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“Recién hoy, a los 52 años, siento que mi familia puede estar orgullosa de mí”

Publicado por
Redacción Gente

Dicen que Silvia Pérez trae una larga historia para contar.
–Y no te mintieron. Vengo de dar muchísimas notas en el Festival de Cine de San Sebastián y siento que cada charla con la prensa es como una corta terapia. Todo lo que me preguntan me hace reflexionar y pensar.

–Tenemos más de 45 minutos. Podés arrancar.
–Bueno, en las terapias uno comienza trabajando el hoy. Y, la verdad, tengo un presente muy lindo, lleno de emociones: siento que la vida me está recompensando. Estoy tan feliz que me la paso llorando... ¡Mirá...! Ya me estoy emocionando y todavía no te conté nada…


Es que Anahí Berneri, la directora de Encarnación, la convocó para contar una historia muy parecida a la suya. En el film, Silvia es Erni, una ex sex symbol que se niega a aceptar que su popularidad está en declive y que ya nadie la llama para trabajar, que sufre la indiferencia de sus pares, que vive la angustia de envejecer y los prejuicios de su familia… El cuento estuvo tan bien contado que, a casi veinte años de su retiro, sorprendió y maravilló a la crítica: ganó el premio a la Innovación Artística en el Festival de Toronto, Canadá, y fue el único film nacional que compitió por la Concha de Oro en la edición 55ª del Festival de Cine de San Sebastián. No se llevó el premio mayor, pero obtuvo una distinción: el Fipresci, el galardón que entrega la asociación de críticos internacionales. Para volver a empezar, nada mal…

–Y a vos también te abandonó la profesión.
–No, la dejé yo, por elección. Pero reconozco que cuando quise retomarla sentí que era tarde. Me puse a estudiar teatro con Carlos Gandolfo, arranqué de cero, y fue muy duro. Un día hice una improvisación que creí brillante y me mató. Delante de todos, porque eran clases grupales, donde había pibes chicos que recién empezaban y hasta me admiraban, me dio con un palo. ¡A los 50 años no me podía estar pasando eso! “Estuviste bien. Pero vos viniste acá para sacarte de encima a Silvia Pérez y yo la sigo viendo”, me dijo.


–Durísimo.
–Sí, hasta pensé en no volver más. Pero me iba a ganar. Soy muy perseverante, así que hice de tripas corazón y regresé.

–Bueno, parece que dio resultado: ahora la crítica te llena de elogios…
–¡Y no sabés lo que fue cuando se terminó de proyectar la película en San Sebastián! Sala llena, una luz blanca que me apunta a la cara y cinco mil personas aplaudiéndome de pie. Nunca lloré tanto. Esta peli fue lo más importante de toda mi carrera.

–¡Mirá! Creí que tu momento de gloria había sido en los ochenta, en tu época de chica Olmedo...
–Yo no lo viví así. Por empezar, renegaba mucho de ese rótulo, me enojaba. Yo era actriz, había empezado con Sofovich. No me sentía una chica más de las tantas que rodeaban al Negro. Este momento, en cambio, sólo es comparable al día en que fui elegida Miss 7 Días: tenía 18 años, nadie me conocía, estaba sola y gané. Ahora me pasa lo mismo: volví con un protagónico después de haber abandonado mi carrera. Ya nadie me recuerda y muchos ni me conocen, y me elogian.

–Habláme de las semejanzas y diferencias que encontraste con tu personaje.
–Una de las diferencias es que a ella la deja la profesión cuando le llega el paso del tiempo. A mí, en cambio, me agarra el paso del tiempo cuando pienso en volver a la profesión. Ja, ja, ja… Los años los tengo bien asumidos: soy vegetariana desde los 20, hago yoga y meditación, sólo eso. Para no haberme hecho ningún tratamiento y no haberme inyectado nada, no me puedo quejar… Porque tengo sólo dos cirugías: una de párpados –porque me llené de arrugas de tanto tomar sol– y otra de lolas; me las hice ni bien llegó la operación, cansada de ponerme algodones en los corpiños ¡porque en ese tiempo ni los rellenos existían! No reniego de la edad. Es más, me gusta que pasen los años y seguirme reconociendo frente al espejo: estoy más vieja, pero ésta soy yo.

–Sin complejos…
–Ninguno.

–Todavía no me dijiste ni un parecido.
–Será porque no me gusta hablar del pasado, de lo malo… Pero sí, los tengo. Sufrí muchísimo el prejuicio de mi familia. Nunca me apoyaron. Ni mis hermanas ni mis viejos. Yo estudiaba traductorado de inglés y arquitectura, imaginate. Que de repente salga a mostrar mi cuerpo públicamente, no les cayó muy en gracia. Mi mamá, Lucy, se empezó a copar un poco conmigo cuando dejé todo para viajar a la India. Me escuchaba cuando hablaba de Sai Baba como si estuviera purificando un poco mi alma. Ja, ja, ja. Y mi viejo –un ser único pese a los tantos José Pérez que figuran en guía– tiene, a sus 82 años, una sabiduría muy oriental. La primera vez que habló de mi pasado fue cuando se enteró de que viajaría a España por esta película. “Y, no cualquiera de Olmedo va a San Sebastián, ¿no?”, fue todo lo que dijo. Y no hacía falta más. La verdad es que recién hoy, a los 52 años, siento que mi familia puede estar orgullosa de mí.

