«En materia de ciencia, estamos más cerca de los talibanes que del siglo XXI» – GENTE Online
 

"En materia de ciencia, estamos más cerca de los talibanes que del siglo XXI"

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Detallar el currículum vitae de Mario Rapoport (licenciado en Economía Política y doctor en Historia) ocuparía todo el espacio de esta nota. Baste, pues, esta síntesis: dos títulos académicos (uno en la Sorbonne, París), tres espec
ialidades, varios profesorados y direcciones de institutos, profesor e investigador en seis países, tres grandes premios internacionales, catorce libros publicados, veinte ensayos y treinta artículos en revistas científicas de América y Europa. Pero este reportaje no roza la gloria: se hunde en un drama nacional llamado fuga de cerebros.

-¿Cuántos investigadores científicos hay fuera del país, doctor?
-Unos veinte mil. La mitad en los Estados Unidos y la otra mitad en el resto del mundo.

-¿Y en el país?
-Menos que afuera, claro. Unos quince mil.

-¿Es posible repatriar al menos una parte?
-Es casi imposible. Mientras los gobiernos sigan con su política de inversión cero en ciencia e investigación, una utopía. Además, ¿para qué van a volver, si no hay puestos de trabajo para ellos? ¿Para manejar un taxi, para vivir de changas?

-¿Cuánto cuesta, en la Argentina, formar un médico, por ejemplo?
-Alrededor de 50 mil dólares. 

-¿Y en los Estados Unidos?
-Más o menos 250 mil. Por eso se los llevan: ya llegan formados, y al país que los capta no le costaron nada.

-Según el investigador uruguayo Fernando Lema, del Instituto Pasteur de París, la Argentina invirtió unos 40.000 millones de dólares en preparar a los científicos que emigraron…
-Está todo dicho.

-Tengo la impresión, entonces, de que estamos hablando de una causa perdida. ¿Exagero? 
-No. Y es lamentable, porque en materia de investigación científica, el país conoció grandes momentos. Desde fines del siglo XIX hasta los años 60, por ejemplo.

-En el primer capítulo de la decadencia hay un nombre insoslayable: Juan Carlos Onganía. ¿Es así?
-Sin duda. Yo era estudiante cuando sucedió La noche de los bastones largos (Nota: violenta represión policial contra los estudiantes en la Facultad de Ciencia Exactas)… Después de ese episodio, muchas personalidades científicas se fueron del país. Sin embargo, no fue la peor etapa…

-¿Cuál fue la peor? 
-La dictadura militar 1976-1982. El ataque de Onganía no fue tan violento ni tan programático. Es más: muchos de los que se fueron podrían haberse quedado. La verdadera tragedia sucedió bajo la dictadura del Proceso. Fue la destrucción sistemática de la universidad.

-Hitler creó una negra frase para definir ese tipo de programas…
-Exactamente: La Solución Final. Aquello no fue sólo una cuestión de éxodo: también de perseguidos, muertos y desaparecidos. Y si a eso se le suma la atracción que ejercían los países de primera línea sobre nuestros científicos…

-La fórmula perfecta: expulsión aquí, atracción allá.
-Ni más ni menos: dinero, miedo, y como consecuencia, el gran vaciamiento.

-¿El 83, la primavera de la democracia, cambió las cosas?
-Sí. Hubo cierto nivel de recuperación de científicos. Pero después se repitió el problema básico: la ausencia de políticas que apoyaran la investigación científica. Sin dinero, sin un escenario adecuado, sin infraestructura, la ciencia se ahoga sin remedio. Es lastimoso, porque -a pesar de todo- la preparación universitaria argentina sigue siendo relativamente aceptable.

-Usted estaba en París, pero volvió. ¿Por qué? 
-Volví, y nada menos que en el 75. Un momento pésimo. Pero la patria es la patria…

-¿Cuánto dinero perdió el país a lo largo de ese drenaje de cerebros?
-Ni siquiera lo mido en dinero. Perdimos un siglo. Hoy estamos más cerca de los talibanes que del siglo XXI. Por lo menos, de los talibanes del mercado. Brasil y Chile, por ejemplo, destinan a la ciencia más dinero que la Argentina. Brasil, 0,75 por ciento de su Producto Bruto; Chile, 0,63, y nosotros, ¡apenas 0,47!

