Isabel II de Inglaterra: a tres años de su muerte y casi cien años de su nacimiento, los 8 mayores escándalos y enojos de su reinado – GENTE Online
 

Isabel II de Inglaterra: a tres años de su muerte y casi cien años de su nacimiento, los 8 mayores escándalos y enojos de su reinado

Fallecida el 8 de septiembre de 2022, dejó un reinado marcado por momentos que impactaron al mundo: desde la muerte de Diana y la llegada de Camilla hasta el Megxit, incendios en palacios y divorcios de sus hijos. ¿Las frase que la distinguía?: “El deber de la corona es proteger a la nación, incluso cuando sea difícil”.
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En 8 de septiembre de 2022 el mundo despidió a Isabel II tras siete décadas en el trono británico. Su figura atravesó guerras, crisis políticas y transformaciones culturales, convirtiéndose en símbolo de estabilidad. Sin embargo, detrás de la corona hubo una mujer de carne y hueso, con decepciones y crisis que marcaron su reinado.

A casi cien años de su nacimiento y tres de su muerte, su vida sigue siendo analizada en libros y series. Desde la tormenta de Lady Diana y Camilla hasta el Megxit con Harry y Meghan, pasando por el "annus horribilis" de 1992, los desplantes de mandatarios y las acusaciones contra su hijo Andrés, la longeva representante de la Corona enfrentó momentos familiares y políticos que pusieron a prueba su temple.

Este repaso revive los ocho capítulos más controversiales de una monarca que, pese a todo, nunca perdió la compostura pública y se mantuvo como la roca de la Corona.

Entre su hijo Carlos y su nuera, Diana. Una controversial relación que marcó su reinado.

El matrimonio del príncipe Carlos con Diana Spencer, celebrado en 1981 ante más de 750 millones de espectadores, parecía ser la gran postal de estabilidad que la Corona necesitaba. La joven maestra de jardín se convirtió rápidamente en ícono global, desplazando a la familia real a un segundo plano. Pero lo que empezó como un cuento de hadas terminó transformándose en una pesadilla para Isabel II.

El deterioro del vínculo entre Diana y Carlos fue seguido minuto a minuto por la prensa. Las infidelidades de él con Camilla Parker Bowles y la vida paralela de ella, relatada en entrevistas y en la famosa biografía autorizada por Andrew Morton, desataron una tormenta mediática que golpeó directamente a la reina. “Queríamos un final feliz, pero no lo tuvimos”, reconocería uno de sus asesores años después del divorcio de 1996, un golpe sin precedentes en la historia reciente de la monarquía.

Camilla junto a la reina Isabel II en 2012. "No quiero verla en casa", dijo Isabel antes de resignarse a su relación con el príncipe Carlos.

Tras el derrumbe del matrimonio de Carlos y Diana, la figura de Camilla Parker Bowles se convirtió en la gran preocupación de Isabel II. Durante años, la soberana se negó a recibirla en palacio, convencida de que su sola presencia erosionaba la legitimidad de su hijo como heredero. “No quiero verla en mi casa”, habría dicho en una de sus reuniones privadas.

La prensa británica explotaba con titulares sobre la “otra mujer”, y cada aparición pública de Camilla era acompañada de abucheos. Isabel sabía que la popularidad de la Corona estaba en caída libre y que la sombra de Diana aún pesaba en el pueblo. En 1999, cuando Carlos y Camilla aparecieron juntos por primera vez en público, la reina decidió ausentarse deliberadamente de un evento familiar, gesto leído como un mensaje claro.

Recién en 2000, durante una fiesta organizada por el rey Constantino de Grecia, Isabel accedió a compartir un espacio con Camilla, un hito que los diarios catalogaron como “el comienzo del deshielo”. Pero aún en 2005, cuando Carlos finalmente se casó con ella, Isabel mostró su incomodidad al delegar en su hijo el protagonismo de la ceremonia.

