Cuando uno viaja quiere saber cuál es ese restaurante en el que tiene que comer sí o sí, qué necesita llevar y qué es mejor evitar. Acá un punteo imprescindible de cara al comienzo de la temporada 2024.
Un conjunto de manzanas de colores ocres con noches colmadas de música –un mix de folclore y rock nacional– serpentea a los pies del famoso Cerro de los Siete Colores.
Es que enclavado en la Quebrada de Humahuaca se encuentra Purmamarca, el pueblo de 2.186 habitantes que seduce a argentinos y a extranjeros por igual. Pero muchos dan la vuelta a la plaza principal, se toman una foto frente a las coloridas letras de la entrada y solo se aventuran a realizar el Paseo de los Colorados –aquel sendero de 3,1 kilómetros de largo que regala unas postales en tonos rojizos y anaranjados inolvidables–. Pero este lugar turístico poseé muchos más secretos, y acá vamos a develarlos.
Si bien la propuesta gastronómica es amplia –e incluye variedad de platos y precios–, hay una cocina en particular que eleva el nivel culinario del pueblo.
Subiendo por la ruta Nacional 52 (a tres minutos en auto o doce minutos caminando de la plaza principal) se encuentra El Manantial del Silencio, un lindo hotel de estilo neocolonial con techos altos y grandes ventanales que en su restaurante ofrece varios de los mejores platos del norte de nuestro país.
Carbonadas, sorrentinos de ricota de cabra, pasteles de cabrito confitado, sopas cremosas de maní, bifes de llama y tallarines de quinoa se entrecruzan en el espacio que dirige Sergio Latorre, el chef que "busca llegar a sabores antiguos por caminos actuales".
Con una impronta dirigida a la cocina andina gourmet, el restó le saca el jugo a los productos locales. ¿Cuáles? Los famosos papines y maíces andinos –hay de todo tamaño y color–, las truchas de las montañas de Yala, los quesos de cabra, el charqui, la carne de llama, la quinoa y el amaranto entre otros.
Pero la experiencia no solo pasa por el paladar, la atención –los mozos te sirven hasta el agua– también lo hace sentir a uno en un espacio distinto, un espacio cuidado.
Y, como es de esperar, los postres no desilusionan. En su carta figuran propuestas inesperadas como creme brulle perfumada con hojas de coca servida con amarula y helado de api, cheesecake de queso de cabra con relleno de frutas tropicales, almíbar de albahaca y crocante de quinoa, y flan de ricota de cabra y crema helada de Malbec "Tropico Sur" de bodega El Bayeh.
Si estás deambulando por las callecitas y ves pasar un "desfile" de decenas de lugareños liderados por seis mujeres luciendo ponchos color camel y pañuelos y guantes blancos, no levantes tu celular para filmar.
A pesar de la música alegre que emana el grupo, y al hecho de que las mujeres caminan moviendo su cuerpo al compás y realizando un "pasito" ancestral, el paseo no tiene nada de lúdico: detrás de ellas vienen sus vecinos llevando un féretro.
Sucede que es parte de su tradición acompañar a sus seres queridos hasta su último descanso. Unidos en el dolor, los habitantes de Purmamarca inundan las callecitas de música hasta el momento en que se despiden de su ser querido en el cementerio de coloridas lápidas que queda a apenas unas cuadras de la iglesia.
Rodeando la plaza principal, detrás de la feria de artesanías, las decenas de comerciantes y los telares de colores, hay varios edificios que poseen importancia histórica.
Por un lado está la Iglesia Santa Rosa de Lima, que fue construida en 1648 y declarada Monumento Histórico Nacional en 1941. Dentro del templo de anchos muros de adobe y techos de madera de cardón y barro se exhiben diez óleos que muestran escenas de la vida de Santa Rosa.
Sobre la calle lateral, una sorpresa: el cabildo más chiquito de todo el país. Basta con pararse debajo de uno de sus arcos para comprender lo cómica que resulta su altura. Sucede que con el paso del tiempo el piso cedió bajo su peso y el cabildo quedó 30 cm por debajo del nivel del suelo.
El tesoro del norte argentino que fue declarado Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad por la UNESCO en 2003 tiene una de las noches más puras del norte de nuestro país.
Ajena al smog y a los sonidos del tráfico –en la madrugada es sumamente extraño escuchar un auto– regala paz, sonidos de la naturaleza y postales que impactan.