamas. Hay rock y una cita de Alejandro Sanz.

Un poco tímido, un poco descarado, le pregunto a Fernando Ruiz Díaz (41) si podemos seguir con la entrevista un tanto más. “Lo que quieras”, responde. Al rato asoma un mozo y con naturalidad pregunta: “¿Pedimos otra?”. Y marchan dos cervezas más. Invitado por Personal, el cantante y líder de Catupecu Machu llegó a Bariloche junto a Agustina Sosa (26), su novia desde hace cuatro años, más precisamente desde el estreno de la última Star Wars, en el 2005. “Siento que me la presentó mi viejo, aunque no pudo conocerla”, dirá en el mismo momento en que algunas lágrimas exijan atravesarle el rostro y pararlo de frente a un llanto que prefiere contener.

“No hablo mucho de esto, ¿viste?”, se excusará, como si fuera necesario justificar la emoción. Con más de quince años recorridos junto a su banda, Fernando Ruiz Díaz es una bola de energía desbordante. Siete discos editados, cientos de shows en todo el mundo, amistades que uno podría juzgar peligrosas –si el exceso de vida es un peligro–, y mucha música brotando de su cuerpo. Amante del Art Déco y eximio coleccionista de muñecos (tiene un “altar” en el que están Johnny Cash, un maestro Yoda y Morpheo, el de Matrix interpretado por Laurence Fishburne).

Además, técnico electricista, especialista en instalar ventiladores de techo hasta que su hermano Gabriel (35) tuvo la idea de armar una banda: él tocaría el bajo y Fernando sería el cantante, compositor y guitarrista. Así nació Catupecu Machu, en el ’94. El porqué del nombre es una pregunta que Fernando prefiere no recibir, y tiene su origen en un invento de los hermanos Ruiz Díaz: es un nombre de animales improvisado por Gabriel para zafar de un oral durante una lección de Geografía en el secundario.

No obstante, los integrantes siguen diciendo que es algo que simplemente surgió y quedó. Después, ya bautizados, llegó el éxito, el reconocimiento y el dolor; paradójicamente, una de las cosas más sabidas: el 31 de marzo del 2006, Gabriel tuvo un accidente de auto y desde entonces no le fue posible continuar en la banda, que siguió tocando, sin importar el mar, sin importar el barco, “porque eso hacen los músicos”.

Pero fue difícil no caer después de esa madrugada en que Gabriel, junto con César Andino (cantante del grupo Cabezones), perdió el control de su auto tras una curva en las avenidas Sarmiento y Libertador, golpeó contra un cartel y se estrelló contra un árbol. Gabriel sufrió fractura de cráneo posterior y anterior, y estuvo mucho tiempo en terapia intensiva. “Muy pocas posibilidades de sobrevivir”, era el pronóstico, afortunadamente incumplido.

Andino, por su parte, se fracturó ambas piernas pero no tuvo daños irreversibles. Gabriel todavía lucha, en un arduo trabajo de recuperación que da mínimas treguas. “Ahora logramos que vea de un lado, porque se dañó mucho la vista”, dice. Hablará también del accidente, del rock, del destino, de la muerte...

–Están por salir de gira con Catupecu presentando Simetría de Moebius, el último álbum. Después de quince años con la misma banda, ¿cómo hacés para no aburrirte?
–Nos divertimos mucho porque hacemos que así sea. Yo siento que la música tiene ganas de vivir con nosotros, nos atraviesa. Es como la naturaleza: sucede. Después, el hombre hace jardines.

–El escritor y crítico literario George Steiner escribió que la música puebla nuestra vida de sentido y no tiene ningún significado.
–Y es hermoso. Es algo tan etéreo... Está en el aire. Mi viejo una vez me dijo una cosa que me mató: “La música vuelve una reunión en fiesta”.

