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La tragedia de la familia Alfonsín

Publicado por
Redacción Gente

Cada puñado de tierra negra que cae al pozo es un pedazo de alma, un desgarro
definitivo, una certeza demasiado cruel para estos padres, estos abuelos… El
adiós a Amparo Alfonsín -15 años, hija de Ricardo y Cecilia, hermana de Lucía
(21), Ricardo (19) y Marcos (18), nieta de Raúl y María Lorenza, de Pelón y Lala
Plorutti- es un hierro al rojo vivo clavado en el corazón de los que colman el
cementerio San Andrés de Chascomús. El pequeño camposanto de la colectividad
británica se deshace en el silencio, en algún sollozo contenido, en caras de
amigos y correligionarios curtidas por otras luchas que, con la perspectiva de
la muerte, se empequeñecen. Son muchas las voces y manos que se acercan, sobre
todo a Ricardo y a Cecilia. Pero no existe en el mundo una sola palabra capaz de
consolar a un padre que pierde a una hija. Queda, sí, la conmovedora imagen de
una familia abrazada frente al dolor. La entereza de siempre, a los 77 años, del
patriarca Raúl Alfonsín. Aunque la adversidad nunca golpeó tan duro. Y el
recuerdo de una chica de 15 años "dulce, alta, fuerte, muy espiritual"
que para siempre tendrá el abuelo Raúl, que se inclina ayudado por el
sepulturero y arroja el último terrón en la parcela de la familia Plorutti. Para
que entonces, sí, queden definitivamente los recuerdos, las imágenes.

Hay una foto en el archivo (siempre hay una foto capaz de emocionar). La
fecha, 14 de mayo de 1989. El lugar, la residencia de Olivos. El abuelo Raúl,
entonces, era Presidente de un país que ardía. Ese día había elecciones
presidenciales. Y Amparo era un bebé que había nacido el 11 de noviembre del año
anterior. Catorce nietos (de los 24 que tuvo) rodeaban a Alfonsín aquella
jornada nublada, y él sostenía orgulloso en brazos a Amparo, Ampi como le
decían de entrecasa. Todavía lejos de la chica alta, flaca, de pecas, ojos
claros y pelo oscuro, un poco tímida pero muy divertida si estaba en confianza,
que amaba cantar y, dicen, tenía una voz espectacular. Esas son las imágenes que
quedarán para Raúl, para Ricardo…


Como el orgullo que habrán sentido por ella casi en la otra punta de este
suspiro de vida. En el año 2001, cuando cursaba séptimo grado en el Colegio
Jesús María, sus compañeras la votaron Junior Social Service Captain (Capitana
de servicios sociales), para que se hiciera cargo de pasar por los grados y
organizar eventos solidarios. Así era, dicen, siempre pensando en cómo ayudar.
En octubre de este año viajaría a Cardona, en Uruguay, para misionar. Era la
primera vez que lo haría; estaba muy entusiasmada. Pero también quería explotar
su costado artístico: con sus compañeras ensayaban Romeo y Julieta, en
inglés. Ella iba a ser Julieta.

Hay que preguntar también en Chascomús cómo era Amparo. Y habrá una respuesta
común: "Era dulce, suave…". Llegaba con sus padres y sus hermanos cada
fin de semana, durante las vacaciones de invierno y verano, para instalarse en
la casa frente a la laguna. Era un grupo grande de amigos y amigas para hacer lo
que más disfrutaba: salir a pasear en bicicleta, a tomar mate frente a la
laguna.


Por eso había tantas lágrimas jóvenes en la despedida. Por eso sus compañeras
de tercer año del Jesús María -que llegaron a Chascomús juntas en micro, bien
temprano-, cuando todos se iban, improvisaron un coro alrededor de las coronas y
le cantaron, en un susurro, un tema de Laura Pausini, Las cosas que vives:
"En cada sitio que estés, nos encontraremos unidos…".

Del recuerdo, entonces, al mazazo. Al martes 7, cuando Amparo sale de su
casa, ahí, a pocas cuadras del colegio, que está en Talcahuano 1264, y se
despide con su uniforme bordó; y no es "adiós", sino "hasta luego"
y se va caminando. Pero es adiós. Y quién puede saber qué imagen de mamá y papá
habrá sido la última que vieron esos ojos. Qué imagen de Amparo, al irse esa
mañana, tendrán Cecilia y Ricardo.

Son las 10.35 y, como siempre, es el recreo largo: 20 minutos. Son grandes
las galerías del segundo piso del Jesús María. Están llenas de chicas. Justo
antes del timbre, Amparo va hacia el kiosco. Compra una gaseosa y un brownie.
Vuelve al aula. Debe atravesar una puerta liviana: un metro de metal, y de allí
para arriba de vidrio, la misma que atravesó cientos de veces. Con las manos
ocupadas, intenta correrla con la cadera. En rigor, casi nadie usaba los
picaportes, todos la empujaban. Pero esta vez, el vidrio que se rompe, y la
astilla desde atrás hacia delante, se clava en la vena femoral, y la sangre
mana, incontenible. Mientras una celadora y dos profesoras la auxilian, otra
corre al Cemic, en la misma cuadra. Tres minutos después de las 11,
llaman al SAME. La ambulancia llega 19 minutos después. De allí, al Hospital
Fernández. La operan. A las 18, Amparo nos deja.
Raúl Alfonsín está en Tucumán, donde le entregan una distinción de la
Universidad. Allí recibe la terrible noticia: lo llama directamente su hijo
Ricardo. Llora en silencio. Siempre estuvo firme, pero esta vez no sabe si
podrá. El miércoles por la mañana, en Chascomús, admite: "No se si voy a
sostener a la familia, o ellos me van a sostener a mí…
". Pero está, llega.
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El viernes 10, a las diez de la mañana, en el colegio Jesús María ofrecieron una
misa por Amparo. Sus compañeras le escribieron una carta. La describían como un
ángel que había sido enviado a cuidarlas, y que desde el cielo las iba a ayudar.
No parecía una despedida.

Amparo, su cara llena de luz, en sus vacaciones de 2003.

Alfonsín con 14 de sus 24 nietos, en los jardines de la Residencia de Olivos, en una imagen del fotógrafo de GENTE Aldo Abaca. En sus brazos, Amparo. Después del almuerzo con hijos y nietos, el entonces presidente viajó a Chascomús para votar.