«Puedo vivir hasta mañana… o hasta los cien años» – GENTE Online
 

"Puedo vivir hasta mañana... o hasta los cien años"

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Quiere llevar la moto de agua, señor? –le consulta su marinero argentino.
–No, dejála, José. Hoy no –contesta Gerardo Andrés Sofovich.
–¡¿En serio tiene una y no quiere llevarla?! –desespera el fotógrafo.
–Ahí está. Miren –extiende su dedo índice hacia la popa del barco, donde la tiene atada.
–Perdone, Gerardo. Es como mostrarle un helado de dulce de leche y frutilla a un chico y sacárselo antes de la primera chupada –interviene el periodista.
–Puedo contarles los saltos que pego y cómo persigo la estela de espuma, si les sirve…
–¿Nos habla en serio? ¡Le pago las próximas fichas de la ruleta, pero por favor déjeme tomar unas imágenes suyas en acción! –dobla la apuesta Alejandro Carra, cámara en mano.
–Mejor salgamos. ¿Hacia dónde prefieren ir? –sonríe el caballero, con ese gesto suyo que delata una decisión tomada.
–Por cómo maneja el tablero y los controles, elija usted, que parece un especialista.
–De entrada, a la isla Gorriti. Después, a Solanas. No les propongo la Isla de los Lobos porque abunda el viento y deberíamos meternos 8,5 kilómetros adentro. Ahí reside una de las mayores colonias de lobos marinos del planeta. Recuerdo que en una oportunidad anclé cerca, subí a la susodicha moto, me acerqué, detuve el motor y me quedé flotando. Giré la vista a la derecha y cientos de cabecitas se escondieron en el mar. Lo mismo a la izquierda. En una volteo y, ¡uy!, me mira fijo, a diez centímetros de mi cara, un bicho de 140 kilos. Nos clavamos los ojos un instante. Hasta que le susurré “Hola, lindo” y, de la misma manera que el resto, se sumergió lento. Si aguantan sus gritos y su olor, lo recomiendo. Un programón –sostiene despidiendo la segunda amarra del muelle, sobre La Mansa, al lado del famoso catamarán turístico Calypso .

–¿Cuánto le cuesta semejante ubicación de privilegio, a dos cuadras de su departamento?
–La mantengo de diciembre a marzo, cuando regresamos el barco al Delta. Y sí, cuesta plata –prefiere no abundar en números–… ¡Qué lástima! Pocos obstáculos para esquivar. Quizás al regreso nos divirtamos un poco –se lamenta anunciándole la partida de su nave de 16 metros de eslora por 3,60 de manga a la Prefectura de Punta del Este–… Le puso Honney Moon el anterior dueño. Se la compré en 1991, recién construída… Me despierto al mediodía y navego seis, siete horas. Adoro el mar. Nado, ando en moto de agua… Acá me limpio el bocho.

–¿Realmente? Su celular de última generación no deja de sonar al ritmo de Luciano Pavarotti.
Nessun dorma, mi aria favorita. No obstante, te asevero, el teléfono suena bastante menos que antes. Lógico, entre el arranque estival de mis cinco obras en cartel (dos en Carlos Paz –El champán las pone mimosas y La revista de Sofovich–, otras tantas en la calle Corrientes –Morocha y pasional y Pobres pero casi honradas–, y una en Mar del Plata –El champán las pone mimosas–), recién comienzo a relajarme algo tras un 2006 divertido y un inicio de 2007 bien movido.

–Divertido, coincidimos. Lo notamos bastante mediático en la temporada que terminó, Bailando por un sueño y programas de chimentos incluidos.
–Durante mi larga trayectoria en cine, radio, televisión y teatro me divertí un montón, pero el año pasado me divertí más. Quizá dejé de hacerme mala sangre por la crítica ideologizada de nuestro país. El champán las pone mimosas es la comedia más exitosa de la historia del teatro nacional y nadie lo menciona. Como nací en la Argentina y no soy ni gay ni de izquierda, otras obras reestrenadas se llevan tapas y páginas y las mías ni una línea. Y entrando en el año 47 de una carrera exitosa, ya me importa un carajo… ¿Quieren unos panchos?