La aceptación de Camilla fue uno de los capítulos más difíciles de la reina, que durante décadas se resistió a darle un lugar. Paradójicamente, en 2022, poco antes de morir, Isabel sorprendió al declarar su deseo de que Camilla fuese llamada “reina consorte”. Una capitulación final que dejó en claro que, en la monarquía, incluso la soberana más férrea debía aceptar lo inevitable.

El discurso del ‘annus horribilis’ de Isabel II, hace treinta y tres años, días después del incendio del Castillo de Windsor, cuando decidió comenzar un largo camino de vuelta hacia la recuperación de la confianza de los británicos.

En un discurso poco habitual, Isabel II definió a 1992 como su "annus horribilis" (año terrible). Por esos tiempos tres de sus hijos -Carlos, Ana y Andrés- atravesaron separaciones y divorcios que llenaron las tapas de los diarios con escándalos sexuales y acusaciones de infidelidad. Como si fuera poco, el 20 de noviembre, un incendio devastó el castillo de Windsor, residencia histórica de la familia.

Las imágenes del fuego arrasando la capilla privada y los salones principales recorrieron el mundo. La polémica estalló cuando se supo que la reparación correría en parte por cuenta del erario público, lo que provocó furia en los británicos en plena recesión económica. La reina, por primera vez, accedió a pagar impuestos personales y abrió al público el Palacio de Buckingham para financiar las obras.

Ese mismo año, el libro de Andrew Morton sobre Diana y la publicación de fotos íntimas de la princesa Sarah Ferguson hundieron aún más la imagen de la monarquía. “1992 no es un año que recordaré con placer”, confesó Isabel en un gesto inédito de vulnerabilidad. El "annus horribilis" fue el año en que la soberana más estoica del planeta mostró que ni la corona podía escapar al desgaste del escándalo.

La reina junto a su hijo Andrés, salpicado por las denuncias al magnate Epstein, condenado por tráfico sexual de menores. Lo obligó a retirarse de la vida pública.

El duque de York, tercer hijo de Isabel, fue protagonista del que muchos consideran el escándalo más dañino de la monarquía en el siglo XXI. Su amistad con el magnate Jeffrey Epstein, condenado por tráfico sexual de menores, salpicó directamente a Buckingham. En 2019, una entrevista concedida a la BBC en la que Andrés intentó despegarse de las acusaciones terminó siendo un desastre. Su frase “no recuerdo haberla conocido” sobre una de las denunciantes se volvió viral y objeto de burlas.

La reina, impactada, lo obligó a retirarse de la vida pública. En 2022, Andrés fue despojado de todos sus títulos militares y patronazgos reales. Aunque llegó a un acuerdo extrajudicial millonario en la demanda civil que lo involucraba, el daño a la institución ya estaba hecho. “Fue devastador para ella”, reveló una fuente de palacio. Isabel, que siempre defendió a sus hijos en público, esta vez no pudo evitar la tormenta: había quedado claro que ni siquiera la corona podía blindar a un príncipe de un escándalo global.

Con Harry y Meghan, antes de que pasara el temblor.

La salida del príncipe Harry y Meghan Markle de la familia real en 2020 fue una de las mayores crisis contemporáneas para Isabel. La pareja denunció racismo y falta de apoyo institucional en una explosiva entrevista con Oprah Winfrey que recorrió el mundo. “Hubo preocupaciones por el color de piel de mi hijo”, reveló Meghan, generando indignación internacional.

Isabel, en un comunicado breve pero calculado, respondió: “Los recuerdos pueden variar”, para distanciase de aquella opinión. Una frase medida que escondía malestar. Según allegados, la reina consideraba que Harry la había traicionado al ventilar problemas familiares en televisión.

La fractura entre hermanos, con William del lado de la institución y Harry convertido en un outsider, dolió especialmente a la soberana, que siempre defendió la unidad entre los suyos. El término “Megxit”, acuñado por la prensa, simbolizó no solo la fuga de los Sussex, sino también la incapacidad de la monarquía para adaptarse a un nuevo siglo sin perder piezas en el camino.

