Escucha la pregunta de Revista GENTE, mira de reojo hacia el cielo y mueve la cabeza de izquierda a derecha. Hasta que, de repente, el doctor Daniel López Rosetti (67) deja escapar esa sonrisa que todos le conocemos a través de los medios: una sonrisa que no sólo tranquiliza, sino que esclarece. ¿Qué le preguntó Revista GENTE? Algo básico y a la vez fundamental que el periodista no puede dejar de preguntar cuando de una experiencia emocional se trata: “¿Qué siente hoy?”.
-¿Qué siento hoy? -reitera.

-Sí, ¿qué siente hoy, a casi dos años de haber visitado el Valle de las Lágrimas, aquel fin de semana de febrero de 2024?
-Que realmente fue una de las experiencias más importantes de mi vida. Algo impresionante y extraordinario de principio a fin. Es que se juntaron muchas cosas, ¿viste? De la vida, de la filosofía, mil cosas. Pero hay algo más… Si bien el lugar siempre me atrajo por haber seguido las noticias y con los años ese interés se fue alimentando en todos, yo tengo un extra: soy piloto comercial de avión, con lo cual el accidente aéreo propiamente dicho, para mí también era un motivo de análisis aeronáutico.

-Léase que experimentó la dualidad que experimenta cualquier médico al que abordan a diario en su consultorio. Esa que va desde el aspecto profesional al humano.
-Tal cual. Porque, además del interés y costado humano que todo esto despierta, me surgían preguntas del estilo: ¿Qué pasó y cómo pasó? Es decir, apuntadas a hacer un debriefing (informe posterior) de la accidentología, vinculado con la solidaridad y también con la aviación en general. A todos los pilotos nos invadían las dudas. ¿Por qué sucedió? ¿El clima? ¿La potencia de los motores? En ese sentido, para mí fue impactante llegar al Valle de las Lágrimas e imaginar el vuelo y su contingencia, tanto desde la cabina como desde el habitáculo del avión. Significaba ponerme en la vivencia de quienes iban a bordo, de los muchachos, sí, pero también de los pilotos, como si fuera uno de ellos. Todo con una potencia empática que atraviesa el tiempo. Ambos aspectos se me cruzaban.
“EL CABALLO VA A IR POR CAMINO DE CORNISA, PERO ÉL NO SE QUIERE CAER. ASÍ QUE ACARÍCIELO, TRÁTELO BIEN”

Como se le cruzan hoy, en Buenos Aires, las imágenes de aquella aventura “que el tiempo acrecienta a medida que va transcurriendo”. Entonces la inquieta mente de López Rosetti pronto lo traslada un par de veranos atrás, cuando de Telefe lo convocó a la travesía "y me subí a ella entusiasmada por completo junto a un equipo genial, para ponernos pronto en acción: el planeamiento, llegar a El Sosneado (el punto de partida en la provincia de Mendoza), extender el mapa para conocer hacia dónde partiríamos, el dron que nos filmaría…”. Una aventura de la que Revista GENTE -que la cubrió a la par- puede dar fe, penetró en lo más profundo del alma del querido médico. Como creemos poder dar fe también de ciertos sonidos guturales que emitía desde su garganta para romper la monotonía del camino pedregoso y generar una risotada general en la comitiva andina. “Pero no era yo, ¿o hay alguna prueba de que sí?”, vuelve a preguntar cuando le mencionamos el tema.
-No, aunque si El Manchado hablara, nos lo podría corroborar, ¿no le parece?
-(Risas) Mi querido caballo. Me acuerdo que el lugareño que me lo dio me dijo: ‘Téngale fe y confianza. Va a ir por un camino de cornisa, pero él no se quiere caer. Así que acarícielo, trátelo bien. No le ponga la mano adelante y no le tape los ojos, porque se puede asustar y hasta creer que es un ave’. Lo cierto fue que en muy pocos kilómetros ya me fui haciendo amigo de él. Porque la vida de uno dependía, como en el caso de ustedes, de un caballo. Ver su paso a un metro, a 70 centímetros, ¡a 50 centímetros de un precipicio!, resultaba intenso. Sin embargo, poco a poco, paso a paso, yo iba ganando en confianza y tranquilidad. En el atardecer y la noche del primer día, transitado medio camino, ya confiaba ciegamente en El Manchado. Me fui a dormir tranquilo para la segunda jornada. Bueno, dormir…

