«Mi hija está otra vez conmigo. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?» – GENTE Online
 

"Mi hija está otra vez conmigo. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?"

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Llorará con sus ojos infinitamente verdes. Y hablará con el corazón en la
mano y con el alma pegada a la piel. Abrazará a su hija con tanta ternura que
iluminará este dormitorio en el noveno piso del hotel Alvear donde se hace la
nota. Las dos se vestirán de remera blanca y jeans. Y ella se pondrá una gorra,
igual que su Malena, a quien recién le está creciendo el pelo después de haber
sido sometida a una craneotomía para corregir un derrame cerebral que la tuvo al
filo de la muerte. Llorará, pero hablará de la vida. Porque ella, María del
Carmen Valenzuela, acaba de vivir un milagro. Y la protagonista fue su hija
Malena, de 20 años cumplidos el 11 de marzo, que burló pronósticos sombríos y
estadísticas científicas, cuando un día -tras haber estado en coma farmacológico
con un alto riesgo- se despertó, y dijo: "¡Ay, mamá. Ay Dios!". Y volvió a la
vida.

-¿Te enojaste con Dios cuando pasó lo de Malena?
-Me enojaba mucho con Dios, pero eso era antes. Y lo hacía porque la vida me
acostumbró a poner siempre la mejilla. No fue una vida feliz, hubo mucha muerte.
La primera que recuerdo fue la de mi abuela materna, con la que me crié. No
tengo a mis padres, mamá murió el año pasado. Murió mi íntima amiga, Mónica
Jouvet. También un gran amor. Y un matrimonio -los padrinos de confirmación de
Malena- que en un accidente
fallecieron con uno de sus dos hijos... Sí, sufrí
demasiado.

-Y la muerte volvió a rozarte cuando tu hija tuvo el derrame cerebral.
-Cuando pasó, no me entraba en la cabeza que podía morirse. Me pregunté: "¿Por
qué Malena?".
Creo que es el amor más grande de mi vida, aunque amo a mis tres
hijos (Julián y Juan, de 13 y 11 años). Pero ella es la mujer, es la primera,
tiene 20 años y tiene un código conmigo diferente del de los hermanos, que son
varones y son adolescentes. Malena es una nena pero también es una mujer. Y
veníamos con un idilio muy fuerte. Nos habíamos mudado, Malena consiguió el
departamento y lo redecoró porque yo trabajaba mucho. Era un apoyo muy fuerte en
este momento tan intenso. Las escapadas que yo hacía entre la tele (Costumbres
argentinas) y el teatro (Porteñas) para verla, ella que me buscaba en el teatro
y nos íbamos a comer, las grandes charlas con otra madurez, y que de pronto
sucediera esto…

-¿Cómo fue?
-Pasó en casa. Habíamos vuelto del teatro. Yo me iba a dormir porque debía
levantarme temprano. Ella se quedó con Ramiro (su novio) viendo una película… Y
de pronto me llamaron. No pensé que era algo grave, y menos que podía estar
pasándole a Malena. Es una chica muy fuerte, muy sana. No entendía. "¿Qué fue?
¿El hígado? ¿Algo que le hizo mal?"
La encontré recostada en el piso. Le dije:
"Malena, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?". Y con sus manos me alejó, balbuceando. Con
Ramiro la acostamos en mi cama. Y se quedó ahí, boca abajo. Después, se
descompuso y vomitó. La llevamos a la bañera. Traté de lavarle el pelito, llamé
al médico, pedí una ambulancia. Y veía que no reaccionaba y no sabía si estaba
dormida.

-No podías ver lo que estaba pasando.
-No, no podía. La revisaron y ella seguía inconsciente, aunque en ese momento
para mí estaba dormida, con un malestar, y por eso estaba recostada. En la
ambulancia me dijeron que debían hacerle una tomografía. Avisé al canal: "Estoy
en una clínica con mi hija. No creo que pueda ir".
Cuando salió la doctora, por
primera vez vi que algo malo pasaba. "Tiene una mancha de sangre", me dijo.
"¿Cómo? ¿Mi hija?". Me respondió: "Ya llamé para que le hagan una angiografía, y
al cirujano para operarla"
. Y ahí me cayó todo el balde de fichas de golpe. Me
senté en el piso y me puse a llorar.

