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“Todavía creo en las historias de amor con final feliz”

Publicado por
Redacción Gente

Juega con él. Lo eleva hasta la mitad de su dedo anular izquierdo y vuelve a bajarlo. Una y otra vez. Ante cada pregunta y cada respuesta. Como cierto aliado incondicional que media entre el periodista, las preguntas, el grabador y la entrevistada. “No te asustes –rompe el fuego medio cansada–: voy a sacarme mis lentes negros. Tengo los ojos hinchadísimos, seguro”, previene Araceli González (que luce igual recién levantada que en los enormes carteles porteños de publicidad), desde el club house del Highland Park Country Club, a 42,5 kilómetros del Obelisco, tras las dos funciones de anoche y antes de darle un sorbo al café en jarrito –apenas le volcó un sobre de edulcorante–, extraer un Marlboro de su cajita de diez unidades (“Fumo cinco por día. Vengo reduciendo la cantidad. Pienso largar el pucho de manera definitiva”, resopla), y volver a jugar con él. ¿El? ¿De quién o de qué hablamos? Todavía no estamos seguros...

–¿Así queda después de Closer? Se la nota agotada.
–Seguro. Entre los nervios del estreno (el miércoles 23 de julio) y la crudeza de la obra, llegué cansada al fin de semana. Aunque feliz. Por algo me subí al proyecto. Un día Fabi (Mazzei) trajo el texto a casa. El director (Marcelo Cosentino) se lo había dado para que lo leyera. Hojeé las líneas y flasheé. Me la cedió, gentil. Y pusimos proa. Una vez en carrera, y de repente, empezaron a ofertarme obras teatrales. “¿Y por qué no me llamaron antes?”. Prejuicios. Desde Monólogos de la vagina (2001) que no me subía a las tablas. Tampoco resulta causal que justamente Closer, guiados por el deseo me llegue ahora.


–Puntualice. ¿A qué se refiere?
–Habla de la verdad y la mentira a cara descubierta. Mi especialidad.

–Su especialidad, ¿el sincericidio?
–Siempre digo la verdad, igual que Ana, la fotógrafa que interpreto. A mí me tranquiliza. De hecho, mi vida se va modificando en base a esa búsqueda de la verdad, cueste lo que cueste.


–Patrick Marber, el autor, define a su creación como “una historia de amor que trata sobre los celos sexuales, la percepción masculina, las mentiras que nos contamos a nosotros mismos y aquellos que nos rodean. Una historia de amor, que como la mayoría de las historias de amor, termina mal”. ¿Coincide?
–Todavía creo en las historias de amor con final feliz. Quiero romper la herencia de mujeres solas de mi apellido. El tema es con quién te vas cruzando en el camino. Puede que la persona a tu lado tenga muy claro lo que busca, pero quizá sea bien distinto a lo que vos deseás. Entonces no hay encuentro.

–Ergo, ¿ha sido así de sincera con parejas anteriores?
–¡Puf! A veces, demasiado. Llegar a la verdad puede resulta ingrato. Sin embargo, superadas la angustia y la soledad, agradecés haberla obtenido.

–¿A usted le fueron tan sinceros?
–Ehhh... En algunas oportunidades, pero fueron más aquellas en las que descubrí traiciones. Y hablo de parejas y de amistades. A mí la traición me parece inmunda, no me deja dormir. Me sucedió descubrir una y no poder pegar un ojo en veinte días. Sentís un cuchillo que te entra por la espalda, sin ver la cara del que te lo clavó Yo prefiero la verdad, por más terrible que sea. La verdad tiene colchón. La sospecha, no.

–¿Y supo perdonar las peores verdades?
–Supe dar oportunidades...

–¿Vivió triángulos amorosos?
–Permitíme pensar... De adolescente. Yo venía con alguien, se me cruzó una persona que me generó algo muy fuerte y no supe qué coño hacer.

–Mire que al mencionar el término “triángulo” incluimos en el combo la palabra “sexo”, eh. ¿Confirma?
–¡Ah, no! Fue inocentón el mío. Nunca experimenté un triángulo amoroso con sexo. No entiendo ni podría formar parte de una doble vida. Es una cuestión de valores. Yo me siento mejor en la verdad.

–Vuelve a incurrir en el término. ¿Cuántas relaciones ocasionales tuvo? La verdad, Araceli.
–Soy mujer de relaciones largas. Te reirías si te acerco el número.