El vínculo entre Isabel y Margarita fue muy estrecho desde la infancia. No obstante, cuando la primera empezó a ser tratada como la heredera, tras la abdicación de su tío Enrique VIII, y comenzó a recibir una educación diferente, sus vidas empezaron a distanciarse.

La princesa Margarita, hermana menor de Isabel, fue durante años la gran protagonista de titulares escandalosos: romances prohibidos, fiestas hasta el amanecer y un carácter que contrastaba con la disciplina de la reina. El primer gran choque ocurrió cuando quiso casarse con Peter Townsend, un divorciado, algo inaceptable en los años 50. Isabel, presionada por la Iglesia y el gobierno, se negó a darle su bendición. “Fue la decisión más dura de mi vida”, confesó después.

Los rumores de excesos, alcohol y deslices continuaron durante décadas, generando incomodidad en palacio. Aunque Isabel protegía a su hermana en público, en privado sufría con frecuencia: “Ella sentía que Margarita ponía en riesgo la imagen de estabilidad que tanto costaba mantener”, relató un biógrafo.

La relación entre ambas osciló entre el cariño fraternal y la frustración de la reina frente a los constantes titulares negativos. La “rebelde royal” fue, durante años, el espejo de todo lo que Isabel detestaba mostrar de sí misma.

En 2002, antes de una cena del Jubileo de Oro con el primer ministro británico Tony Blair, y los ex primeros ministros Margareth Thatcher, Edward Heath, James Callaghan y John Major.

Aunque Isabel fue símbolo de cortesía, no faltaron momentos en los que la diplomacia se tensó. En 1976, durante una visita a Canadá, grupos independentistas protestaron abiertamente contra su presencia. En 1991, en Washington, el entonces presidente George Bush padre la presentó con un discurso tan breve que quedó frente al micrófono sin palabras, generando incomodidad.

Más recordado aún fue su malestar con Margaret Thatcher, la primera ministra británica, con quien tuvo choques ideológicos en plena Guerra de las Malvinas. Isabel se incomodaba con el estilo confrontativo de la Dama de Hierro, aunque siempre mantuvo la compostura pública.

Estos episodios, aunque menores frente a los dramas familiares, mostraron otra faceta de la soberana: la de una jefa de Estado que no siempre podía disimular su fastidio ante desplantes, incomodidades o choques de poder.

Tras resistirse, finalmente salió a la calle para despedir a Lady Di.

Uno de los grandes desafíos lo largo de sus setenta años y 214 días como monarca sin duda se dio luego del 31 de agosto de 1997, cuando Diana murió en un accidente en París... Y se trató de una especie de rendición. Claro, porque luego de refugirse en Balmoral junto a sus nietos William y Harry, negándose a regresar a Londres en los días posteriores, debió reconsiderar la idea.

Mientras el pueblo, indignado, depositaba flores frente a Buckingham y exigía ver a su soberana y los diarios hablaban de “frialdad” y hasta se pedía su abdicación, finalmente respondió al pedido del entonces primer ministro Tony Blair, y se dirigió a la nación en un discurso televisado: “Lo hago como reina y como abuela”, dijo con un gesto solemne. Esa aparición calmó las aguas, aunque dejó en evidencia que, por primera vez, la institución tambaleaba frente a la figura carismática de una princesa que había sabido conectar con el pueblo más que la propia soberana.

Entonces Isabel regresó a la capital, caminó frente a las multitudes y se inclinó ante el féretro de Diana. Fue la primera y única vez en la historia que la soberana aceptó públicamente la presión popular, bajando la cabeza como símbolo de respeto. Ese gesto, que conmovió al mundo, a la vez selló para siempre la compleja relación entre la reina y la princesa del pueblo.

Fotos: Archivo Atlántida y redes sociales



 
 

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