Cómo Juan Carlos Harriott se convirtió en leyenda del polo mundial – GENTE Online
 

Juan Carlos Harriott, el histórico polista al que Adolfo Cambiaso despidió con toda admiración: "Se fue el 1"

Falleció a los 86 años, y aunque su bajo perfil lo mantuvo alejado del medio, brilló como nadie (un dato: obtuvo 20 Abiertos de Palermo). Bonaerense, casado más de medio siglo, padre de dos mujeres y abuelo de cinco nietos, hace doce años le abrió a GENTE la puerta de su estancia de Coronel Suárez, para brindar una nota exclusiva, con la que hoy lo homenajeamos.
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Juancarlitos en su estancia La Felisa, en Coronel Suárez (a 145 kilómetros de la Capital), donde recibió a GENTE.

“Perdón la pregunta, amigos... ¡¿no hay noticias importantes en la Capital Federal que se vinieron hasta acá para hablar conmigo?!”, lanza en el umbral de su chalet Juan Carlos Harriott (74 -la edad que sumaba cuando se desarrolló este reportaje, en junio de 2011-), el hombre vestido de british que habla a lo gaucho. Habla, sí, frente a GENTE, sí, como en general no suele hacerlo, no, frente a la prensa, no.
“Nunca me gustó el cholulaje”, se defiende de lo que en realidad de ninguna manera sería una acusación. “No me considero un nostálgico, un melancólico que mira seguido por el espejito retrovisor. Yo estoy bien así, tranquilo, enfocado en el presente”, aclara sin detenerse a contemplar aquella cosecha –y no de soja y trigo, que a la fecha cultiva– capaz de convertirlo en el mejor polista de la historia mundial (pese a que, por ejemplo, en el buscador Google su nombre comienza a diluirse a la quinta página).

El posteo de Adolfo Cambiaso para despedir a Juan Carlos, el último 11 de sptiembre.


¿El mejor? Tal cual. Aunque ante la consulta inicial del periodista no duda, a pura espontaneidad, en darle el título con que la nota se quedará: “¿Yo el mejor de la historia?... ¿Pero vos estás loco, che?”.
–¿Loco? Lo difunden sus nuevos colegas, sus viejos colegas, sus futuros colegas.
–Exageran, jé.
–¿Seguro?
–Lógico. Y ya que vamos a charlar en confianza (propone repentino), te pido un favor (muerde su labio inferior). Vos poné todo lo que te parezca, hasta las burradas mías que me escuches. Me hago cargo de mis palabras. El favor es que no le agregues sal a mis respuestas. Valoro mucho a quien las respeta. ¿Hecho?
Hecho.

"AL PRINCIPIO ANDÁBAMOS CORTOS DE BILLETES"

“Nací (el 28 de octubre de 1936) en el partido bonaerense de Coronel Suárez, a 547 kilómetros del Obelisco, por la Ruta 3, y nunca me mudé de mi pueblo. De entrada, obvio, compartí junto a mis hermanos menores, Alfredo (hoy 65) y Elvira (71), el techo en el que vi la luz, lo de mis padres, Elvira de Lusarreta (falleció a los 93) y Juan Carlos (falleció a los 92)".
"Luego -continúa- conocí a Susan (Susana Cavanagh; 70 recién cumplidos), resolvimos casarnos (’64), y mientras alquilábamos una casa nos pusimos a levantar la nuestra en La Felisa (nombre de su bisabuela, Felisa Alberdi). Andábamos medio cortos de billetes por lo cual, en aquellas épocas, dentro del living donde estás sentado entrevistándome y mostrándome antiguas imágenes, había paja y piso de tierra y faltaba el techo. La habitamos en 1967”, relata casi sin tomar aire el hincha de Boca, admirador de Roberto De Vicenzo y Juan Manuel Fangio, el amante de la caza, el golf, la pelota a paleta, el fútbol, la pesca y el mate amargo, el señor de los caballos, el hombre récord. Hora de poner a prueba al ilustre de los ojos celestes y el tono campechano.

“Me levanto a las 6.30 de la mañana; me acuesto a las 10 y pico de la noche. Transito los días al lado de mi incondicional mujer, combinándolos entre el campo, mi casa y la familia, cada fin de semana que puede venir de Trenque Lauquen y La Lucila”, explica Harriott (en las dos fotos superiores junto a Susan, quien en la imagen de 1968 observa a la pequeña Marina).