–¿Cuando componés lo hacés pensando en esa frase, o hay libre interpretación?
–Cuando leés algo, no sabés qué quiso decir el tipo, pero capaz te llega. Con la música es lo mismo. Sting decía en una nota que cuando escribió el tema Every Breath You Take lo hizo pensando en la dominación enfermiza: “Cada vez que respires/ cada paso que des/ cada vez que mires la Luna/ voy a estar ahí mirando/ te voy a vigilar”. Ydespués veía que la gente se casaba con ese tema, que lo cantaban las parejas enamoradas... Y Sting reflexionaba: “Me quiero matar”. Cada cual interpreta lo que quiere.

–¿Cuáles son las “cosas de goce”? En tu tema con ese nombre decís: “Amanecer en la calma...”.
–Son relativas... Por ejemplo, con lo de mi hermano ahora logramos que viera de un lado, porque se dañó mucho la vista y lo tuvimos que operar. Y yo tengo que hacer un gran esfuerzo para entender que eso es disfrutable, que es algo bueno.

–Suena contradictorio que un rockero diga que el goce es amanecer en la calma.
–Los dos momentos del día que me gustan son la mañana y la noche, que no son compatibles entre sí. Pero el gran arte de uno es hacer que convivan esas cosas.

–No parece nada sencillo. ¿La vida del músico de rock es más peligrosa que la de los demás?
–Es una montaña rusa emocional. Es peligrosa porque la vida lo es, y eso hace que sea interesante. Mi hermano tuvo un accidente de auto y yo no dejé de manejar. Uno se vive salvando: cuando cruzás la calle pasan coches y estás a cuarenta centímetros de la muerte.

–El nacimiento es el primer día de nuestra muerte...
–Nacés y te morís, todos lo sabemos. El tema es entenderlo. Brad Pitt decía en Troya: “Los dioses nos envidian porque somos mortales”. La finitud de la vida es lo que da el sentido.

–Y a la vez es lo que nos hace pensar que nada tiene sentido...
–Es difícil. Yo estaba disfrutando con mi hermano, estábamos ensayando, porque veníamos a tocar a Bariloche... y un día me llaman y me dicen lo del accidente de Gabriel. Y yo fui a ver el arbolito contra el que chocó... Boludo, es un arbolito así (entonces muestra un mínimo círculo que forma con sus dedos)... Eran diez centímetros y mi hermano seguía de largo. ¿Y cómo es? En los millones de posibilidades que había, pasó eso. Lo podemos ver como que nos estamos salvando o que nos estamos muriendo.

–¿Cómo hacés para entender que la diferencia eran diez centímetros?
–Mirá: mi papá me llevó a ver el estreno de Star Wars en el ’78. Y pienso que ahí ya me estaba hablando del budismo: lo veía a Yoda y me volvía loco. ¡Un Buda! Mi viejo, Rubén, murió en el 2004. Era un capo, un Catupecu más: aunque era doctor, cantaba impresionante... Y cuando estrenan la última Star Wars en el 2005, que Anakin se convierte en Darth Vader, para mí es un día muy de mi viejo... (empieza a hablar entrecortadamente, entre la confusión de la memoria y la emoción del recuerdo; entonces llora, o casi). No hablo mucho de esto... Yo ese día la conocí a Agustina: me la presentó mi viejo, ¿entendés?

–¿Cómo fue?
–Fui a la avant première y no tenía ganas de que me viera nadie, pero había colecciones privadas de muñecos de Star Wars. Entonces fui a ver la exposición y ahí Agustina me hizo una nota para televisión. Por eso digo eso... Pero claro, es una manera de ver el mundo casi desde el realismo mágico.

–¿Pero cómo aplicás el realismo mágico a las cosas negativas?
–Los orientales dicen que cuando pasa algo es una manifestación de cosas que tenemos adentro. Nosotros tomamos un Amoxidal 500, vamos al síntoma. Después de lo de Gabi yo no estoy equilibrado, lo sé. Mi hermano es la mitad de mi cuerpo.