–Gracias, Sofovich... ¿Dejaron de importarle las críticas? ¿Es un duro-duro nomás?
–Error. Aunque me presenten poniendo la cortina del El padrino, soy sensible, de lágrima fácil. Digo “te quiero” permanentemente. Un perro tierno. Hasta que lo molestás. Ahí te muestra los dientes.

–Sin embargo, comentan, cuando baja el pulgar, no vuelve a subirlo. ¿Nombres? Mario Pergolini, Laura Fidalgo, el caballero al que amenazó con pegarle catorce tiros.
–Se trata de casos extremos. Tampoco me interesa tomar un café con ellos. Pergolini, por ejemplo, hizo su carrera gracias a Tinelli, a Susana y a mí. Y Fidalgo... –resopla–. En cuanto al de los tiros, fue una joda para que le llegara a un tipo cagón que se mandó una jodida. No importa quién –llegan los panchos. Convida. Se prepara uno “a la americana”, con mayonesa, ketchup y mostaza. Toma un sorbo de agua mineral. La música de John Williams y la Boston Pops Orchestra invade el aire. Disfruta el momento–. ¿Se puede pedir algo más? –respira–. Bueno, falta mi mujer. No la traje porque la marea el océano movido.

–Háblenos de Sofía (Oleksak).
–Hace rato que estamos juntos. Calculá que me separé de Carmen Morales una década atrás. Otro afecto, Carmen: la madre de mi hijo Gustavo, la abuela de mis nietos Tatiana (15) y Nacho (3) y la mujer que compartió conmigo gran parte de mi carrera. Nos hablamos a diario. Sofía está separada, igual que yo. Decidimos vivir camas afuera. Por respeto a sus chicos y al padre, porque yo no podría convivir con chicos de 7 y 9 años y porque dos casas evitan lo que destruye al amor. Hablo de la convivencia. Ninguno piensa en otro casamiento. Ni siquiera ahora, que Sofía está por cumplir 32. No importa. Todavía puedo bancarme a una vieja como ella.

–¿Usa Viagra, Gerardo?
–Si te contesto en serio me vas a retrucar lo mismo que mis amigos: “¡Dejáte de joder!”.

–Epa. Otro tema que tocó en ShowMatch y llamó la atención fue el accidente que tuvo a los 6 años en una de sus piernas.
–Seguro. Un secreto a voces. Lo mencioné para hacerle entender a alguien que no se debe apelar a la lástima. Nunca acudí a ella. Me parece fantástica la actitud del vicepresidente Scioli, que en funciones luce su brazo ortopédico y cuando sale a caminar o a correr, no. Yo lo superé con voluntad. A los 7 jugaba al fútbol y andaba en bicicleta, a los 14 asistía a asaltos. Sólo te voy a agregar un último detalle, y basta del tema: hasta me gané un paquete de Chesterfield en un concurso de baile.

–¿Unico vicio el cigarrillo?
–Unico. Fumo desde los 13. Claro, iba al Nacional Sarmiento, primeros coqueteos con las chicas de Bellas Artes, de la vuelta, y había que mostrarse macho. Aunque surgieran ganas de vomitar y en tu interior prefirieras un chicle. Me quedó. No bajo del paquete, paquete y medio. Jamás en cámara o en fotos… –esconde su rubio Benson & Hedges–. Le escapo a los malos ejemplos. No hay que probar el cigarrillo. Sin embargo, superé mi etapa de jugador compulsivo. Hacía bolsa fortunas. Me autoanalicé a los 40. Cinco años sin apostar por plata ni al truco. Terminado el plazo, viajé a Las Vegas. Me había curado y convertido en un jugador social. He ganado y perdido cifras que te helarían la sangre. En ese lustro de abstinencia consolidé mi patrimonio. Ahora podría aguantar un par de años sin trabajar.

–O un par de décadas.
–Me acusan de tacaño. ¡Qué barbaridad! Las bailarinas de mis revistas cobran el cincuenta por ciento más que las de las otras revistas de Buenos Aires. Soy pródigo y propinero. He hecho rica a gente en el espectáculo.

