Los primeros tres meses “fueron un calvario. ¡Y yo, que esperaba tanto este momento...!”, bromea cuando recuerda la catarata de "arcadas, náuseas y mal”. Tanto fue así que vomitaba hasta once veces al día. Se lo pasó en cama y debió tener “dos internaciones domiciliarias, en las que me aplicaban suero y Reliverán”. Bajó tres kilos, que aún no pudo recuperar, a causa del “asco que me producía oler un desodorante o ver si José comía algo con cebolla o ajo: me descomponía su aroma”.
Asegura que fue tanto el revoltijo que no se podía “ni lavar los dientes apenas me levantaba, porque me daba arcadas”. Por eso vivió noventa días a fideos, arroz y polenta sin condimentar, apenas con un chorrito de aceite. “Hasta el mate y el té me daban acidez... Probé todo para cortar las náuseas, hasta helado de limón, pero no funcionaba”, relata en detalle. Sólo se permitía rollitos de fiambre o algún sánd- wich, y era metódica en eso de “ingerir algo cada una hora”. Todo el tiempo se recordaba a sí misma: “Sé que en el fondo se viene lo más lindo, que es la bendición del embarazo”... Pero fueron meses muy duros. “Por momentos me decía: ‘Soñé toda mi vida con ser mamá, no me hagan esto’” .