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La primera especie en abandonar el zoo porteño para volver a su hábitat natural

Publicado por
Redacción Gente

En la quebrada de los Valles Calchaquíes, el cóndor volvió a volar. Extendió sus alas como aquel 9 de octubre de 2015 en el que surcaba los cielos con la vista puesta en el horizonte, sintiendo la suave brisa en su pico, hasta que el mundo se le volvió negro: el sonido de una escopeta interrumpió su vuelo y el fortísimo impacto y la confusión lo dejaron tirado de costado, mirando unas rocas cercanas.

Por fortuna, Margarita Yapura y Silvio López, unos aldeanos de Luracatao (paraje rural del departamento de Molinos) lo encontraron así a orillas del río. Sorprendidos por el hecho de que un ave sagrada dependiera de ellos para volver a volar, buscaron ayuda.


 


Los socorrieron los integrantes del destacamento de policía de la zona y los guardaparques de Cafayate. Así, el macho adulto –se estima que tiene entre doce y veinte años, y su especie puede vivir hasgta los ochenta– llegó a la Estación de Fauna Autóctona de la Secretaría de Ambiente de Salta. Lo estabilizaron y le dieron los primeros auxilios. Sin embargo, observando su delicado cuadro, decidieron transferirlo al centro de rescate y rehabilitación del Proyecto de Conservación Cóndor Andino. Entonces, un avión de Aerolíneas Argentinas trasladó su cuerpo malherido hasta Buenos Aires.

Lejos de sus montañas, encontró una nueva casa en un jaula de 5 x 5 en la que faltaba espacio –esta especie alcanza los quince kilos y sus alas desplegadas sobrepasan los tres metros–, pero sobraban buenas intenciones. Con la asistencia de un equipo de veterinarios, cuidadores y biólogos del ex zoológico porteño, los perdigones de su cabeza y cuello fueron retirados. No obstante, la alta intoxicación de plomo en sangre que le quedó, culpa del único depredador natural capaz de osar enfrentarse a semejante ave (el hombre, claro) necesitaría un tratamiento más largo. Lo que siguió fue un año de curaciones en cautiverio, al tiempo que a su alrededor las cosas iban cambiando: mientras se convertía en un habitante del zoológico que lo recibió, éste pasó a ser un Ecoparque que convertiría a Luracatao –con los meses lo bautizaron con ese nombre– en la primera especie en abandonar su recinto para volver a su hábitat natural.

CAMINO A LA LIBERTAD. Su viaje comenzó el domingo 2 de octubre a las 17, cuando tres hombres lo colocaron en una caja de plástico, a la que le taparon los huecos por los que entraba la luz. “Lo tranquiliza”, explicaron. Acto seguido, salió de la jaula que habitaba hace doce meses. Su viaje comenzaba y lo llevaría lejos, muy lejos. Aunque antes lo aguardaba Rumi Ullpu, un diaguita calchaquí que lo sahumó con total convicción. Armado con un incienso andino, pluma de cóndor en alto, le dio la vuelta a la jaula y bendijo el viaje de esta ave que representa la cultura andino-inca.

Ahora sí, era hora de decirle adiós al smog de Palermo y subir a la camioneta Toyota Hilux que lo llevaría al pueblo en el que lo encontraron. Al volante iría Luis Jacome, el director del Proyecto de Conservación Cóndor Andino; en el asiento del acompañante, Vanesa Astore, la bióloga del Ecoparque que lo cuidó desde el día uno; y atrás, Lihuel, el hijo de ambos, junto al diaguita Rumi. Fueron 1.569 kilómetros recorridos en un día y medio.

“En un momento aleteó un poco, pero después anduvo tranquilo”, contó el guía espiritual. El viaje fue sin calefacción ni aire acondicionado, y en el trayecto no hubo ni agua ni comida, ya que, como explicó Vanesa, “los cóndores pueden estar hasta seis días sin comer, y lo mejor es molestarlos lo menos posible”.