-¿Cómo fue esa vorágine?
-Entré a verla, todavía tenía su pelito. No reaccionaba. Y se la llevaron para
operarla. Entonces llamé por teléfono: a Fernanda (la mejor amiga de Malena), al
papá, a mi psicoanalista. Y empecé a esperar. Fueron cuatro horas.

-¿Qué te pasó por la mente en esas horas?
-Hay tres palabras que me taladraban el cerebro: "Riesgo de vida". Yo repetía:
"Riesgo de vida, riesgo de vida". Hasta que, pasado un tiempo, encaré a los
médicos: "¿Cuándo se termina el riesgo de vida? ¿Qué me están diciendo? ¿Que mi
hija se puede morir?"
.

-¿Y qué te contestaron?
-Los médicos son muy cautos. Me dijeron, después, que de un diez por ciento
había un dos por ciento de probabilidades de que saliera bien. En ese momento no
pensé en la estadística, sólo esperaba que me dijesen: "Pasó el riesgo de vida".

-Te preguntaste "¿por qué Malena?".
-Sí, pero sólo dos veces. Y me di cuenta de que así no la ayudaba, que el "por
qué"
me estancaba. El Diablo había metido la cola y el Señor estaba ocupado en
otra cosa, hasta que se puso atento y empezó a guiar a Malena. Ella se estuvo
debatiendo entre la vida y la muerte, pero había una mano que estaba
protegiéndola siempre. Yo la sentía a medida que me iba enterando de las cadenas
de rezos, que veía que llegaban las estampitas, los rosarios, las aguas
benditas, las imágenes de los santos. Llevé todo lo que enviaron a la terapia y
fui armándole un altar.

-¿Qué pensabas en esas eternas horas en terapia?
-Pensaba: "Mi bella durmiente, cuando abra los ojitos…". Le llevé la camiseta de
Barros Schelotto, y se la puse en un cuadro frente a ella. Estuve todo el tiempo
a su lado, conectada con Malena, lo necesitaba. No podía subir mucho a la
habitación, o estar con gente, porque cuando bajaba a terapia y la volvía a ver
me hacía mucho daño. Entonces prefería quedarme todo el tiempo con ella, que
estaba con un vendaje en su cabeza, con sondas en la nariz, con un respirador.

-¿Qué te producía verla conectada a la vida por esos aparatos?
-Me despertaba mucha violencia ver toda la agresión que estaba recibiendo su
cuerpito. La miraba y era como que quería arrancarle todo y sacarla de ahí. Le
hablaba mucho, la acariciaba. Y le escribí un diario. Empecé a hacerlo el 11 o
el 12, y esto pasó el 10. Lo terminé a las diez y media de la noche, en la
ambulancia que nos llevaba al Fleni.

-¿Por qué le escribiste un diario?
-Porque yo sabía que se iba a despertar y tenía que contarle qué había pasado en
ese tiempo. Llenar ese agujero negro que existía para ella. Le contaba lo que
ocurría, le ponía la fecha, el horario, las cosas que le hacían los médicos (sus
nombres y sobrenombres), quiénes la visitaban, todo lo que pasaba. Le decía que
parecía Piggy, porque ella me había cargado mucho cuando me hice ese pequeño
lifting con el doctor López Carlone y estuve algo hinchada. "Ahora sos la hija
de Piggy, así hinchadita"
. Había un sillón, mi lugar, donde tenía a Malena
frente a mí. Escribía y miraba los monitores. Había aprendido los números de las
pantallas que controlaban la presión intracraneana, la arterial, sus latidos. Y
en el diario le contaba: "Subió la presión, la p… madre, hay que bajarla. Los
médicos trabajan artesanalmente con las drogas"
. ¡Lo que han laburado! Tenían
tanta ansiedad como yo de despertarla... Un día les pedí permiso para llevarle
el aparato de música.

-¿Creías que, aún en coma, podía escuchar su música?
-Quería conectarla a la vida. Con su música, hablándole para que no se fuera al
abismo de la muerte. Pensaba que todo lo familiar, lo querido, la iba a conectar
a la vida. Sus amigos le grabaron como seis CD con la música que ella escuchaba.
Y le escribía en el diario que estaba muy graciosa, toda enchufada y con los
walkman puestos. Anotaba sus reacciones, la miraba fijo para ver si movía algo,
si pestañeaba con algún tema.

