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Una visita inolvidable

Publicado por
Redacción Gente

Beatriz es una de las monarcas más ricas del planeta: cinco mil millones de dólares sólo de fortuna personal, sin contar empresas y otros rubros no menos poderosos. Pero en Holanda sus súbditos la aman por su austeridad, su sencillez y su sensibilidad para con el pueblo. El viaje a la Argentina la tenía ansiosa: quería conocer, finalmente, la tierra de su nuera. Por eso llegó casi una semana antes de lo que marcaba el calendario de la visita oficial, para recorrer el Sur, disfrutar del paisaje y vivir “la Argentina en familia, con sus nietas y sus consuegros”, como deslizaron quienes acompañaron y sirvieron a la Reina durante esos días. Por el enorme cariño que siente por Máxima, Beatriz recorrió 11 mil kilómetros –de Norte a Sur y de Sur a Norte– para conocer y sentir la tierra de su princesa a quien –dicen– quiere como a una hija. Y se fue feliz: para ella este viaje fue mucho más que una visita de Estado. Tuvo una inmensa carga emotiva.

EN HOLANDES. En el Colón, Máxima no cantó el himno argentino, y sí el holandés. Hubo caras nativas agrias, claro. Pero los expertos en protocolo, disciplina rígida si las hay, explicaron que “así debe ser, porque ella es una princesa holandesa”. Después, las trompetas, la entrada de la reina Beatriz y la destreza del ballet Introdans tendieron un manto de olvido sobre el tema. Donde manda protocolo no manda patriotismo…


TODO EN NARANJA. Viernes 31, siete de la tarde, Salón Dorado del Colón. Encuentro de la Reina y su hijo con grupos de la comunidad holandesa: estudiantes, artistas y deportistas. El príncipe les preguntó cómo es vivir, estudiar y salir a bailar (sic) en la Argentina. Veredicto de los testimonios: todo aprobado. Y remate con risas frente a algunas anécdotas.
¿Y los bifes? Después de la gala en el Colón, la gran comida. Ostras, cazuelas de escabeche de salmón, jamón ibérico y blinis de caprese con muzzarella de búfala, pato o cordero a las finas hierbas con romero y milhojas de papas. Carne de vaca: prohibida. “Menos mal que en la Patagonia pudimos comer un buen asado”, dijo uno de los miembros de la comitiva holandesa. Decoración: ramos y guirnaldas de tulipanes, helechos, orquídeas, gladiolos, rosas, azucenas y liliums.

ASI TRABAJAN LOS QUEEN´S BOYS. Los equipos de logística de la reina Beatriz son la eficiencia hecha carne. Todos y cada uno de los minutos reales fueron organizados desde Holanda, incluidos varios viajes previos a la Argentina para verificar que las cosas salieran redondas. Responsables: el manager de la Corte, el consejero personal de la Reina, los encargados culturales del Palacio y el jefe de Seguridad. Chequeos: no menos de veinte. Lema de los quince custodios: “Error cero”.
¿Gorro, bandera y vincha? No: pollera, sombrero y guante. El atuendo básico, protocolar e inamovible de la Reina. Máxima alteró algunos detalles (telas de más peso y más tramado). A ella le encanta la moda y la tendencia. Pero en las cosas clave se sometió absolutamente a su poderosa suegra, muy clásica para vestirse.


LA GRAN GAFFE. Jobien Hekking, la agregada cultural de la Embajada holandesa, no disimuló sus lágrimas cuando supo que el presidente Kirchner faltaría a la gala del Colón. Sobre todo porque la reunión era en su exclusivo honor. “Nunca en su vida la Reina sufrió una ofensa mayor”, tronaron los funcionarios holandeses. Y no menos truenos y rayos descargó la prensa de Holanda. Tanto el príncipe Guillermo Alejandro como el embajador holandés en la Argentina, Robert Van Houtum, con las más esmeradas artes de la diplomacia, intentaron minimizar el faltazo presidencial, pero fue imposible. No hay goma que pueda borrar semejante manchón de tinta.

