“El vivía para servir a los demás” – GENTE Online
 

“El vivía para servir a los demás”

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Hasta ahora nunca tuve que usar el arma. Eso me da mucho placer.

–¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
–Cuando evito un hecho de violencia, y poder lucir el uniforme con dignidad.

–¿Por qué decidió ser policía?
–Porque tengo vocación de servicio. Cualquier trabajo que se hace con vocación se torna un verdadero servicio a la comunidad.

–¿Cómo es su relación con los jóvenes de la zona?
–Soy amigo del diálogo y de tratar a los chicos con cariño. La fuerza está en saberlos comprender. Conmigo, gracias a Dios, son muy respetuosos, porque yo también lo soy con ellos.

–¿Qué siente al saber que es tan querido por la gente del barrio?
–Uno recibe lo que da, y eso se percibe. Cuando se tienen intenciones puras, vocación, y se quiere al prójimo más que a uno mismo, poniéndose en segundo plano, eso se irradia.

En el marco de las celebraciones por los 300 años de la fundación de la ciudad, en el año 2006, los alumnos del Colegio Labardén decidieron entrevistar –para la radio zonal FM Simphony– a la figura más emblemática del barrio. No hubo dudas: el personaje elegido por todos fue Aldo Garrido, quien desde hacía 30 años custodiaba, de lunes a sábado, el centro comercial de San Isidro. Casi tres años después, el capitán Garrido recibió más homenajes. Jóvenes, adultos, comerciantes de la zona, autoridades municipales y policiales, jueces, hombres y mujeres de todo el espectro político, ancianos y hasta chicos de la calle lo lloraron, le llevaron flores y se indignaron por su muerte. El reconocimiento incluyó un ascenso post mortem al grado de capitán. Garrido, el policía de la Bonaerense al que todos querían, había sido asesinado en el cumplimiento de su deber.

El martes 17 de febrero, como era habitual, Garrido hacía su ronda por la calle Chacabuco, en el corazón de aquella ciudad del norte del Conurbano. Pasaba por el local de ropa Kevingston, y al no ver a la empleada, decidió entrar. La suerte no lo acompañó. Un ladrón que mantenía cautivas a las dos vendedoras en el fondo del negocio le efectuó dos disparos en el estómago. Como el policía no caía, la mujer que acompañaba al delincuente lo empujó al piso, le sacó su arma reglamentaria y le tiró dos veces más, por la espalda. Néstor Luque y Débora Acuña, ambos de 29 años, fueron detenidos al día siguiente, y confesaron haber cometido el crimen ante los fiscales Diego Callegari, María Virginia Roso y Eduardo Rodríguez.

“Todavía no puedo creer que ya no lo tengo más conmigo, pero estoy muy orgullosa de haber sido su compañera”. Marta Barberi (68) conoció a Garrido en el centro sanisidrense en 1986. “Yo tenía un negocio y él cuidaba la zona. Me llamó la atención que fuera tan prolijo, siempre impecable”, recuerda con emoción. Tiempo después, Marta terminó su matrimonio con el padre de sus dos hijos, Gustavo y Laura, y se mudó con Garrido a su departamento de La Lucila. “El era soltero, no tenía hijos. Los míos enseguida se dieron cuenta de la clase de persona que era y nos empezamos a unir. Mis hijos lo adoraban y mis nietas también. Para él, Agostina, Paula y Camila eran sus nietas del corazón”, cuenta Marta.

DESDE EL MONTE TUCUMANO. Aldo Garrido había nacido el 15 de mayo de 1947 en Tucumán. Era el cuarto de ocho hermanos. A los 16 años decidió dejar su provincia y viajó a Buenos Aires para ingresar en la Escuela de Infantería de Marina. “El veía mucha pobreza y soñaba con tener algo; por eso se vino para acá. Cuando llegó lo mandaron a la isla Martín García. Me contaba que lloraba de noche; era chiquito…”, relata su mujer. Tras su paso por la Armada, el 2 de abril de 1977 decidió ingresar a la Policía bonaerense. Estuvo cinco años en comisaría y luego lo asignaron como rondín de la zona comercial de San Isidro. Y ya no quiso irse. Ni siquiera cuando le llegó la edad de jubilarse. “En cuanto se enteró de que lo podían retirar, se lo veía desesperado. El quería seguir trabajando, sirviendo a la comunidad”, cuentan los comerciantes del lugar.

Garrido era un emblema. “Se quedaba hasta que cerraba el último negocio. En la zona conocía a todos: saludaba a los que pasaban, uno por uno, ayudaba a la gente mayor a cruzar la calle, paraba el tránsito para que cruzaran los chicos, cuando los comerciantes tenían que sacar dinero del banco los acompañaba... Todos, en San Isidro, teníamos su celular particular. Cualquier problema lo llamábamos y en dos minutos él estaba a nuestra disposición. Perdimos a la persona más querida del barrio”, le contó a GENTE Ernesto, propietario de un negocio y amigo del policía muerto.

Su día empezaba siempre a las 5.30 de la mañana. Garrido se levantaba y hacía invariablemente una hora de gimnasia, para mantenerse en forma. Mientras tomaba mate con Marta, se lustraba los borceguíes. “¡Llevaba el uniforme con tanto orgullo…! Al principio no quería ni sentarse, para que no se le arrugara el pantalón”, recuerda ella. Besaba el Cristo que le había regalado una monja y se iba contento al lugar en el que todos lo esperaban. Trabajaba de lunes a sábado, de 9 a 21, y volvía a casa. Después de cenar con Marta, antes de dormir cumplía con dos rituales: besaba la foto de su madre, Ramona, la mujer que le enseñó a “ser honrado” y a “no tocar nunca lo que no era suyo”. Y leía El poder y la compasión, del Dalai Lama.

