El BMW Z4 siempre ocupó un lugar particular en el mundo del automóvil: no por ser el más práctico ni el más tecnológico, sino por encarnar una idea simple y poderosa de libertad. Desde su primera aparición en 2002, su perfil bajo, su capota plegada y su motor de seis cilindros se convirtieron en una postal reconocible para toda una generación que creció soñando con manejar un roadster así.

Ahora, más de dos décadas después, ese símbolo llega a su despedida. BMW anunció el BMW Z4 Final Edition, una serie limitada y cuidadosamente configurada que marcará el cierre definitivo del modelo. No habrá segundas chances ni reediciones: se fabricará entre febrero y abril de 2026, en cantidades mínimas y con una configuración única en la que el cliente solo podrá elegir una cosa: si lo quiere manual o con la caja automática Steptronic de ocho marchas.
La historia del Z4 merece su propio capítulo. Debutó en 2002 como el sucesor natural del Z3, aunque con una personalidad totalmente distinta. Más serio, más deportivo, más adulto. Su diseño de capot largo y cola corta parecía una caricatura perfecta de lo que un roadster debía ser, y su comportamiento acompañaba: posición de manejo baja, eje trasero vivo y una rigidez estructural inédita para la época.
En esa primera generación hubo también un Z4 M Roadster que todavía hoy emociona a quien lo manejó: 330 caballos del motor del M3, tracción trasera y menos de cinco segundos de 0 a 100 km/h. Un pequeño salvaje.
La segunda generación, estrenada en 2009, cambió el libreto: apareció el techo rígido retráctil, una rareza que le daba doble personalidad, mitad coupé, mitad descapotable. Ganó espacio, ganó tecnología y marcó el primer uso del sistema iDrive en un roadster de la marca.

La tercera y actual generación llegó en 2018, presentada en Pebble Beach, con la vuelta al techo de lona y una estética más moderna. La estrella fue el Z4 M40i, impulsado por un seis cilindros en línea de tres litros con turbo, un motor que hoy ya es una especie de unicornio en tiempos de electrificación.
A simple vista, la Final Edition impacta. BMW eligió un tono Individual Frozen Black que parece hecho para la noche: una pintura mate profunda que resalta cada línea, cada volumen, cada guiño de diseño que convirtió al Z4 en un clásico moderno. El contraste llega con el Shadowline Package -detalles en negro brillante en la parrilla, las tomas de aire, los retrovisores y la salida de escape- y una capota Moonlight Black que completa el gesto teatral.
Hay un detalle rojo que se repite como una firma: las mordazas de los frenos M Sport, visibles detrás de un juego de llantas que también tiene su propio show. Adelante, 19 pulgadas; atrás, 20. Una postura agresiva, plantada, de esas que ya desde la vereda anuncian que este auto no está hecho para mirar, sino para manejar.

Puertas adentro, el Z4 Final Edition elige un lenguaje emocional, casi artesanal. Hay costuras rojas que recorren el tablero, la consola y los paneles de las puertas como si fueran una continuidad del latido del auto. Los asientos M Sport combinan cuero Vernasca y Alcantara, y en el umbral de las puertas aparece el recordatorio inevitable: “Z4 Final Edition”.
En un mundo donde casi todo tiende a lo práctico, lo eficiente y lo conectado, la despedida de un roadster puro como el Z4 tiene un sabor especial. No desaparece solo un modelo: se apaga una forma de entender el auto como objeto emocional, íntimo, casi cinematográfico.
BMW eligió despedirlo sin estridencias, pero con respeto. Y sobre todo con un mensaje claro: no todos los autos están hechos para durar para siempre, pero algunos merecen una última vuelta en silencio, con estilo y sin arrepentimientos.


