Antonella China Kruger (29) es Miss Argentina, influencer (en Instagram tiene 200k de seguidores), actriz debutante en cine y, sobre todo, una mujer que aprendió a pensar su belleza como campo de batalla. Su historia tampoco es la de una reina de belleza cualquiera.
En la tele, fue secretaria de Lizy Tagliani en El precio justo (Telefe) y presentaba noticias en Canal 26. También estudió comunicación e hizo bolos en 100 días para enamorarse y en Primera Cita, el programa en el que Mariano Martínez formaba parejas. Pero todo el asunto de que el cuerpo sea su capital, de que su escote sea consumo queda resignificado en su debut cinematográfico.
En Solo fanáticos, la película dirigida por su pareja Leo Damario, como protagonista lo puso todo en juego: su cuerpo embarazado (hace apenas 12 días nació Florencio León, su primogénito), su verdad emocional, su voz como arma. Y comparte elenco con Nacha Guevara, Emilia Attias y Benjamín Vicuña, entre otros consagrados.
En diálogo con Revista GENTE, habla de OnlyFans, de lo que nadie quiere contar sobre los certámenes de belleza, de actuar con ocho meses de embarazo, y de parirse a sí misma, una vez más, desde la trinchera del cine.

La trampa de la belleza: del bullying y el disciplinamiento a transformar el juicio constante “en materia reflexiva”
Desde chica, el mundo le habló de ella a través de su cuerpo. Ser “bella” fue su pasaporte, pero también, por momentos algo así como una condena. Fue Miss Costa Joven antes de Miss Argentina, y hasta ganó el viaje de egresados de su curso por ser elegida en una competencia escolar. “Esa fue la primera vez que entendí lo que podía conseguirse con mi imagen, pero también fue la primera vez que sentí que no me pertenecía del todo", lanza reflexiva.
Vivía siendo mirada, juzgada, celebrada y agredida. Cuenta que en colegio "hubo violencia, hostilidad. Compañeras que decían que chicas como yo deberían ser eliminadas al nacer. Lo escuché siendo niña". La belleza, dice, es un privilegio ambiguo: "Durante años me redujo, me expuso, me simplificó". Hasta que aparecieron los libros, el cine, la música. "Pude transformar ese juicio constante en materia reflexiva. Intelectualicé lo que otros veían como un destino”, comparte.

Cuando se habla del lado B de los concursos de reinas de belleza, claro que aparece también la crueldad y el mercado. “Me han llegado a decir que esa no era la risa de una Miss. Como si la alegría también tuviera que ser domesticada”, revela la joven nacida en Zárate, Provincia de Buenos Aires.
Cuenta que en la gala final de Miss Mundo en Londres le dieron un vestido que no era de su talle, que era de otra concursante, y que le dijeron con total naturalidad: "Entonces no comas”. Todavía no había cumplido los 18 años.
–¿Y es cierto que te “salvó” algo así como la viveza criolla?
–Estaba sola en la habitación del Marriott County Hall. Las otras candidatas llegaban con maletas enormes, llenas de recursos. Yo tenía poco, casi nada, pero venía de la Capital Provincial del Tango (Zárate), de la fuerza criolla argentina. Me senté frente al vestido, lo observé. Lo giré entre mis manos, como si pudiera convencerlo. Descubrí que lo habían modificado, que lo habían tomado para otra figura. Con ningún otro instrumento más que mis dientes, empecé a soltar los hilos. Trabajé durante horas, invisible para el mundo. Y logré que el vestido me entrara.

–Además de haber sobrevivido a la presión estética, ¿cuál es el reverso de todo ese mundo?
–Los concursos de belleza no son lo que muchos creen. Miss Mundo y los certámenes del circuito Grand Slam exigen preparación real. Hay disciplina, hay entrenamiento físico, pero también emocional, y sobre todo intelectual. Muchas veces se sigue creyendo que una Miss es apenas un cuerpo en exposición. Es una fantasía cómoda que sostiene el desprecio: juzgar a la mujer bella como si su valor anulara cualquier posibilidad de pensamiento.
Fui ganadora de muchos concursos internacionales. No fue fácil. Atravesé pruebas que no siempre se ven en las fotos. Aprendí a sostenerme con entereza cuando la mirada ajena quería quebrarme. Si hay algo que no quiero olvidar, incluso si incomoda, es eso: que haber sobrevivido a la belleza como destino es también haber conquistado una forma de libertad.
Pero el trayecto hacia esa conquista no fue romántico. Fue áspero. Fue físico. Me vi obligada a perder peso, a moldear mi voz, mis gestos, incluso mi forma de reír.
–¿Qué aprendiste de todo eso que pasó diez años atrás?
–Aprendí que la belleza es un campo de batalla donde no siempre gana la más bella, sino la más resistente. En ese universo, la mujer es a menudo pensada como una forma a perfeccionar, a disciplinar. Yo fui esa forma, durante un tiempo.
Pero mientras me afinaban la voz o me corregían el gesto, yo pensaba. Y en ese pensar estaba ya germinando la fuga. Algo que como un flash forward pude alcanzar muchos años después.