–No debe haber sido fácil seguir adelante con una carrera teniendo a todos en contra.
–Para nada. Pero no tenía opción: pensá que a los 22 años ya tenía una hija, Julieta. Y si bien a Santiago Bal, que es su papá, nunca le reclamé nada ni guardo rencores, hay una realidad innegable: nunca estuvo demasiado presente. Imaginate que en esa situación no iba a cambiar toda la plata que ganaba haciendo televisión, teatro y cine para contentar a mi familia...

–Hay algo de tu historia que todavía no entiendo: por qué dejaste la profesión y por qué volviste…
–Dejé todo cuando murió el Negro Olmedo. Tuve una gran angustia, que me llevó a fantasear con el suicidio. Y yo no me podía perdonar tener esos sentimientos, teniendo una hija maravillosa como la que tenía. Empecé a preguntarme qué es la vida, me di cuenta de que trabajaba sin saber a dónde iba... Una amiga me dijo que iba a viajar a la India para conocer al Sai Baba y para allá me fui: ese viaje fue salvador, me dediqué a alimentar mi espíritu, a reencontrarme… Y volví porque, así como un día me sentí mal siendo actriz y me dediqué a la espiritualidad, llegó un momento en que lo espiritual solo tampoco me llenaba. Volví al país y me anoté en las clases de teatro de Carlos Gandolfo. El final de esa historia ya lo conocés.

–Cuando murió Olmedo, ¿qué eras de él?
–Su pareja. El día que pasó eso, yo le había dicho que no quería saber más nada… Mirá: hacía rato que El Negro no tenía ganas de vivir… De todas formas, por la intimidad que yo conocí de él, por lo que supe al haber estado en Rosario con sus amigos, por haber compartido tantos momentos grossos juntos, no estoy habilitada a contar ciertas cosas. Pero no me sorprendió lo que pasó. El Negro era una persona amada por todo el mundo, por todo el país, pero le costaba muchísimo dar amor. Su infancia, las cosas que le pasaron, lo hicieron así. Para que te des una idea, el primer regalo que le hizo a mi hija fue una estatua de jade. Julieta era chiquita y me miraba sin entender nada. Hoy todavía la tiene y la valora, pero en ese momento era un regalo casi ridículo... Cuando murió El Negro, yo me sentía su viuda, y el duelo fue largo. Olmedo fue un padre para mí y para mi hija. Fue mi amigo, mi amante, mi compañero, mi referente… El Negro y Pablo Codevilla fueron los hombres que más me marcaron en la vida.

–Nunca lo hubiera imaginado…
–Con Pablo estuve siete años. Tuvimos una relación larga y muy linda. Es muy loco, porque nunca más nos cruzamos, ni en eventos, en ningún lado. Quiero mucho a mis ex parejas. Guardo los mejores recuerdos de todos ellos.

–Me contaron que hoy estás sola.
–Sí. Hace dos años corté con la peor pareja que tuve en toda mi vida. ¡Pero tengo tantas ganas de estar con alguien...! Y creo que hoy se puede dar, porque yo estoy distinta, más madura. Por lo general tuve novios mucho más grandes o mucho más chicos.

–¿…?
–Bueno, no los conoció la prensa, pero salí con chicos bien chicos, mucho más jóvenes que yo. La ventaja de estar con un péndex es que te tienen en un pedestal, son más sinceros, no vienen con mambos anteriores, no tienen vueltas. Y la gran contra es que de entrada sabés que esa relación no va a ser duradera… Si va en serio, te plantean el tema de los hijos y, la verdad, yo ya estoy para ser abuela… Hoy creo que puedo encontrar una pareja estable. Me di cuenta de que soy una persona fácil: soy fiel, sensible, compañera. Mientras me respeten mi momento de meditación, en el que no jodo a nadie, yo soy feliz. Por eso digo: ¿por qué no voy a encontrar un hombre que me quiera? Además, piensen: van a estar con una ex sex symbol nacional devenida actriz de película. ¡Guauuu! Eso no suena nada mal, ¿no?

–No…

Dice que por fin, con este protagónico de cine, pudo sentirse actriz. Ahora va por un amor que la acepte como es: sensible, compañera, fiel e independiente.

Olmedo fue un padre para mí y para mi hija. Fue mi amigo, mi amante, mi compañero, mi referente… El Negro y Pablo Codevilla fueron los hombres que más me marcaron en la vida”.

En la alfombra roja del Festival de Cine de San Sebastián, junto a Martina Juncadella (actriz) y Anahí Berneri (directora).