LA LISTA VIP. Invitados a la gala: Guillermo Jaim Etcheverry, Franco Macri, Teresa Bulgheroni, Santiago del Sel (gerente de Relaciones Institucionales de Zurich), Alberto Bellucci (director del Museo Nacional de Bellas Artes y del Museo de Arte Decorativo), Mauricio Wainrot (director del ballet del teatro San Martín), Bartolomé Mitre y Nequi Galotti, Marion y Jorge Helft (coleccionista de arte contemporáneo), Patricia López Aufranc (abogada y coleccionista de arte), Fernán Saguier (diario La Nación), Marta de Corral y Alejandro Cordero, Dudu y Hubertus von Thielman (Ediciones Larriviere), Luciano Miguens (presidente de la Sociedad Rural Argentina) y Mecha Miguens, Eduardo Costantini y su novia brasileña Clarise Oliveira Tavares, Julio De Vido, Alejandro Parente y Maricel De Mitri (primeras figuras del ballet del Colón). En el palco escoltaron a la reina Cristina Fernández de Kirchner junto a Daniel Scioli y Karina Rabolini. Más atrás, Jorge Telerman, Nilda Garré y Carlos Tomada.

LA VISITA DOLIENTE. La Reina, Máxima, el príncipe y Cristina Fernández de Kirchner (el Presidente también cantó ausente a último momento…) recorrieron la muestra Ana Frank: una historia vigente, en el Banco Nación. Doble congoja: el calvario de Ana en su altillo holandés y su muerte en el campo nazi de Bergen Belsen, y los 30 mil muertos por la última dictadura militar argentina. La senadora Fernández le explicó a la Reina qué fueron los centros de detención clandestina, qué son las Madres de Plaza de Mayo, y el juicio y las condenas a las cabezas del Proceso.

EN EL MALBA. A Su Majestad le encanta el arte, y no sólo para coleccionar: también es escultora. Esa pasión la llevó al Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, colección Eduardo Costantini), que ya había encantado a Máxima en sus viajes. Eduardo Costantini, emocionado y nervioso, le escribió una larga dedicatoria en tres libros-catálogo, y luego la invitó a ver las obras de Wilfredo Lam, Frida Kahlo, Diego Rivera, Antonio Berni, Emilio Pettoruti, Nicolás García Uriburu… y la curiosa instalación en un cuarto oscuro –llamada Universo electrónico– del argentino Edgardo Vardanera. Pero nada impresionó tanto a la Reina como La voracidad, de Antonio Berni (serie Ramona).

RECALADA EN TRES ARROYOS. Doscientos treinta invitados vip de la colectividad en la carpa instalada ad hoc en el Colegio Holandés de Tres Arroyos. Alguien mira desde la vereda: María Josefina Carricart, prima hermana de María del Carmen Cerruti, la madre de Máxima, que dice: “Somos una familia muy unida. Todos los años tenemos reunión de primas. A Máxima hace años que no la veo. No me invitaron, pero no es un garrón. Además, no estoy vestida a esa altura. ¡Ando de jean!”. La Reina, los príncipes y la comitiva llegan en el Tango 02. El intendente, Carlos Sánchez, les entrega las llaves de la ciudad. La visita dura poco más de una hora, pero Beatriz la aprovecha a full: canciones, charla con sus súbditos, aplausos, banderas naranjas. Luego, masitas, gaseosas (la Reina, copa de vino tinto…), empanadas de carne. Al final, tres hurras por Su Majestad.

¡SOMBRERAZO! A diferencia de otras reinas y princesas, Beatriz de Holanda no viaja con demasiado equipaje: entre ella y toda su comitiva (veinte almas), sólo cincuenta valijas. Pero varias de ellas están destinadas a una pasión que va más allá de las exigencias protocolares (los reyes deben llevar, siempre, cubierta su cabeza…): los sombreros. Las pamelas, para los españoles. Tiene, de ellos, un ejército inacabable e invencible. Dicen los expertos en realeza que su colección supera a la no menos copiosa de Isabel, la reina de Inglaterra. Autores: el holandés H.W De Winter y la belga Fabienne Delvigne, que también suele cubrir la cabeza de Máxima.