El mundo de OnlyFans y el deseo intervenido: su debut en Solo fanáticos
En Solo fanáticos, la séptima película de Damario –que se prepara para desembarcar en festivales internacionales en 2026– interpreta a una mujer que navega las aguas del contenido erótico, las plataformas de deseo y la violencia invisible que se esconde detrás del empoderamiento que se publicita. “Ese universo no me es propio, pero me resulta familiar por ciertos entornos que alguna vez frecuenté”, cuenta al referirse a “la noche”, donde las personas se le acercaban “por el cuerpo, por la proyección, por la materia intercambiable”, donde la intención de consumo se camuflaba en interés.
Lo que le llamó poderosamente la atención fue una escena que vivió al enterarse de que muchos hombres que consumen OnlyFans no están hablando con mujeres, sino con otros hombres que responden sus mensajes. Eso le pasó con un conocido que “era community manager de mujeres que venden su imagen”. Enseguida analiza: “El sexo virtual también está dirigido por varones. Es un circuito cerrado de deseo masculino retroalimentado, donde las mujeres son apenas el canal, la interfaz, la máscara”.

El cine, dice, puede decir sin moralizar. Y puede mostrar cómo se vende como libertad lo que no es más que esclavitud con nuevo envoltorio.
–¿Sentís que se nos vende por todos lados esto de que autoexplotar nuestro cuerpo finalmente puede ser empoderante?
–Por eso me interesó hacer esta película, porque el cine puede dejar al descubierto lo que otros prefieren que siga velado. Y lo incómodo que es, también, que una mujer hable. Que una mujer diga no. Que una mujer nombre lo que ocurre. Lo vemos en las redes, en el streaming, en el pop mainstream: las chicas que más triunfan son las que cuentan con quién se acuestan, las que muestran el cuerpo, las que refuerzan el mito de que ser deseada es ser valiosa.
Pero esa libertad que se nos vende es una libertad falsa, una libertad moldeada por el deseo de otros. No estoy en contra del deseo. Estoy en contra de que solo el deseo de algunos valga. Conozco ese mundo y no lo quiero para mí porque creo que la única emancipación está en discutirlo, en exponerlo y en devolverle al cuerpo su posibilidad de decir.

Poner el cuerpo para reescribir la historia que llevaba grabada y salir de la "sumisión" de la belleza
Filmó embarazada de ocho meses. El cuerpo, dice, no se le escondió: se le multiplicó. "La vulnerabilidad del embarazo no me debilitó: me iluminó. Me hizo tomar decisiones más firmes, más conscientes". En la película, maneja autos deportivos, tiene escenas sexuales, corre, actúa con intensidad. "Nada de sentimentalismo. Acá hay acción, hay cuerpo, hay verdad", manifiesta.
Su personaje, que lleva su mismo nombre, no es víctima ni objeto. Es una mujer que se defiende. “Una vengadora en el sentido poético del término”, explica. Lo descubrió en una escena con Nacha Guevara: "Ahí supe que no estaba interpretando a una mujer sometida. Estaba encarnando a una que no se calla. Que muerde. Que decide".

Su pareja, Leo Damario, no es solo el director: es su cómplice, su espejo, su motor. “No me empujó: me acompañó. Me cuidó. El rodaje fue una extensión de nuestras charlas, de nuestra vida, de nuestra cama".
Él le dijo: “No actúes para gustar. Actuá para decir”. Y eso hizo. "Mi personaje no pide permiso. Habla, ruge, se expone, incomoda”, comparte. Y enseguida resalta: “Pensar que la tele despide embarazadas y yo protagonizo una película de ocho meses… Pero no es por militancia, es por deseo”.
Y en ese mundo donde todo se vuelve contenido, ella elige mostrarse desde el deseo propio: "Me han criticado por mostrarme enamorada. Como si mi deseo anulado fuera más conveniente. Pero no me importa. Hoy soy madre, actriz, amante, y me muestro desde una belleza que no se ofrece como objeto sino como virtud”.

En ese sentido, con su personaje, con ese que “tiene agallas, inteligencia, fuerza, es una sobreviviente, pero sobre todo, una luchadora”, siente que reescribió con un pulso propio desde su historia como Miss a sus tiempos en la TV, desde su rol como secretaria al de la carita bonita de la franja del mediodía en el canal de noticias.
El deseo de una mujer que no pide permiso: "Somos juzgadas constantemente por existir"
En un mundo que exige cuerpos decorativos y mentes obedientes, ella prefiere ser lanza antes que florero. "No soy decoración de pantalla para el ocio de nadie”, esgrime.
–¿Por qué cosas te has sentido juzgada?
–Las mujeres no somos juzgadas sólo por nuestra belleza, sino por nuestra imagen en todas sus formas. Si sos gorda, es porque sos gorda. Si sos flaca, es porque sos flaca. Si tenés curvas, si no tenés, si sos rubia, si sos morocha. A mí siempre me molestó particularmente esa etiqueta de belleza exótica, como si tener rasgos asiáticos y pelo negro me volviera una rareza. ¿Rara para quién?
Ser mujer es vivir en ese juicio constante, que no sólo es una condena, sino una forma sutil de control. A veces pienso que tiene algo de western: seguimos siendo falsificadoras, forajidas, juzgadas por existir. Pero en esa ilegalidad simbólica hay también una fuerza, una astucia, una rebeldía que nos vuelve más sagaces.
Eso es lo que comparto con Antonella, mi personaje. Hoy, dice, está en su mejor momento. Y para cerrar define su periplo así: "La belleza, cuando no se somete, cuando se convierte en herramienta poética, en lanza, en voz, deja de ser ornamento y se vuelve acción”.
Fotos: gentileza ACK
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