-¿Qué pasó el día que decidieron sacarla del coma?
-Cuando las presiones estuvieron estabilizadas, hablaron de bajarle las drogas y
empezar a despertarla. Tenía una ansiedad muy fuerte. Me decía: "No va a ser
como en las películas, que está con los ojos cerrados y de pronto los va a
abrir. No esperes eso". Yo fui la primera que vio cuando Malena crispó sus
manos, cuando empezó a moverse. Fue el 16 de febrero. Dije: "Tiene las manos
crispadas". Porque las tenía apoyadas sobre unos almohadones bien relajadas, y
no era normal verla con los dedos tensos. Dije: "Está moviendo la mano". "No,
no", me respondieron. Yo estaba a los pies de la cama. Y de pronto empecé:
"Malena, Malena, Malena". Uno de los médicos me ofreció su mano izquierda. Se la
agarré y ella empezó a apretar mi mano. Estaba con la cabeza para el otro lado.
Y la llamé: "Malena". Y ella hizo así y giró la cabeza hacia mi voz.

-La estabas viendo revivir.
-Sí. (Llora). Y el corazón se me dio vuelta. Volvía a la vida. Porque estaba con
un respirador. Ella no hacía nada, la impulsaba ese aparato, assss, assss,
inflando y desinflando sus pulmones. Pero reconoció mi voz. Yo pujé todo el
tiempo. Le decía: "Estoy pujando, estoy pujando", para que saliera al canal de
la vida. Nació de nuevo (llora). Tiene otro cumpleaños ahora. Mi chiquita, mi
chiquita (llora).

-Y cuando empezó a despertarse, ¿qué pasó?
-Yo le decía: "Apretame la mano", y ella lo hacía. Después le sacaron el
respirador, pero quedó entubada. Ella quería hablarme, y yo le pedía: "No lo
hagas, porque todavía tenés los tubos y pueden hacerte mal a la garganta". Me
miraba con unos ojitos como preguntándome: "¿Por qué estoy acá?". Hasta que
dijo: "Ayyy, mamá". Dijo: "Ayyy, Dios". Frases que anoté y que hoy releo en el
cuaderno. Porque no quiero olvidarme. De ahora en más, todo lo que siga va a
tener mucho más valor siempre que yo tenga esto fresco en la memoria, por más
que duela.

-¿Cómo fue el día que pudo dar sus primeros pasos?
-Sentí que volvía a ver la foto de Malena cuando tenía diez meses y con sus
bucles se largó a caminar. Y dio sus primeros pasitos. Como aquella vez, repetí:
"¡Se largó! ¡Puede caminar!".

-¿Qué le explicaste cuando pudo preguntar qué había pasado?
-Al principio, no quería decirle la verdad. Le dije que se había golpeado la
cabeza, que estaba bien y nos íbamos a ir a casa pronto.
Después le conté todo, y hablamos, y recordamos, y lloramos. Malena no entendía
la gravedad. Hoy me pregunta: "¿Estuve a punto de morirme?. "Sí", le digo, "¿Y
vos llorabas?
, me pregunta. "¿Y a vos qué te parece?", le contesto. Recuerda que
cuando se despertó me vio y me llamó: "Mamá, mamá".

-¿Tiene otros recuerdos de terapia?
-Se acuerda de mí, no de otras visitas. Y no se acuerda de que se enojó, de que
me pegó, que tuvo unos ataques de furia terribles por las drogas. Verla así fue
duro. Hubo momentos en que no lo soporté, como cuando la aspiraban: a veces me
quedaba y otras debía irme. Pero ayudé a bañarla, a mover su cuerpito, que había
perdido tanto peso, a sentarla. Y hoy la miro caminar y le digo: "Sos Valeria Mazza" (sonríe). Un día, ella sola se sacó la sonda de la nariz, decidió cuándo
terminaba esto. Y se la arrancó para que le diéramos de comer. Yo le decía:
"Comé que si no te ponen la sonda". Y le di la primera papilla.

