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“Ya les dije a mis tíos y a mis abuelos que me esperen con un rico asado”

Publicado por
Redacción Gente

Si es difícil jugar en Inglaterra? No… Lo difícil era jugar en la canchita de Fuerte Apache, donde me crié. Porque allá, cuando tenías la pelota y la aguantabas… ¡te cortaban con un vidrio! La patada más chica era en la nuca. Después de haber pasado por eso, jugar en Inglaterra es un lujo…”. Lo dijo, por radio y más de una vez, Carlos Tevez. El hombre que –sin ir demasiado atrás, sin hablar de Boca o de la campaña brasileña, y sin saber balbucear una palabra de inglés– salvó del descenso al West Ham, levantó la copa de campeón con la roja camiseta del Manchester United (el club más poderoso del mundo, el más rico en euros, dólares y cualquier moneda fuerte), y repitió la escena en Moscú, tras derrotar al Chelsea por penales y consagrarse el mejor de Europa. Y siguen las firmas, porque es posible que lo mejor, lo más grande, la gloria a la enésima potencia, recién empiece… Sí. La galera del mago Carlos Tevez, señoras y señores, es inagotable.

FUERTE APACHE. Sus primeros dieciséis años los pasó, los gozó y los sufrió en el Nodo 1, Departamento L, primer piso, Torre B de Barragán 214, Barrio Ejército de los Andes. Nombre noble. Ecos marciales hay en él. Pero la pobreza y la violencia lo rebautizaron como Fuerte Apache, como llaman a la seccional de policía del barrio más bravo de Nueva York, inmortalizado en una película cuyo uniformado héroe era Paul Newman. Fuerte Apache. Barrio cruel. Casa modesta aquella de los Tevez, gente de trabajo. Casa donde un fuego encendido, una olla de agua hirviente y una distracción le tallaron al bebé Carlitos una cicatriz eterna en el cuello. Después, el dinero y la gloria pudieron haberla borrado (pagando el mejor cirujano plástico del mundo), pero no quiso. La sigue llevando, como un recuerdo y como una medalla. Como otra de las medallas de oro y las copas que supo conseguir.


LARGA DISTANCIA. Hoy vive en Prestbury, la zona residencial más glamorosa y cara de Manchester, a 250 kilómetros al oeste de Londres. Pero su dedo índice no deja de agotar las teclas del teléfono, primero con el código 0054 (Argentina), y luego con los números que lo conectan a su vida y sus afectos. Con su padre, Segundo Raimundo Tevez. Con su madre, Adriana Martínez. Con sus cuatro hermanos menores, Diego (como el 10, el más grande), Miguel, Ricardo y Débora. Y después, con sus amigos de la entera vida. Los del fútbol, los del vidrio “cuando aguantabas la pelota”.

Todavía, en el vestuario –el lujoso vestuario– del Manchester, cuyos once jugadores ganan, juntos, lo suficiente para comprar algún país de este planeta, Carlitos no se atreve a poner Sin palabras, el tercer disco de Piolavago, el grupo de sus hermanos y amigos –“por respeto y, además, porque aquí nadie entiende español”, dice riendo con sus dientes torcidos, que también se niega a enderezar.


EL PASADO NO SE TOCA. Le pagó, con mano abierta de nuevo millonario, el pasaje a todo el grupo musical –salvo a Diego, el hermano, a punto de ser padre–, para que conocieran Europa y compusieran nuevas letras... Fue como una transfusión de sangre Fuerte Apache-Manchester. Y alguien le oyó decir en esos días: “Si me hablan mal de Fuerte Apache me da bronca, porque los que critican ni siquiera entraron al barrio. Para mí, sigue siendo mi lugar en el mundo. En ninguna otra parte puedo comer los asados que hacen mis amigos. Nací y me crié allí, y me encanta demostrarle a la gente que es un sitio como todos, y donde yo tengo todo: mis abuelos, mis tíos, mis amigos”.