–¿Recuerda los títulos que ganó junto a Coronel Suárez Polo Club y el Seleccionado Nacional?
–Hmm, claro. Veinte Campeonatos Argentinos (debutó en pleno servicio militar), cuatro Copas de América y una Sesquicentenario (en 1966; vencimos a los Estados Unidos y Reino Unido); me parece que quince Abiertos de Hurlingham, y varios Abiertos Los Indios-Tortugas (Nota de la redacción: catorce, aparte de cuatro Triples Coronas).
–¿Tomó conciencia de que cualquier ser razonable –y no se nos enoje por el comentario– ya poseería un sitio propio de internet y hubiese convertido su nombre en franquicia abundante en merchandising y ganancias? Insistimos, ¿tomó conciencia?
–Quizá. Lo del sitio no estaría mal. Del resto (respira profundo), no acostumbro mirar atrás, te dije.
–Igual, suponemos, a los jóvenes que se dedican a su deporte les encantarían los consejos de un maestro. Piénselo. A propósito, ¿es real que Guillermo Vilas inventó ‘la gran Willy’, el tiro que ejecutaba bajo las piernas, amoldándolo de uno suyo?
–Lo escuché. Habría que consultarle a él.

En su estancia, a 14 kilómetros de la ciudad. Alrededor de la confortable casa de dos dormitorios agregó una para cada familia de sus hijas, Lucrecia y Marina, y una piscina climatizada “para los achaques”

–Okay, ¿y qué hay de los “consejos de un maestro”?
–Mirá, me encuentro a disposición, por supuesto. De entrada les sugeriría a los jóvenes observar y escuchar a los que saben, imitar a los referentes (golpes, movimientos, etcétera), y tomarse la actividad con enorme responsabilidad.
–¿Usted y sus compañeros lo hacían?
–Comíamos milanesas al horno, no fritas. Cero cigarrillos. Alfredito, que acostumbraba a fumarse cuatro, cinco puchos diarios, iniciada la temporada los dejaba. Trotábamos. Nos cuidábamos al extremo. –Ni al cine me llevaba (se prende breve Susan, que tras dejar sobre la mesa ratona una bandeja cargada de salame picado fino en rodajas, regresa a su cocina). Viajar, viajábamos. Sin embargo, una vez que llegábamos, ¡ni al cine me llevaba! (reitera partiendo).
–¿Es verdad, Juan Carlos, que ni a ver una película la invitaba?
–Cierto.
–¿También que Susan fue su primera novia?
–Obvio (se nos acerca al oído izquierdo). Primera novia oficial (risas).
–¿Alcohol tomaban los integrantes del team?
–Sólo cuando festejábamos.
–¿Sólo?
–Bueno, festejábamos bastante.

Nooo… Yo no era mejor que Adolfito Cambiaso. Aparte, nos considero distintos. Adolfo brilla a través de su talento. Yo hacía culto del equipo. Me consideraba una pieza de ocho, porque incluyo a los petisos. Insistía en que corriera más la bocha que el caballo"

“JUGABAMOS EN EQUIPO, COMO EL BARCELONA”

Recibió su primer gol de hándicap en 1953. A los 25, en el ’61, logró la máxima categoría, 10, cifra que lo acompañó hasta el retiro, en 1981, consumado a los 44 años de edad. “Me di cuenta de que ya no competía para ganar, sino para no perder”, explica.ç
En su trayectoria “he conocido a varias personalidades”, se limita a confirmar, modesto, cuando le acercamos nombres de celebrities que lo han aplaudido en distintas canchas del globo: Constantino de Grecia, Isabel de Inglaterra, Grace Kelly –la princesa de Mónaco–, Porfirio Robirosa, Alí Khan, el Sultán de Brunei, los actores Stewart Granger y Gregory Peck.
“¿Se quedan a almorzar, no? Asado, y un jugoso flan y un tierno lemon pie de postres que horneó Susan”, pregunta por sorpresa, asomándose al ventanal desde el que puede divisarse a un peón apilando leña bajo una parrilla erigida sobre una pequeña superficie de cemento. “Si no incomodamos...”, respondemos. “Al contrario, salvo que alrededor de las dos, dos y media de la tarde, debo dejarlos para ir al campo”, las últimas cuatro décadas, David Quiess. Un tipo fundamental.