-¿De dónde sacaste la fuerza?
-Sabía que debía estar fuerte. Nunca estuve tan consciente, tenía los sentidos a
full, los oídos se me agudizaron. Si alguien estaba con un cigarrillo y se le
caía la ceniza, yo le alcanzaba el cenicero. Estaba atenta a todo. Atenta a lo
que había que hacer, a las sondas de Malena, a cada aparato de terapia. Comía
liviano al mediodía, unos fideítos, una ensalada, pero nunca dejé de comer. Y un
día me dijeron: "Riesgo de vida, cero". Era lo único que deseaba escuchar. Fue
cuando decidí decirles a los medios lo que había pasado: no quería perderme de
contarles que Malena estaba bien, que se había producido el milagro. Gracias a
Dios, a los médicos y a la gente que amó a mi hija y rezó por ella.

-¿Y vos rezaste mucho?
-Aprendí a rezar. Antes no tenía esta fe que tengo hoy. Te conté que vivía más
enojada con Dios. Sentía que me había pedido demasiadas pruebas... Espero que
esta sea la última. Igual comprendí que, en definitiva, hice lo que hubiese
hecho cualquier madre amorosa, responsable, que haga honor a ese título. Tengo
polenta. Como toda mamá. Los hijos nos hacen sacar fuerzas de donde están
escondidas. Lo que me asombró fue no haber perdido el control.

-¿Nunca te quebraste?
-Nunca delante de ella. Cuando yo entraba a terapia, todo era para arriba, todo
felicidad, contarle anécdotas, decirle cuánto la amaba, que nos íbamos a ir con
los hermanos a una playa a tomar sol.

-¿Y cuándo llorabas?
-Cuando estaba arriba, sola. Pero con ella no se me caía ni una lágrima. No
quería que sintiera ni la mínima angustia de mi parte. Si yo estaba fuerte,
Malena iba a estar fuerte para salir de esa cornisa que por momentos la tiraba
hacia el vacío. Se lo dije a ella.

-¿Se lo dijiste cuando ella estaba en coma?
-Sí, al oído: "Malena, si vos me dejás, me voy atrás tuyo. Si vos te vas, me voy
con vos. Y vos no querés que yo me vaya"
. Porque Malena me cuida mucho. Conoce y
entiende mis debilidades. Me ha resguardado siempre. Yo respiro por ella: si
Malena respiraba, yo respiraba. De alguna manera, la presionaba a seguir
viviendo.

-¿Qué habría pasado con tus hijos si "te ibas" con Malena?
-Amo a Julián y a Juan. Pero si Malena se iba, se me terminaba la vida. No sé
qué hubiese pasado. Y que me perdonen, no es falta de amor. "Irse" no es
desaparecer físicamente. Quizá hubiese seguido cuidando a mis varones, pero sin
felicidad. Mi vida son mis tres hijos, y algunos logros que tuve en mi
profesión. Pero no tuve mucha felicidad. Tuve más palos. Lo que recuerdo con
felicidad son mis partos, momentos con mis chicos, trabajos que me gustaron.
Pero sacando eso, no fui feliz. Sin Male, para mí era el fin. Y se lo dije.

-¿Creés que te escuchó?
-Algunos decían que escuchaba. Yo le daba con una artillería de palabras, de
caricias, de besos. Y cuando abrió los ojos, me agarró del cuello, me juntó su
carita, y me dio un piquito, yo dije: "Es Male, me ve, me reconoce, ha vuelto".
Me susurró un "mamá" con esos ojitos que no entendían nada. Y fue el mamá más
grandioso de mi vida. Fue el nacimiento de Malena…

-¿Quién te ayudó a mantener ese equilibrio emocional?
-Mi analista. Venía dos veces por día, a la mañana y a la noche. Teníamos la
charla antes de que yo fuera a darle el último beso a Malena. Lo despedía en el
ascensor y bajaba a terapia para darle las buenas noches. Después me iba a
dormir, para juntar energías. Sólo con él me animé a hablar de la muerte, con
nadie más.

-¿Le tenés miedo a la muerte?
-Respeto mucho a la Señora Muerte. Sé que se la puede combatir, que no siempre
gana. Con nosotras no pudo. ¿Con qué se la combate? Con energía, con convicción,
con amor, con fe, con unión. Y con Dios. ¿Sabés qué me pasó? Todo lo que estaba
viviendo me hacía pensar: "Con la fuerza que está haciendo la gente, con las
oraciones, con lo que están trabajando los médicos, con el cariño de sus amigos,
Malena no se puede morir".

