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Argentinos de alto vuelo

Publicado por
Redacción Gente

Es de noche, pero el cielo de lona tiene una lechosa claridad. Después se pone rojo y deja traslucir sombras que lo cruzan: enormes sombras chinescas. Silencio. Sólo el opaco chirrido de unas ruedas deslizándose sobre rieles. El rojo se hace azul, y el azul se llena de estrellas, como en los primeros minutos del
Big Bang.

Abajo, alguien, entre la muchedumbre terrena que junta cuerpos y cabezas, alerta:
"Se rompe, se rompe". Sí. Se rompe el cielo, una lluvia de globos -¿planetas?- baja hasta las cabezas de ojos abiertos hasta la desmesura, y en el centro de un relámpago cegador, un hombre perfora la tela y pega un alarido. Abajo, los más viejos cavilan:
"Un símbolo del nacimiento del Hombre".

Pero De la Guarda no deja tiempo para muchas cavilaciones: hace llover más globos y pequeños juguetes, y roto del todo el cielo, empieza su frenética y caótica travesía por los aires. De la Guarda vuela, se pone de cabeza, camina por esas paredes que parecen un confín del Universo. De la Guarda grita, ulula, percute, patea, hace sonar tambores. No es orquesta: es tribu. Sus ruidos y sus voces y su música son atávicos, cavernícolas, víscera pura. Abajo, los más viejos siguen rastreando símbolos: "¿Principio del mundo, principio de la
especie?
". Pero una feroz tormenta los arranca de interpretaciones y filosofías: niebla, viento, truenos, lluvia (lluvia real, no virtual: lluvia de agua que moja). Inútil huir: no hay refugios. Inútil manotear paraguas: no hay. Es tonto huir o manotear: siempre viene bien un agua purificadora. 

Arriba, colgados y en racimo, como náufragos, seis o siete se balancean hasta encontrar una soga salvadora. Luego habrá una lluvia de papeles, y un enorme carro rodante se abrirá paso entre la muchedumbre y será escenario partido a gritos y patadas, y más tarde un De la Guarda, un
Villa Villa, abrirá sus brazos en cruz, siempre en el aire y sobre un vasto telón rojo sangre. Y los más viejos volverán a cavilar:
"La crucifixión". Y eternamente (sus cincuenta minutos parecen medio siglo: no hay respiro, no hay tiempo, nadie se atreve a mirar el reloj: todavía no fue inventado…) seguirán volando, y de pronto, en caída libre, capturarán a uno/una entre la muchedumbre y se lo llevarán a los cielos.

Un manojo humano, en medio de una tormenta de increíble verismo, se balancea en el aire y busca refugio, como en un naufragio. Abajo, el público vive la situación a pleno.

Dos volatineros bañados por chorros de luz: espectacular.