“¿Mis mejores compañeros? Poné aquellos con los que conseguí la mayoría de los torneos (vistiendo la camiseta de rombos rojos y azules de Coronel Suárez –arriba– y del Seleccionado Argentino –abajo–): Horacio Heguy, un laburador incansable; Alberto Heguy, una garra terrible, y mi hermano Alfredo, un enorme pegador”.


–¿Qué hay de las fotos, las notas, los trofeos, ¡y el museo!?
–Ningún museo. Notas y fotos no guardo. A lo sumo alguna camiseta gastada. El Olimpia de Oro del CPD (el único que obtuvo un polista) descansa sobre el escritorio, rodeado de platitos y menciones. El resto, o parte del resto, en el altillo, guardado adentro de cajas.
–¿Parte?
–Hace una década entraron a robar; casi me limpiaron. A través de un conocido averigüé quién ingresó, lo encontré en un hotel de Salliqueló, y le propuse: “No lo voy a denunciar, mientras me devuelva todo. Le doy veinticuatro horas”. “¿Todo? Imposible. Fundí una parte y la vendí”, me juró. Por fortuna me entregó lo que le quedaba, soslayando unas copas grabadas con mi nombre que en la previa tiró a una banquina y desafortunadamente aplastó un tractor. Luego, mis hijas se han llevado una cantidad. “¡Ay, qué linda jarra!”; “Ay, qué linda bandeja!”. Es medio fantochada andar exhibiendo el resto. No he sacado en limpio qué premios me quedaron.
–Tampoco quedaron herederos. Usted sucedió a su talentoso padre, ¿quién lo sucedió a usted?
–Nadie. No obstante, de haber criado un varoncito, ¡jamás le hubiese puesto Juan Carlos! Si papá fue Juan Carlos y yo Juancarlitos, ¿cómo se llamaría mi hijo? ¡¿Juancarlitos junior?!… Mis cinco nietos apuntan hacia otro lado. Ni las nenas (Candelaria, 18; Delfina, 17; Pilar, 16, y Camila, 15), ni el varón (Santos, 16) le prestan interés al polo. Cierta vez vinieron a visitarnos y me pidieron unos tacos y unas bochas para probar. Les encargué cinco en la ciudad. Súper chochos. Al rato retomaron sus computadoritas. Pensé en confiscárselas. La falta de contacto cotidiano no ayuda al interés. ¡Calculá que yo de pibe jugaba al polo en bicicleta!

Para llegar a 10 de hándicap debés haber tenido la suerte de nacer con cierta facilidad. Por más voluntad que le entregues, no alcanza. Y después hay que añadirle el amor propio, una característica de nuestro equipo”, entiende el crack y número 3"