-¿Cuesta dormir bajo ese cielo, verdad?
-Tal cual. Te metés en la carpa y de repente te descubrís afuera de ella, tirado bajo la inmensidad del universo. Para colmo, además de piloto, yo soy aficionado a la astronomía... Ahí sí comprobabas lo infinitamente pequeño que somos y lo infinitamente grande que fue la experiencia de esos muchachos. Ese cielo es impecable, fuera de serie. No es casual que uno de los observatorios más importantes del mundo se encuentre ahí nomás, del otro lado, en Chile (el Paranal, perteneciente a la comuna de Taltal, región de Antofagasta .... Y en medio de todos los pensamientos que te abordan, las estrellas fugaces que pasaban a rolete. Todo se mezclaba en distintas dimensiones. Una vivencia muy fuerte. Lo que quiero decir es que se te acaban las palabras.
-¿Cuán aficionado a la astronomía es, doctor? Porque su mirada no puede ser la misma de alguien que no lo es.
-Tengo un telescopio interesante, ahora desmontado porque ando con refacciones en casa. Es un catadióptrico (dispositivo que usa tanto la refracción como la reflexión de la luz para mejorar la visibilidad), transportable a cualquier lado, al interior, a la costa, al sur. Lo extrañé allá, porque el cielo que se te aparecía ahí era indescriptible. Algo que, seguro, también vieron los sobrevivientes. Un cielo que nos acompañó cuando un rato antes pero ya de noche, cruzamos el Río Barroso, con el agua hasta la mitad del cuerpo del caballo y las piernas sumergidas, para encontrarnos con Adolfo “Fito” Struch, uno de los sobrevivientes, y hablar con él. Otra experiencia tremenda.

-Después llegó la cena en el Campamento Base El Barroso y descubrimos un nuevo resto metálico del avión, que había descendido por el Río Lágrimas desde el lugar del accidente, ¿se acuerda?
-Exacto. Esa noche fue increíble. Con mi equipo, con ustedes, con el resto de la comitiva. Todos nos mirábamos sin poder creer dónde estábamos. La sorpresa se multiplicaría al día siguiente, cuando retomamos el sendero hacia el glaciar donde cayó el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya aquel 13 de octubre de 1972. ¡Y ahí sí que hay varias partes de la nave, eh! Desde electrónicas hasta ojos de buey y bombas de presión. Muy potente.
-Zona sagrada.
-Lo hablamos, ¿te acordás? Al hablar con alpinistas entendés la diferencia. Lo normal al hacer cumbre en la montaña es que haya un festejo, alegría. Acá es totalmente distinto.
“AL PARARNOS FRENTE AL MEMORIAL , TODOS NOS FORMULAMOS LA MISMA PREGUNTA: ¿CÓMO SOBREVIVIERON LOS MUCHACHOS DONDE NO SE PODÍA SOBREVIVIR”
Pronto el doctor -hombre de andar erguido y alma curiosa en la montaña- vuelve a mirar de reojo hacia el cielo y deja escapar esa sonrisa que todos conocemos a través de los medios, pero ahora con un dejo de emoción. “Al ratito de llegar y permanecer en medio de donde ocurrió todo, a 3.550 metros sobre el nivel del mar, descubrir y pararte frente a esa pirámide con los nombres escritos -de un lado, los que quedaron, el pasado, la muerte; del otro, los que sobrevivieron y llegaron gracias a ellos- te aborda un momento de reflexión, de respeto, de admiración, de fe, de futuro, de ‘sí, podés’, de ‘sí, vale la pena’, de ‘aprendé de esto’. Ahí, como te dije se acaban las palabras. Quizá porque las palabras eran el silencio. Un lugar de reflexión. Vos lo viste”, se apasiona desde una especia de monólogo.

-Había una misa, gente tomada de la mano en un semicírculo…
-Otros que hablaban y tiraban una piedra al medio del lugar del accidente en señal de homenaje. Porque ahí parecía que el tiempo no había pasado. Para quien llegaba, la vivencia era presente, y esa reflexión invitaba a afrontar distinto el futuro. Sentí que se trataba de un lugar aleccionador, útil, en el que valía la vale estar para entender qué finalmente tiene sentido. Algo que muchas veces no notamos hasta que aparece un ganglio, un cáncer o un análisis malo. El Valle de las Lágrimas es un lugar muy especial para reflexionar. Por eso con el tiempo se convirtió en un sitio de peregrinación.
-Tal cual.
-Al principio, décadas atrás, no parecía, pero transcurrido el tiempo fueron apareciendo varios grupos de personas con distintos padecimientos que viajaban hacia allá. Es algo que hoy existe. Y me parece lógico, ya que se trata de un lugar tiene que ver con la superación. Sí, sí, sí, con la superación.

-Al principio mencionó que allí a usted se le juntaron muchas cosas de la vida, de la filosofía… ¿Por qué?
-Porque lo accidentológico se ve eclipsado por la vivencia existencial de lo que podríamos llamar, en algún sentido, un milagro, una epopeya. Los 16 sobrevivientes -y perdoná la cacofonía- sobrevivieron donde no se podía sobrevivir. Ése es el punto: entender de qué manera salieron adelante en condiciones tan extremas como las que afrontaron. Ahí arriba todos nos preguntamos ¿cómo lo hicieron? Y algo más que me planteé en voz alta: “¿Yo hubiera podido?” Seguro que vos también te lo preguntaste.

-Sin dudas.
-Por eso digo que se trata de un momento y un lugar bisagra. Al final de mis días lo voy a recordar como eso: un momento bisagra. De aprendizaje, de introspección, de respeto, de…
-¿De?
-Lo que pasa, Leo, es que se acaban las palabras. Vos lo viviste.

Fotos y videos: Martina Cretella
Redes sociales: Juan Rostirolla
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