–Háganos reír. ¿Cuántos hombres reconoce en su existencia?
–Mi primer novio: duramos seis años. El papá de Florencia, etcétera, etcétera (carcajada). Poné cinco, dos de los cuales no considero relaciones importantes... Los caballeros, tan necesarios y lindos que nos complican el corazón.

–Durante parte de la obra grita, de manera bastante convincente, “¡Todos los hombres son todos una mier...”. ¿Se inspiró en la película de Mike Nichols (2004) o en su propia historia?
–Aunque no nos dejaron ver el filme protagonizado por Natalie Portman, Clive Owen, Jude Law y Julia Roberts (mi personaje), te aseguro, je, que sólo me basé en la adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino.

–Repetimos: ¿los hombres son o no son todos una mier...?
–No todos. Mi hijo (Tomás) es maravilloso, mi hermano (Adrián) es divino, Fabián es un sol.

–No parece la misma Araceli de un invierno atrás. ¿Se acuerda?
–Obvio, me recuerdo hecha pelota, de capa caída. Padecía una crisis importante, la de los 40. No imaginaba que al año siguiente estaría tan tranquila. Era necesaria la revolución, el replanteo, reiniciar de cero. Y lo logré. Ahí había cambiado el corte de pelo; ahora quiero mudarme de casa. En mis primeros 40 anduve trepada a un Fórmula Uno sin detenerme. Hoy, si me restan 40 quiero que sean totalmente diferentes. Vengo trabajando para llegar bien a mis 50. Mi laboratorio es mi psicóloga. Cuando digo “me estoy preparando” es aceptar el paso del tiempo por dentro y por fuera. No quiero llegar a los 50 y añorar mis gigantografías en la calle. Hay mujeres de mi edad que compiten con las de 20. Yo no estoy en ésa.

–¿Mazzei es el motivo o la consecuencia del actual momento de madurez y claridad que le toca experimentar?
–Consecuencia. Lo conocí hace seis años, pero nunca lo había visto en serio. Tuve que hacer un intenso trabajo interior y exterior para verlo. Si no me tomaba la responsabilidad de cambiar posturas, involucrarme, sacar la basura de adentro, crecer, jamás lo hubiese visto. Ahí apareció un tipo que se parece a mí, con mis principios, que ya vivió lo necesario, de la misma manera que lo viví yo.

–Infórmenos, por favor, en qué situación se encuentra la relación.
–Súper formal. Pareciera que venimos compartiendo un largo tiempo. No sé: mi hija decidió venirse por sorpresa de Nueva York para aparecerse en el debut, y el único que lo sabía era él, que andaba nervioso porque Flor volaba con lluvia. El otro día, en una conversación disparé: “Fabi, no seas mentiroso”, y Toto saltó: “Fabi nunca va a mentir”. Volvemos a la verdad. Ellos saben que si siento a la mesa de casa a una persona para que coma con nosotros, es porque la considero importante para mí. A veces necesité acercarles una verdad desagradable, ahora les acerco una linda. A esta altura, no me imaginaba compartiendo mis hijos con otra pareja en mi casa. Tampoco podría estar con alguien medio alocado, que me ahogue. Necesitaba a una persona que quisiera algo parecido a lo que quiero yo.

–¿Ya se mudó con usted?
–Esporádicamente. No me es fácil. Algunos días de la semana. Vamos de a poco. Sí, admito, entre nos, que hay un cepillo de dientes suyos, y algunos calzoncillos y remeras de Fabi en casa (cruza su índice sobre la boca, en señal de silencio).

–¿Qué hay de aquellas declaraciones post separación afirmando: “Nada de hombres nuevos en mi hogar”?
–Yo soy a la antigua y me reconozco contradictoria en esto. Por un lado, claro, me parezco a mamá (Rosa), que ha postergado todo por sus hijos; y por el otro, formo parte de una sociedad más moderna, donde se pelea por los sueños. Ahí mi contradicción. A partir de la aceptación de mis hijos, puedo volver a casarme, puedo pensar en otro hijo. Nunca más declararé algo tan rotundo.

–Perdón: ¿por qué cada vez que menciona a Mazzei se toca el anillo?
–Inconscientemente.

–¿Usted tiene secretos?
–Ninguno.

–Cuéntenos de dónde salió ese anillo con el que se la pasa jugando.
–Regalo de Fabi (risas).