LA CLAVE ES EL CAMBIO. En una visita de Estado promedio, Su Majestad Beatriz se cambia tres veces por día. Esa maratón incluye, además de las prendas, perpetuos asistentes de vestuario, peinadora y maquilladora, que viajan con ella por todo el mundo. Pero hay otro personaje esencial e inamovible: su dama de compañía. Se llama Martine Van Loon-Labouchere, tiene casi la edad de su soberana, la acompaña, la asiste, la aconseja, y disfruta de un raro privilegio: viaja con ella en el auto o el carruaje real. No son menos importantes Bernard Bot, el canciller holandés, y el teniente general Andreas Blomjous, representante militar de la Corona. Pero ninguno de los dos llegará a la intimidad de Martine, que sabe, en vivo y en directo, de las risas, las lágrimas y las rabietas de su Gran Señora.

LA FLOR DE PALLAROLS. El viernes, la Reina desembarcó en la Plaza Dorrego, corazón y pulso de San Telmo, para conocer el taller del orfebre Juan Carlos Pallarols, autor de los regalos que se cruzaron la comitiva holandesa y la pareja presidencial nativa. Pero no llegó a destino: la gente fue, de pronto, muchedumbre y ruidoso remolino, y reina y orfebre no tuvieron más remedio que saludarse desde lejos: ella en la calle, él en el balcón de su fortín.

EL NOMBRE DE LA ROSA. Cuando se casó Máxima, el regalo de Pallarols fue una rosa de plata cincelada con arte sabio y manos privilegiadas. Y, según el orfebre, “tuvo tanto éxito que se me ocurrió una fusión de la flor emblema de Holanda, que no es el tulipán, como cree la mayoría de la gente, y el material con el que trabajo, el argento, que le dio el nombre a nuestro país”. (Nota: Argentina viene del latín argentum, que significa plata)”.

MEMORIA Y BALANCE. Lo más llamativo: la perfecta organización pre y pos visita. Un mecanismo pensado, aceitado y puesto en escena sin la menor falla ni sombra. Lo más apreciado: la sencillez y calidez de la Reina y los príncipes, protocolares y absolutamente en su papel, pero con más perfil humano que de cuadro. La batalla: los sombreros de la Reina versus los de Máxima. El color: predominó el naranja holandés. Lo inaudito: el faltazo de Kirchner a la gala en su honor, nada menos que en el Colón, adonde había sido invitado expresamente por Su Majestad. Lo más emotivo: la visita de Beatriz a la biblioteca Trapito de La Boca. Allí, sin figuras ni figurones, habló con los chicos con la naturalidad de una maestra de barrio. El récord: los 11 mil kilómetros argentinos que Su Majestad y los príncipes recorrieron en muy pocos días. Lo que más le gustó a la Reina, según le comentó a su nuera Máxima: San Telmo y La Boca “son muy pintorescos” y la colección de arte del Malba. Lo que quedará en algunos corazones para siempre: la visita de Beatriz a la comunidad holandesa de Tres Arroyos, donde todavía se oye el grito de “¡Vino la Reina, vino la Reina!”.

En la gala del viernes 31 en el Teatro Colón ofrecida por la reina Beatriz en honor del presidente Kirchner –que faltó a la cita y ni siquiera se excusó–, Cristina canta el Himno Nacional, mientras Máxima guarda silecio. La princesa, que ya tomó la nacionalidad de su marido, entonó el himno de los Países Bajos.

Máxima llega al Teatro Colón con su marido, el príncipe Guillermo Alejandro conservando la distancia protocolar detrás de la reina. Su vestido strapless fue admirado por todos los presentes. En Europa, su elegancia es reconocida por la prensa, que siempre la cita como una de las princesas mejor vestidas.

Una de las asistentes reales le alcanza la cartera a Máxima, poco antes de dejar el Alvear Palace Hotel, donde se hospedó con la Reina y Guillermo.