Capítulo Cuatro, Néstor Kirchner: “Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida” – GENTE Online
 

Capítulo Cuatro, Néstor Kirchner: “Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida”

Así contó GENTE el inicio de lo que más tarde se conoció como ‘La era K’. Del estallido de la Alianza y el gobierno de transición Eduardo Duhalde, a un nuevo modelo de conducción. Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula Da Silva y la nueva izquierda latinoamericana.
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“Los argentinos somos muy mesiánicos, cada uno cree que si ejerciera el gobierno pasaríamos del infierno a ‘Alicia en el País de las Maravillas’ en un instante. Y la verdad es que hoy tenemos que pasar primero por el Purgatorio”, dijo Néstor Carlos Kirchner, en el living de su casa instalada en la sureña y ventosa ciudad de Río Gallegos, durante una entrevista exclusiva con GENTE. Una semana después, asumió la presidencia de una Argentina que buscaba nuevamente ponerse de pie.

Cinco presidentes en dos semanas

El sueño de la Alianza se extinguió en la crisis económica más profunda desde el inicio de la democracia. El Gobierno de Fernando De la Rúa anunció el “corralito”, un límite de 250 pesos/dólares semanales para la extracción de billetes en bancos. La medida aumentó el descontento social y se produjeron a lo largo de todo el país los famosos “cacerolazos”. En sintonía hubo múltiples saqueos a supermercados, almacenes y comercios de todo tipo. Como respuesta, el Poder Ejecutivo decretó un Estado de sitio que terminó en una represión que dejó un saldo de 38 muertos, cientos de heridos y 4000 detenidos en todo el país. En medio del caos y la violencia, De la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero. Para fines de 2001 la pobreza había alcanzado un histórico 54% y el desempleo afectaba al 25% de la población activa.

Tras su salida, le sucedieron cuatro presidentes en once días: Ramón PuertaAdolfo Rodríguez SaáEduardo Camaño y Eduardo Duhalde, que buscó estabilizar el país y terminar el mandato de radical.

El país estaba envuelto en un verdadero caos institucional y económico, con la imagen de la clase política por el piso y la gente pedía “que se vayan todos”. Para intentar calmar los ánimos, en especial la de los miles de ahorristas que tenían su plata atrapada en los bancos, Duhalde prometió que “el que depositó dólares, recibirá dólares”. Así lo dijo en su discurso de asunción, luego de que una Asamblea Legislativa lo designara presidente interino. 

Durante su gestión, confirmó la moratoria del pago de la deuda externa, liquidó la convertibilidad del peso y aplicó un ajuste fiscal demandado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Además, flexibilizó el corralito financiero y finalmente lo levantó. La gestión de emergencia no iba mal, el economista Roberto Lavagna hacía malabares. No alcanzó, el clima social era preocupante.

El 26 de junio de 2002, en medio de una feroz represión en el Puente Pueyrredón, caen asesinados por disparos de la policía Maximiliano Kosteki, de 22 años, y de Darío Santillán, de 21. Los dos crímenes conmocionaron a la sociedad y Duhalde decidió adelantar las elecciones y puso en marcha la búsqueda de un sucesor.

Tras intentos infructuosos con Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, el bonaerense terminó yendo a buscar al gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Hacía meses que el patagónico venía mostrándose ante las cámaras como una opción de renovación dentro del peronismo. Finalmente, cuando fue bendecido por Duhalde, no le quedó más que convencerse: con el apoyo del oficialismo tenía una difícil pero factible oportunidad de ganar.

En las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, en un escenario ultra atomizado, el candidato del Frente para la Victoria (una de las tantas agrupaciones que presentó el peronismo en las urnas) salió en segundo lugar con el 22,25% de los votos, detrás del expresidente Carlos Menem, quien obtuvo el 24,45%. El riojano arrastraba un fuerte descrédito social por las consecuencias de una crisis que tuvo como origen las políticas neoliberales de los 90, por lo que en una segunda vuelta: cualquier candidato podía capitalizar el rechazo a su figura. Sin chances, Menem desistió de presentarse en la segunda vuelta y Kirchner se convirtió automáticamente en el presidente electo.

Bautismo. Con un tajo en la frente, Néstor Kirchner continuó su marcha para saludar a la gente camino a la Casa Rosada.

Nace una esperanza

Ese fue el título de otra portada histórica de GENTE. “La emoción del nuevo mandatario y su familia. Lo que nadie vio de la ceremonia de asunción. La charla con Fidel Castro”, adelantaban sus cronistas en la misma tapa.

“Cómo hubiera deseado que tu padre te hubiera visto”, fue lo primero que le dijo cuando lo vio su madre por primera vez como presidente electo. Ahora, María Juana Ostoic no iba a quedarse a ver por televisión, en su cómoda casa de Río Gallegos, como su hijo era ungido presidente. Afuera hacía mucho frío y en esas épocas del año los vuelos son un bingo de reprogramaciones y cancelaciones por el clima. Pero ella insistió. Se abrigó y ayudada por su bastón, a sus 81 años, se tomó un avión para aplaudir con orgullo desde la primera fila. 

Fue un 25 de mayo diferente. Las escarapelas y las banderas de la tradicional fiesta patria engalanaban, casi por casualidad, la asunción de Néstor Kirchner. Un halo de esperanza recorría el país, está vez llegaba desde el sur, tierra de patagones, exploradores, aventureros, puertos y montañas. A las 14.54 de ese día, el abogado santacruceño de 53 años se convirtió en el quincuagésimo segundo presidente de los argentinos, el primero del siglo en ser elegido por las urnas, y el primero en recibir los atributos de mando en el Congreso. Tal vez otra señal del inicio de una nueva era.