–¿Hubo otras tentaciones aparte de las que mencionó?
–Todas, pero ninguna capaz de no dejarme dormir tranquilo… Hace tiempo, un amigo me insistió para que probara cocaína, y acepté. Gran pel… Otra cosa que no hay que probar. Noto los resultados de la droga y me alarman. Luego, nada. Un vaso y medio de vino en las comidas. En ocasiones, un whisky entre amigos. No me mata el champán. Como medido. Peso 73 kilos. Y me gusta tanto un choripán con chimichurri como el buen caviar.
Acelera de 15 a 20 millas por hora mientras un José híper concentrado intenta embocar el agua del termo en el mate cargado de yerba.

–¿Anda apurado, Sofovich?
–Aquel barquito que avanza a estribor pretende superarme –desafía–. Siempre soñé con convertirme en piloto de Fórmula Uno. Mi asignatura pendiente. Como a los 69 huelo imposible que ocurra, me conformo con carreritas en el agua. Igual, me siento de cuarenta y pico, al menos en mi cabeza. Trato de aggiornarme. Uso mensajes de texto, buceo por Internet hasta las cuatro y media de la mañana leyendo diarios del mundo en italiano, francés, inglés y portugués, manejo el Photoshop, elaboro dibujos animados con leyendas que le regalo a la familia.

–¿Coqueto?
–Pulcro. Combino colores, lo moderno y lo clásico. En mi vestidor abundan las corbatas. Suman unas 250. Aparte, nunca pensé en teñirme ni en cirugías estéticas.

–¿Y le teme a la muerte?
–Yo, no –empieza a esquivar la docena de embarcaciones sque se juntaron rumbo al muelle en las tres horas cuarenta y cinco de ausencia–. Recuerdo la parábola que traza Bob Fosse en All that jazz. A Jessica Lange encarnando a Angelique, la muerte, que envuelve de a poco mediante un juego sensual a Roy Scheider (Joe Gideon). El mismo flirteo de cualquiera que practica deportes de riesgo, fuma, va a escolasear, maneja a mil. Yo en cierta manera coqueteé y coqueteo con la muerte, y no le tengo miedo. A punto de convertirme en septuagenario, pienso que puedo vivir hasta mañana... o hasta los 100. Lo que sí sé patente es que en mi entierro va a haber mucha gente, y que a varios no los deberían dejar aparecer. ¿Sabés lo que les digo a quienes sólo endiosaron al Negro Olmedo una vez muerto, a los que sólo alabaron a mi hermano Hugo una vez muerto? –lanza el ancla desde el botón de mando.

–¿Qué, Gerardo?
–Métanse la necrológica en el c…

Al timón de su barco <i>Honney Moon</i>, frente a la isla Gorriti. Una costumbre que repite cada tarde en el Atlántico uruguayo. “<i>Me atrae el mar, quizá por pisciano. Nado, me subo a mi moto de agua. Acá me limpio el bocho</i>”, afirma Gerardo.

Al timón de su barco Honney Moon, frente a la isla Gorriti. Una costumbre que repite cada tarde en el Atlántico uruguayo. “Me atrae el mar, quizá por pisciano. Nado, me subo a mi moto de agua. Acá me limpio el bocho”, afirma Gerardo.

Junto a Sofía, su mujer de 31 años. “Cumplirá 32 el 15 de marzo, setenta y dos horas antes que yo… No importa. Todavía puedo bancarme a una vieja como ella”.

Junto a Sofía, su mujer de 31 años. “Cumplirá 32 el 15 de marzo, setenta y dos horas antes que yo… No importa. Todavía puedo bancarme a una vieja como ella”.

“Superé mi etapa de jugador compulsivo.  Cinco años sin apostar por plata ni al truco. Y me curé. En ese lustro de abstinencia consolidé mi patrimonio.”

“Superé mi etapa de jugador compulsivo. Cinco años sin apostar por plata ni al truco. Y me curé. En ese lustro de abstinencia consolidé mi patrimonio.”

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