MEMORIA Y BALANCE. Increíble, pero cierto. Carlos Tevez, cuatro títulos en Boca: Copa Libertadores 2003, Copa Intercontinental 2003, Apertura 2003, Copa Sudamericana 2004. En la Selección (lo que más ama), Sudamericano Sub-20 2003, Preolímpico y Juegos Olímpicos 2004. En Corinthians de Brasil, lo imposible: ídolo en la tierra de Pelé y Garrincha (y de tantos monstruos) después de ganar el Brasileirão 2005. De aquellos días recuerda. “Fue una etapa muy linda de mi vida, porque cuando estaba en las inferiores, lo único que quería era ser campeón con Boca. Y me di el gusto de ganar casi todo lo que jugamos. Brasil fue muy importante en mi carrera, porque después de eso llegó el salto a Europa”. Eso, dicho sin soberbia. Con la misma naturalidad con que tararea una cumbia…

EL HOY DORADO. Carlos Tevez. Apenas 24 años. Millonario, y listo para duplicar o triplicar su fortuna. Orgulloso, “porque mi hija, Florencia, de tres años, está estudiando en un colegio inglés”. Adorado por la prensa de medio planeta. Feliz con su mujer, Vanesa Mansilla. Todavía pellizcándose para comprobar si está o no despierto: dos títulos en menos de quince días, a saber... Domingo 11 de mayo, el de la Premier League, y miércoles 21, en Moscú, el de la Champions League, donde pateó con clase el primer penal (el más difícil, el que abrió el camino) para batir al Chelsea, y como siempre, repitiendo el rito: levantar la copa con las dos camisetas, la del Manchester y la celeste y blanca, con su hija en brazos, para que nadie-nadie-nadie se olvide de que él, Carlos Tevez, es argentino.

Nunca, ni en los momentos más duros de su vida, Carlos dejó de sonreír”, juran familia y amigos. Y él camina, graba cada imagen en su memoria, y repite, bajito: “Estoy soñando, estoy soñando”, mientras se seca el sudor y vigila a Florencia, no sea que se le escape de las manos.

Y se queda allí un rato largo. Es el último en recorrer la pista de atletismo cuando las tribunas están vacías y la noche moscovita se cierra, definitiva, y sus compañeros están bajo la ducha. Y agrega entonces: “Este festejo no estaba preparado: me acercaron la camiseta argentina y me la puse. Y que esté mi hija es lo mejor que pudo pasarme, porque todo lo que hago es para ella”.

PALABRAS DE CARLITOS.
–¿Sabés que sos el primer argentino que gana la Libertadores, la Intercontinental y la Champions?
–Sí, me lo dijeron hace un rato. La verdad, no llevaba la cuenta, pero estoy muy orgulloso.

–¿La última vale más?
–Sí, porque juego para un equipo inglés pero soy argentino, y de alguna manera estoy representando a mi país. Aquí, si juego bien o mal, siempre soy “el argentino”. Nadie se olvida. Y tampoco se olvidan de mi nombre.

–¿Te pesa más o es lo mismo?
–Es diferente. Pero también fue especial la Intercontinental que jugué con Boca, porque era el primer torneo importante… Pero recién cuando tenés la copa y la medalla en la mano te das cuenta de lo que pasó.

–¿Cómo sigue tu vida?
–Me quedo unos días de vacaciones en Europa, para descansar con mi mujer y mi hija. Hay muchos lugares que queremos conocer, porque cuando estás jugando no podés ir muy lejos.

–¿Después volvés a la Argentina?
–¡Claro! Si no vuelvo a mi país, no son vacaciones. Ya les dije a mis tíos y a mis abuelos que me esperen con un rico asado. Y después quiero subirme a un escenario y tocar el nuevo disco de Piolavago. ¿Lo escuchaste? ¡Es el mejor de todos!

Terminó el partido. Ganó el Manchester. Tevez levanta la copa y luce la medalla. Pero con la camiseta del Seleccionado argentino, y en Moscú. Nadie más internacional, pero siempre de Fuerte Apache…

Con la medalla de la Champions y Florencia, su hija de tres años.

Con Diego (el Chueco), uno de sus hermanos, en la canchita del barrio, y luciendo la camiseta de Estrella del Uno, su primer equipo.