“El campo es mi vida actual, pese a que, en concordancia con mis pares, no me siento demasiado apoyado por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner”, añade refiriéndose al conflicto nacido en 2008 y a las 2.900 hectáreas divididas en tres partes que posee “a nombre de mis hijas (Marina, 46, y Lucrecia, 43). El usufructo nos pertenece a mi esposa y a mí, el resto a las chicas”, informa girando hacia el polista Ignacio Azumendi, amigo de la familia y testigo de la entrevista.
–¿Agricultura? –avanzamos.
–Exacto, y ganadería; unas pocas cabezas y unos pocos caballos.
–¿Existen a su alrededor rastros que develen la existencia del eximio deportista?
–Mi petisero. Ahí parado (señala) está mi petisero de propuse: “No lo voy a denunciar, mientras me devuelva todo. Le doy veinticuatro horas”. “¿Todo? Imposible. Fundí una parte y la vendí”, me juró. Por fortuna me entregó lo que le quedaba, soslayando unas copas grabadas con mi nombre que en la previa tiró a una banquina y desafortunadamente aplastó un tractor. Luego, mis hijas se han llevado una cantidad. “¡Ay, qué linda jarra!”; “Ay, qué linda bandeja!”. Es medio fantochada andar exhibiendo el resto. No he sacado en limpio qué premios me quedaron.
–Tampoco quedaron herederos. Usted sucedió a su talentoso padre, ¿quién lo sucedió a usted? –Nadie. No obstante, de haber criado un varoncito, ¡jamás le hubiese puesto Juan Carlos! Si papá fue Juan Carlos y yo Juancarlitos, ¿cómo se llamaría mi hijo? ¡¿Juancarlitos junior?!… Mis cinco nietos apuntan hacia otro lado. Ni las nenas (Candelaria, 18; Delfina, 17; Pilar, 16, y Camila, 15), ni el varón (Santos, 16) le prestan interés al polo. Cierta vez vinieron a visitarnos y me pidieron unos tacos y unas bochas para probar. Les encargué cinco en la ciudad. Súper chochos. Al rato retomaron sus computadoritas. Pensé en confiscárselas. La falta de contacto cotidiano no ayuda al interés. ¡Calculá que yo de pibe jugaba al polo en bicicleta!
–Disculpe, ¿el abuelo-leyenda continúa montando?
–Dejé un año y pico atrás. Me apareció un dolor en la rodilla derecha. De peso aumenté once kilos respecto a mi juventud. Salté de 84 a 95, midiendo 1,85 metro, no me quejo. Sí, admito, ando medio “sordeli”.


Centro: El Olimpia de Oro del Círculo de Periodistas Deportivos, obtenido en 1976. Fue la única vez que un polista lo atesoró. Además posee cinco de Plata, los de 1970, ’75, ’76, ’77 y ’78.


–¿Palpita los partidos en la tele? ¿Aparece en los torneos?
–Poco. “Observá a los viejos de antes –criticábamos, me acuerdo patente–. Ganaron un montón y ahora no vienen a los partidos”. Y al final nosotros repetimos la acción (carcajada). No viajo seguido a la Capital.
–Detalle al margen: ¿cómo marcaría a Cambiaso?
–Difícil, hombre a hombre, presionándolo. Juan Martín Nero (Ellerstina) se acerca al ideal de marca, sin conseguir anularlo por completo. Adolfito es como Messi o Maradona con la pelota, un talento individual que nació para brillar en la actividad que desarrolla. Y lo demostró en la cancha número 1 de Palermo, donde el polo es otro deporte. Hay quienes andan lindo, llegan a Palermo y hacen sapo. Yo funcionaba en Palermo pero, te lo afirmo, cuando me tocaba pisar ese césped, me ponía un cachito nervioso.

A lo sumo guardo alguna camiseta gastada… No me considero un nostálgico, un melancólico que mira seguido por el espejito retrovisor. Yo estoy bien así, tranquilo, enfocado en el presente”


–¿Juancarlitos era superior a Adolfito Cambiaso?
–Nooo… Aparte, nos considero distintos. Adolfo brilla a través de su talento. Yo hacía culto del equipo. Me consideraba una pieza de ocho, porque incluyo a los petisos. Insistía en que corriera más la bocha que el caballo. Jugábamos como el Barcelona o un conjunto alemán de fútbol. Junto a Santa Ana, nuestro eterno rival, conformábamos el Boca–River. Ellos llegaron a ser el notable equipo que fueron gracias a nosotros, y nosotros llegamos a ser el notable equipo que fuimos gracias a ellos.


–¿Cuál es su reacción cuando lo descubren y se le acercan a pedirle un autógrafo y una dedicatoria?
–Honran mi tradición, y lo agradezco. No soy tan tímido. Me cercioro de que no me estén dando un cheque para firmar, y listo. Jajá.
–¿Usa celular y mail?
–Celular, nomás. Dirección de correo todavía no saqué. Para la web, lo acepto, soy el más chambón del planeta.
–¿Y qué ocurriría si mañana lo llaman al simple aparatito de teléfono que usa, intentando organizarle un estruendoso homenaje general en reconocimiento a sus proezas?
–¿Ocurrir? Nada. Aceptaría gustoso. Pasa que… yo estoy bien así, tranquilo, enfocado en el presente –reitera por tercera vez, despidiéndose–. En serio que no necesito del ruido. ■

Fotos: Fabián Uset y Archivo Grupo Atlántida
Agradecemos a Ignacio Azumendi

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