-Sin embargo, Brasil y Chile también tuvieron dictaduras militares. 
-Es cierto. Pero respecto de la ciencia mantuvieron políticas más fuertes y coherentes. En el Brasil, las empresas privadas pagan un impuesto para investigación y desarrollo en materia de petróleo, gas, comunicaciones, etcétera.

-¿Y aquí?
-Aquí, ese impuesto se lo llevan los funcionarios. Eso, sin contar otras graves limitaciones.

-¿Por ejemplo? 
-Los contratos precarios, la no retención de los profesores senior (grandes maestros), su retiro a los 70 años, etcétera. Si se puede ser presidente con más de 70 años, ¿por qué no se puede enseñar más allá de esa edad?

-¿Las empresas privadas aportan algo? 
-Poco. Pero, ¿qué se puede esperar en un país cuyo ministro de Economía (Domingo Cavallo) mandó a las investigadoras a lavar los platos? Aquí, la política parece ser "la ciencia, que la hagan afuera". Resultado: no tenemos ninguna ventaja comparativa. Ni industria, ni tecnología de punta, ni software propio. Nada. Importamos heladeras (y toda la línea blanca) de Brasil. ¿Cómo es posible?

-Y también escarbadientes de China, ¿sabía?
-El otro día entré a una cepillería de la calle Suipacha… ¡y conseguí un cepillo argentino! Por lo menos, alguien fabrica cepillos…

-¿Cómo y por qué se llegó a esta situación?
-A través de un modelo económico que empezó con la última dictadura militar y que, en el fondo, no cambió. Un modelo que privilegia lo financiero, castiga a los asalariados, gasta mal el dinero público, está teñido de corrupción, negocia mal su deuda y les carga todo a las generaciones futuras sólo puede ser calificado como perverso.

-¿Cuánto gana hoy en la Argentina, por mes, un profesor titular con dedicación exclusiva?
-De bolsillo, promedio, apenas 1.500 pesos. Los ayudantes (le aclaro: la mitad está ad honorem), entre 70 y 100 pesos…

-¿En Europa y los Estados Unidos?
-No menos de 5 o 6 mil dólares. Y en Brasil, el doble que aquí. Le digo más: no sólo los Estados Unidos o Europa se llevan a nuestros científicos: últimamente se están yendo al Brasil. Y ni siquiera a las grandes ciudades: al interior…

-¿Hay alguna esperanza de recuperación?
-Sí. El Mercosur. La relación entre investigadores argentinos, uruguayos y brasileños empieza a ser fuerte e interesante. Es una especie de Mercosur educativo y científico que puede cambiar bastante el sombrío perfil que nos amenaza.

-Hace poco, en una reunión de científicos que hubo en la Secretaría de Ciencia y Tecnología Adriana Puiggros, en Buenos Aires, uno de ellos (Iván Chambouleyron) dijo que leyó el libro Volver a Crecer, de Domingo Cavallo, y que no encontró ni una línea dedicada a la ciencia y la investigación.

-Es cierto. Le escribió una carta al respecto, pero el ministro no le contestó.

-Chambouleyron dice que le contestó un asesor, felicitándolo por haber leído el libro, y que ahí quedó todo.
-Más que una respuesta, una definición.

-Lo noto triste e irritado, doctor. 
-Por supuesto. Sobre todo, porque en medio de esta lucha, y a pesar de la buena preparación de nuestra gente (hecha contra viento y marea), en el exterior no todo es excelencia. Hay cursos de posgrado anunciados con mucho boato… ¡que son j…! Tres meses, o unas pocas semanas, un certificado, un diploma, y a otra cosa. Seriedad cero. Y mientras, nuestra ciencia se asfixia. Se muere.

La investigación científica argentina, que conoció años de oro, baja aceleradamente por una escalera que parece no tener retorno. Para Rapoport, la única esperanza de recuperación de la ciencia está en el Mercosur.

La investigación científica argentina, que conoció años de oro, baja aceleradamente por una escalera que parece no tener retorno. Para Rapoport, la única esperanza de recuperación de la ciencia está en el Mercosur.

Lograr el retorno de los científicos argentinos que están en el exterior es casi imposible. ¿Para que van a volver? ¿Para manejar un taxi?"">

"Lograr el retorno de los científicos argentinos que están en el exterior es casi imposible. ¿Para que van a volver? ¿Para manejar un taxi?"

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