–...
–¡Me comprometí como a los 13 años! Volví a Haedo, a mis 13 años!

–¿Cuándo, dónde, cómo?
–Entre mi cumple (el 19 de junio) y los seis meses de relación (el 23), desde diciembre, en que arrancamos. De repente me convidó un cafecito, por la tarde, en un barcito de acá, de Pilar. En la intimidad, sacó el anillo (de Tiffany, de oro blanco), y caí rendida de amor. Un instante inolvidable. Lo mismo que el día que cumplí los 41: volvíamos con él de Miami y los chicos me recibieron con un camino de pétalos de rosas y velas que conducía a la mesa, donde había una torta y un desayuno. Los cuatro y nadie más. Meses más tarde comprendí que la de los 40 había sido una fiesta-despedida de bastante gente que luego salió de mi vida.

–Los personajes de Closer no saben con exactitud qué pretenden a nivel personal. ¿Y usted a nivel general?
–Disfruto mi profesión, pero no encabeza la lista de prioridades. Esta la presiden mi familia, mi gente, mi evolución personal. Es más: si volviera a nacer, tampoco elegiría el mismo camino. Estudiaría Arquitectura, porque mi abuelo (Adolfo) era ingeniero civil y el aroma a goma, a lápiz, lo llevo incorporado en mi cuerpo, y me desarrollaría lejos del ruido, de manera anónima. No me entregaría de nuevo a esta profesión. Tomaría otro sendero.

–¿Entonces?
–Intentaré seguir disfrutándolo lo que se me ponga adelante. Preparo una línea familiar de spa que no llevará mi nombre, estudio dos guiones de películas (una argentina, una francesa) y me cuido para no aparecer demasiado.

–¿Explica así su faltazo a la entrega de los Martín Fierro?
–¿Te invitaron? A mí no. Conduje tres años, obtuve un Premio Revelación y dos nominaciones por Mujeres asesinas... y no me invitaron. Rarísimo, ¿no?

–¿Sí? ¿Encuentra alguna relación con la presencia de Adrián Suar y su pareja, Griselda Siciliani?
–Habría que preguntarle a APTRA... Igual, no sé si hubiese ido. Ni tenía el vestido elegido. Es como se sostiene en Closer: Hay un momento en que uno elige.

–¿Tampoco elige regresar a la tele?
–Confieso que no vengo encendiéndola. Estoy haciendo cura de televisión. La primera mitad de 2008 me asqueó y guardé el control remoto. Surgen famosos esporádicos que poco aportan, y después escuchás discusiones reales sobre ellos. Mejor desaparecer...

–Disculpe: ¿en serio le dijo tres veces que no a Marcelo Tinelli?
–Simplemente, no me interesa participar en Bailando por un sueño. Si existiera un unitario interesante de Ideas del Sur, aceptaría sumarme... Y cuidado, que bailo bien.

–¿Incluso en el caño?
–Esos detalles me encantan de una mujer hacia su pareja. Caño, danza de siete velos, sorprender, romper la rutina, poner picante. Si vamos a ser sinceros, seámoslo.

–¿Finge o ha fingido en la cama alguna vez, Araceli?
–Imposible. No puedo. Horrible. Una relación es el placer de a dos, saber esperar... Bueno, ahí se marcan las características de una persona: si un tipo es acelerado, no respeta los tiempos del otro. En la cama se ve todo: ahí se notan la entrega y el egoísmo.

–¿Ojos abiertos o cerrados?
–Abiertos, abiertísimos. Salvo para los besos. Ahí prefiero cerrarlos. El resto, a la hora de desnudarse, creo en hacerlo de verdad. Te comenté que me gusta decir la verdad, ¿no?

“Me recuerdo hace un invierno hecha pelota. Padecía una crisis importante. Era necesario el replanteo, reiniciar de cero. Y lo logré”, disfruta la actriz su actual momento, recostada sobre la cama del Four Seasons que usara Madonna.

“He vivido un triángulo amoroso, pero inocentón. Nunca experimenté un triángulo amoroso con sexo. No entiendo ni podría formar parte de una doble vida. Es una cuestión de

“Conduje tres Martín Fierro, obtuve un Premio Revelación y dos nominaciones, y ahora no me invitaron. Rarísimo, ¿no? Igual, no sé si hubiese ido. Ni tenía el vestido elegido. Hay un momento en que uno elige”