Las vacaciones eran breves. Garrido sólo las usaba para irse unos días a Tucumán a ver a su familia. “Ni siquiera quiso aprovechar un viaje a Bariloche que le regaló la fuerza por sus 30 años de servicio”, agrega Marta. Rara vez pasaba por la comisaría. Los comerciantes sanisidrenses dicen que lo evitaba, que prefería ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Su legajo era impecable. Cuando se enteraba de casos de corrupción en la fuerza, solía decir que “si uno no quiere, nadie lo puede arrastrar a nada fulero”. Para la época de Navidad, el policía a quien todos querían invitaba a comer a los chicos de la calle y les regalaba ropa. El viernes 20, tres días después de haber sido asesinado a sangre fría, dos de esos chicos se acercaron a la puerta de Kevingston con un ramo de flores. Reconocieron a su viuda y le dijeron: “Marta, cuando seamos grandes queremos ser como Garrido”.

Habla el hermano

“Desde el cielo, mi hermano estará orgulloso de su paso por la Policía”

En el humilde pueblo de Los Quemados, provincia de Tucumán, la familia de Aldo Garrido recibió a GENTE para hablar sobre su vida, su vocación de servicio y el gran dolor que provoca su ausencia.

Bronca, indignación, impotencia... El orgullo de haber tenido un hermano que cumplió con su deber se mezcla con la tristeza que invade a Enrique Garrido al pensar que el martes 17 dos delincuentes truncaron definitivamente los sueños de reencuentro con Aldo. En Los Quemados, 70 kilómetros al este de la capital tucumana, en medio de un profundo dolor, Enrique recibe a GENTE para hablar sobre la vida de Aldo, su vocación de servicio y la última visita a su familia: “Se llevaron lo que yo más quería en la vida. Mataron una parte mía. Para mi desgracia, ya no habrá más partidas de truco ni cabalgatas con mi hermano”.

–¿Cómo decidió Aldo ser policía?
–El siempre quiso ser un servidor público; de chico decía que quería ser militar o policía, para servir a la Patria. Cuando lo tomaron estaba feliz. Había hecho realidad su sueño y jamás nos permitió que habláramos mal de un colega. Realmente amaba a la institución. Decía que le había dado casa, comida, todo… Y que gracias a su trabajo había podido crecer y desarrollarse en la vida. Por eso siempre iba a estar agradecido. Y mire hasta dónde llegó su agradecimiento, que terminó entregando su vida en cumplimiento del deber.

–Y ni pensaba en retirarse…
–Sí, pero no es justo que esos asesinos hayan terminado así con la vida de Aldo, que vivía cuidándonos a todos. Siempre nos decía que mientras él viviera velaría por todos. Y ahora que lo mataron… Más que un hermano era un padre para todos nosotros. Nos aconsejaba, nos decía que debíamos conservar bien la casa, que trabajáramos fuerte y nos ayudáramos entre nosotros.

–Ernesto, ¿cómo se enteró de la noticia?
–Cuando me lo dijeron no me lo podía creer. ¡Hacía menos de dos horas que mi sobrino, Juan Eloy, había hablado con él por el nacimiento de su hija! Aldo le prometió que pronto iba a venir a conocerla. Me avisaron y me quedé duro: no tuve capacidad de reacción; si hasta ahora me cuesta creer que haya muerto. Sé que ya atraparon a los asesinos, ¿pero de qué me sirve? Cacho era todo para nosotros, y ya no está más… Esta gente no merece seguir viviendo. No hay derecho a que alguien más muera injustamente como mi hermano.

–¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
–En octubre. El había adelantado su viaje, que por lo general hacía para las Fiestas, porque yo estaba enfermo. El domingo me llamó y me dijo que iba a venir para Semana Santa. No tuve tiempo de empezar a contar los días para su regreso, que el lunes van y lo matan. Pero su última visita fue como una despedida.

–¿Por…? ¿Notó usted algo especial?
–Tuvimos una charla y me dijo: “Si alguna vez me matan, ustedes sigan adelante. Nadie es eterno…”. Ahora que lo pienso, es como si hubiera presentido algo, porque antes de irse le pidió a mi sobrina que lo llevara en el auto para despedirse de todos los parientes y amigos.

–¿Piensa que su muerte servirá para algo?
–Sí, para demostrar que todavía existen buenos policías, que cumplen con su deber. Aunque el vacío que sentimos no lo podremos llenar con nada, seguramente desde el cielo estará orgulloso de su paso por la Policía. Eso nos va a dar fuerzas para seguir adelante. Marta conoció a Garrido en 1986, mientras él cuidaba su local de ropa. Se enamoraron y se fueron a vivir juntos. “Estoy orgullosa de haber sido su compañera”, dice.

Marta conoció a Garrido en 1986, mientras él cuidaba su local de ropa. Se enamoraron y se fueron a vivir juntos. “Estoy orgullosa de haber sido su compañera”, dice.

“El veía mucha pobreza y soñaba con tener algo; por eso se vino para acá. Cuando llegó lo mandaron a la isla Martín García. Me contaba que lloraba de noche; era chiquito…”, relata su mujer.

“El veía mucha pobreza y soñaba con tener algo; por eso se vino para acá. Cuando llegó lo mandaron a la isla Martín García. Me contaba que lloraba de noche; era chiquito…”, relata su mujer.

Enrique Garrido dice, “Desde el cielo, mi hermano estará orgulloso de su paso por la Policía”.

Enrique Garrido dice, “Desde el cielo, mi hermano estará orgulloso de su paso por la Policía”.

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