Las milanesas de pollo son uno de los platos más queridos de la cocina argentina. Fáciles, versátiles y adoradas por grandes y chicos, tienen, sin embargo, un punto crítico: lograr que queden doradas por fuera, cocidas por dentro y todavía jugosas.
El error más común es usar pechugas demasiado finas o pasarse de cocción. El resultado: una milanesa seca, sin gusto. La solución está en tres claves simples que transforman el resultado sin esfuerzo.
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1-El corte correcto: ni demasiado fino ni grueso
El grosor ideal es de 1 centímetro. Si la pechuga queda muy delgada, el calor penetra demasiado rápido y seca la carne antes de que se dore. Si está muy gruesa, el rebozado se quema mientras el centro queda crudo.
Un truco profesional: abrir la pechuga al medio tipo “libro” y golpearla suavemente con un martillo o palo de amasar, solo para nivelar. Así se cocina pareja y conserva la humedad.

2-El marinado: el paso que casi todos olvidan
Antes del empanado, dejar las milanesas reposar 30 minutos en una mezcla de leche, ajo, perejil, sal y un chorrito de limón.
La leche ablanda las fibras y evita que el pollo se seque durante la cocción. Además, realza el sabor y ayuda a que el rebozado se adhiera mejor.
3-La cocción: temperatura y paciencia
El secreto final está en el fuego. Para fritura, el aceite debe estar entre 160 y 170 °C: lo suficientemente caliente para dorar sin quemar. Si burbujea suavemente al introducir la milanesa, está perfecto.
Otra opción es el horneado crocante: colocar las milanesas sobre una rejilla, rociarlas con aceite y cocinarlas 15 minutos por lado a 200 °C. El aire circula y las dora parejo, sin perder jugo.
Si preferís freírlas, un tip profesional: dejarlas descansar dos minutos sobre papel absorbente antes de servir. Ese pequeño tiempo permite que los jugos se reacomoden y la carne conserve su humedad interna.
Tip GENTE
Servilas apenas doradas, con limón o puré de papas —el acompañamiento perfecto— y vas a notar la diferencia: tiernas, crocantes y sabrosas.
Porque, como en casi toda buena receta, el secreto no está en complicarse, sino en entender el detalle que cambia todo.