–¿Cómo era Gabriel antes del accidente?
–Es un chabón que vivió cincuenta vidas en una. Se tiraba en paracaídas, hacia bungee jumping, no tenía miedo... y hoy sigue peleándola.

–¿En qué etapa de la recuperación está?
–Está en la casa de mi vieja. Va a un centro de rehabilitación de cubanos. Tiene su gran entrenador, Pablo, un cubano increíble. Lo de Gabriel no lo entendí nunca... ni lo voy a entender. Simplemente lo vivo.

–Imagino que el caso Cerati te pegó de manera particular. ¿Lo conocías?
–Sí, claro. Cuando tocamos cuatro temas antes de Depeche Mode (en el Personal Fest 2009), después bajé y me quedé mirando a Depeche junto a Gustavo. Fue muy lindo. Siempre tuvimos muy lindas charlas, y además me encanta Soda. Ojalá se recupere pronto. En los Cerati veo a nuestra familia.

–Pareciera que hay una especie de destino empecinado con la historia del rock, o de los rockeros
–Los artistas tenemos exceso de vida. Hay que pensar que es difícil manejar el límite. A mí me gusta tomar alcohol como a cualquiera, y de pronto pasás a tener todas las barras que quieras, todas las cosas de golpe, y uno tiene que aprender a controlarlas. Tenés todo, pero todo es mucho.

–¿Lo peligroso será tener talento?
–Seba Cáceres (actual bajista de la banda) me dice que vivir es para los valientes. Es como dice Alejandro Sanz: vivir es lo más peligroso que tiene la vida.

–¿Te gusta Sanz?
–Esa frase es buenísima. También escucho Cuando nadie me ve. Uno tiene que estar abierto... Si no, sos una bola de prejuicios.

–Gustavo Cordera, el líder de la Bersuit, dijo alguna vez que Ricky Martin le parecía muy buen artista.
–Es que tiene temas buenísimos y el tipo es un dedicado. Otro caso: una vez fui al Club del Vino y daba un show Jorge Drexler. Yo no lo escuchaba, pero estaba él con la guitarrita y me vi un show alucinante tomando un buen tinto. Ya no quiero perderme cosas por prejuicios, prefiero confiar en que todo puede estar bueno.

–Un optimista.
–Totalmente. Si no lo fuera no estaría tomando algo ahora, después de lo que le pasó a mi hermano. Soy un optimista de hecho, no de discurso.

Tal vez, después de todo, la felicidad esté en creer que algún día va a llegar.
–La plenitud es un estado. Hay gente que dice: “Voy a viajar a ver si encuentro tal cosa”... Y no: el templo sos vos. Si estás atormentado, lo vas a estar adonde vayas. La plenitud es hacer que absolutamente todo esté bueno.

–¿Y cómo se logra?
–Hay que saber mirar. Como me dijo una vez Leo Cachafaz, un amigo, mientras íbamos al cine: “Fer, si viniera el Diablo a tentarnos en este momento, ¿con qué carajo nos tienta?”.

...todo nuevo. A dos mil metros de altura, en el parador Lynch del Cerro Catedral, Fernando enfrentó el frío patagónico a puro gusto.

“Con Agus logramos hacer un equipo bárbaro... Y con lo complicado que soy yo para convivir, creo que ya se ganó el cielo”, dice Fernando sobre Agustina Sosa, su novia desde hace cinco años. Modelo de la agencia Segundo de Dirección (86-61-90 y 1,72 de altura), se conocen desde el estreno de la última Star Wars (La venganza de los Sith, en el 2005), cuando ella le hizo una nota para un canal de música. “Siento que me la presentó mi viejo, que no pudo conocerla”, cuenta Fernando.


Antes del accidente, la formación original. Al frente, Fernando, frontman nato. Atrás, a la derecha, su hermano Gabriel Ruiz Díaz, quien fue bajista, productor e “ideador” de la banda. “El alma de Catupecu es Gabi”, repite Fernando una y otra vez.