Eso sí, en cada estación de servicio corroboraban el buen estado del curioso Luracatao, quien terminó su viaje el martes por la mañana, cuando la camioneta se detuvo y los sonidos se modificaron: trescientas voces penetraron en su caja, donde aguardaba con las alas contraídas. Alrededor de él, un pueblo esperaba su llegada con una fiesta digna del rey de los cielos. Diecisiete jóvenes salteñas habían preparado un baile, varios abanderados de la Escuela José María Uriburu de Brealito sonreían formados en filas, y en los micrófonos se escuchaba a Irene Soler, la secretaria de Ambiente de la provincia de Salta, a Miguel Angel Isa, el vicegobernador de la provincia, y a Andy Freire, el ministro de Modernización, Innovación y Tecnología porteño, que viajó especialmente para la ocasión. Las autoridades se entremezclaron con los representantes originarios, la comunidad quechua consumó un ritual con hojas de coca para pedir la abertura de un espacio sagrado, y los integrantes de la comunidad diaguita-calchaquí le pidieron permiso a la Pachamama para liberarlo. El cielo totalmente despejado ofrecía su inmensidad para celebrar la ocasión.

 

“…Y LURACATAO BAILO PARA TODOS”. A las 12:40 del mediodía, cuatro hombres trasladaron la jaula hacia el lugar de suelta que el grupo de liberación había escogido tras una semana de búsqueda. La multitud, expectante, se ubicó en un semicírculo y guardó silencio. El momento mágico estaba por suceder. “Clic”, se abrió la jaula, y de un salto Luracatao salió y miró al frente: el vacío total de una quebrada impactante, a 3.600 metros de altura. Sus garras rasgaron otra vez la montaña. Batió sus alas caminando hacia el frente, y de repente estiró el cuello y contempló el cuadro, moviéndose lentamente. Cuando se percató de que había un centenar de ojos espiándolo en su ambiente natural, y como si estuviera exhibiéndose, pegó un salto y subió a una roca más alta, más imponente de la elevación. Desde allí, apenas quedaba un salto, el de la libertad. Pero no se apresuró…

Pasó los siguientes cinco minutos girando, moviéndose y aleteando para quien quisiera observarlo y fotografiarlo. Sí, sólo faltaba que firme autógrafos. “… Ahí, Luracatao pegó un baile arriba de la roca para todos”, repetiría después Luis Jacome, uno de los que más ansiosamente esperaba el gran momento. Al instante, el cóndor andino miró al frente, cerró sus alas bicolores y tomó el envión necesario para su ansiado despegue. Entonces, con suma hermosura se extendió y planeó, adueñándose del aire, saboreándolo como ante  lo hacía a cada instante. Pronto y mágicamente otro cóndor salió a su encuentro y voló en círculos con él. ¿Sería su compañera, que lo estaba esperando? Como son monógamos, es muy probable que sí. Lo cierto es que Luracatao ya tiene una gran historia para contarles a sus hijos.

Un año después, debajo de sus
alas volvió a correr el viento.
Lo que el hombre provocó, esta
vez el hombre pudo corregir. La
naturaleza lo celebra.

Durante un año
habitó la Isla de
los Cóndores, en el
corazón del Ecoparque.
Allí le extrajeron
los perdigones y
le realizaron un
tratamiento de
quelación, necesario
para retirar la profunda
contaminación por
plomo recibida.

La
Fundación Bioandino
Argentina también
resultó indispensable
para su recuperación.
Una vez curado,
arrancaron los
preparativos de su gran
vuelta a la naturaleza.

De pronto, las calles
de este pueblito
salteño se vaciaron.
Vecinos, políticos y
representantes de
las comunidades
originarias asistieron
a la suelta. “Pensar
que un solo hombre
lo lastimó y que ahora
lo recibe un pueblo
entero”, sintetizó Andy
Freire, el ministro que
llevó la caja plástica
desde donde sería
liberado.