-¿Y los hermanos?
-Creo que no tenían mucha conciencia de que su hermana podía morirse. Son
chiquitos, por suerte. Al principio, se resguardaban un poco y después pidieron
verla. Y les hizo bien, porque se sacaron muchos fantasmas. Cuando ella
despertó, se turnaban para darle de comer: uno la comida, el otro el postre. Se
creó una relación muy amorosa, que se mantiene hasta hoy. La llenan de besos, la
abrazan, se tiran en la cama.

-¿Cómo fue el regreso a casa?
-Se puso a llorar. Ella decía: "Quiero mi casa, quiero mis cosas". Recorrió su
cuarto, sus cosas, las cartitas que le habían enviado. Le hizo bien. Por eso
pedí que le dieran el alta y hacer la rehabilitación ambulatoria, porque las dos
necesitábamos estar en casa, dormir juntas, desayunar. Y le regalé a Camila, la
perra Beagle que me había pedido y que yo siempre le negaba. Y bueno, se la di
ahora.

-¿El rosario que tenés al cuello es uno de los que te enviaron?
-Uno de los tantos. Me lo mandó una de las maestras de Julián de cuarto grado,
con una cartita muy linda. Me he puesto otros.

-¿Para estar siempre con Dios?
-Sí, aunque siempre creí, ahora rezo como una buena católica. Empecé en el
sanatorio, cada noche un Padrenuestro y pidiendo por Malena. Ahora también:
rezo, pido y agradezco. Pido que se mejore rápido, por esa ansiedad que tiene
una chica de 20 años. Y agradezco el milagro de que Malena esté conmigo.

-¿Creías en los milagros?
-Escuchaba a la gente que los contaba. Pero nunca tuve uno cercano. Ahora puedo
decir que sí, que yo viví un milagro, que Malena vivió un milagro. Y esa fue la
mano de Dios. Sentí que El estaba con nosotras todo el tiempo. Que tomaba mi
mano y me guiaba. Que cada día que pasaba, El se estaba haciendo cargo de la
situación. Si Dios no hubiese estado, esto no habría sido así. También les pedí
mucho a mis viejos: que no se la llevaran, que le prohibieran la entrada al
cielo. La Picchio me decía: "Vos la acompañaste hasta la puerta del cielo y te
la trajiste de vuelta
". Puede ser. Yo la tenía fuerte conmigo, no se me podía
escabullir de entre los dedos. No. No se lo merecía ella, no me lo merezco yo.

-¿Cómo está hoy tu corazón?
-Como el de una mujer de 90 años, achacadito. No por eso menos fuerte. Las
heridas están por todas partes, hasta en el alma. Pero cicatrizan. Porque el
amor cicatriza todo. Y Malena está conmigo. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?
Ver el día de mañana un nieto de Malena. Pero, la verdad, tengo todo.

-Después de lo vivido, ¿te cambiaron los valores en la vida?
-Hoy la vida es fiesta, es celebración. Todo tiene otro valor. Aprendí a
silenciar las quejas. A acostarme y a levantarme con una sonrisa. A no
autoexigirme tanto, a no pretender ser hiperprofesional, a no preocuparme si
llego diez minutos tarde. A estar agradecida de que tengo laburo, de mi familia,
del nuevo día.

-¿Acaso hay que pasar una prueba tan dura para aprender a vivir con felicidad?
-Mirá, un día Rita Cortese me acompañó a tomar un café en el Dupuytrén y me dijo
una frase que viene del budismo: "El que no conoce la enfermedad, conoce solo la
mitad de la vida"
. Lamentablemente hay que pasar por estos momentos para darse
cuenta. La vida debe ser una comedia, no una tragedia. "Levántate y sonríe. Hay
que trabajar y sonreír".
Eso le digo a Malena durante la terapia de
rehabilitación. "Sonriamos todo el tiempo, mi chiquita, que esta es la vida".

por Gabriela Cociffi
fotos: Santiago Turienzo
producción: Gabriela Díaz
peinó: Juan Manuel Cativa, para Roberto Giordano
(agradecemos al Alvear Palace Hotel, Las Pepas, UFO y Yagmour)

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"Ella es la mejor mamá del mundo", dice Malena, con su voz suave y su ternura. Nada hace pensar que hace solo unas semanas tuvo un derrame cerebral. "Malena es mi gran amor: si ella respira, yo respiro", confiesa María.

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