—Estoy emocionada. Jamás imaginé que estaría viviendo este momento. Créanme que mi hijo será un presidente con ganas de cumplir con lo que se propuso. Aunque es un trago difícil. — dijo doña María Juana.

—¿Podrá? — preguntó el cronista de GENTE.

—Mire… Como le dije, si lo pensamos bien, es muy difícil. Pero con la voluntad que tiene, va a salir adelante.

—¿Qué le dijo a su hijo?

—No me va a creer, pero todavía no pude darle un beso.  

El engranaje del universo es tan complejo como misterioso, pero siempre lanza señales, muchas veces imperceptibles. Signos, detalles, minutas, que trazan una línea de puntos cuya imagen se ve mucho más nítida con el paso del tiempo. María había sentido el “trago difícil” que estaba por tomar su hijo.

Familia presidencial. Cristina Fernández en primera fila junto a su madre Ofelia, su suegra María Juana, y sus hijos Máximo y Florencia, entre familiares y Karina Rabolini.

El discurso que marcó una era

Néstor Kirchner juró como presidente de la Nación con el compromiso explícito de liderar un “profundo cambio cultural y moral” que ponga fin a la más grave crisis económica e institucional de la historia argentina. Lo dijo tres veces durante los 48 minutos que le llevó leer su discurso de asunción en una ceremonia de traspaso de mando atípica, celebrada por primera vez en el Congreso, con la asistencia de 12 jefes de Estado latinoamericanos y el heredero del trono de España.

Veinte años después de aquel día –incluso a cuarenta años del regreso a la democracia–, algunos tramos del discurso con el que Kirchner inauguró su gobierno, bien se los podría utilizar hoy mismo y nadie lo notaría. Una vez más observamos como si el tiempo se hubiese frenado:

  • “Nos planteamos construir prácticas colectivas de cooperación que superen los discursos individuales de oposición. En los países civilizados con democracias de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten cooperando. Por eso los convocamos a inventar el futuro”.
  • “Venimos desde el Sur del mundo y queremos fijar, junto a ustedes, los argentinos, prioridades nacionales y construir políticas de Estado a largo plazo para de esa manera crear futuro y generar tranquilidad”.
  • “Para poder tener futuro y no repetir nuestro pasado, necesitamos enfrentar con plenitud el desafío del cambio. Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, esta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro”.
  • “Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin pausas, pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras ni en genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir; se trata de sumar cambios, no de dividir. Cambiar importa aprovechar las diversidades sin anularlas”.
  • “Ningún dirigente, ningún gobernante, por más capaz que sea, puede cambiar las cosas si no hay una ciudadanía dispuesta a participar activamente de ese cambio”.
Discurso histórico. Néstor Kirchner y Daniel Scioli en el recinto de la Cámara de Diputados el 25 de mayo de 2003.

Los últimos párrafos de su discurso fueron los más aplaudidos y, con el tiempo, pasaron a componer parte del ideario kirchnerista, lo que sus opositores llamaron “relato”. Sea como fuere, esas líneas marcarían el inicio de una década de discusiones y aprendizajes. 

  • “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. 
  • “No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo”.
  • “No he pedido ni solicitaré cheques en blanco. Vengo, en cambio, a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos”.
  • “Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo”.
El comandante. Fidel Castro y Néstor Kirchner, junto a Chávez, Lula, y Evo Morales, marcaron el rumbo de la nueva izquierda latinoamericana.

Fotos de época

Las fotografías de los reporteros gráficos de GENTE muestran un momento donde los progresismos y las izquierdas moderadas acordaban acciones conjuntas para frenar esa corriente neoliberal que venía marcando el paso de las nuevas democracias en Latinoamérica. Allí estaban el comandante Fidel CastroHugo Chávez, que regalaba Constituciones de Venezuela, y el brasileño Luis Inácio Lula Da Silva. Todo un signo de época.

El discurso de Kirchner es patriótico. Eso hay que repetirlo en todas partes, ahora, es el discurso de un nuevo modelo, así lo entiendo yo y todos los patriotas latinoamericanos. — aseguró Chávez, el militar que a través del voto popular llegó al Palacio Miraflores para llevar la “revolución bolivariana” con pañuelos rojos al cuello y la caja de una de las principales reservas de petróleo del mundo.

Le dije al presidente Kirchner que el comandante Fidel Castro está a sus órdenes. — dijo más tarde el cubano.

Aquel día, casi en secreto, Lula le contó a Chávez que volvía a Brasil apenas termine el acto de asunción. Tenía una misión especial, el pedido de un amigo. Iba a sacar al saliente presidente y a su esposa Chiche Duhalde del país, casi a hurtadillas. El bonaerense, el hombre que había timoneado la peor crisis que sufrió el país desde el inicio de la democracia, quería ir a pescar. Veinte días lejos de la soledad del mando.

Así se lo confesó al oído al líder bolivariano, mientras todos prestaban atención al hombre del momento. “Mira, podemos reunirnos e ir a pescar, como quiere Duhalde”, bromeó el venezolano, con un cronista de GENTE al lado. 

Tres horas después, Duhalde ya se encontraba en vuelo a Brasil junto con el presidente Lula. No vio la entrada de Kirchner en la Casa Rosada ni la jura de los ministros y de los principales secretarios de Estado.

La era K. El matrimonio Kirchner en el despacho presidencial el día que asumió Néstor. Nacía el Kirchnerismo, la fuerza transversal de centro izquierda que dirigiría el país durante casi dos décadas.

Indicios de un nuevo modelo de conducción 

Los encargados de su custodia quedaron desorientados desde el principio. No los escuchaba y había roto todos los protocolos. Néstor Kirchner estaba eufórico, avanzaba con sus mocasines por su propio camino. Eludió al director General de Ceremonial, esquivó a sus custodios y a una manda de periodistas como si estuviese por huir. Frente a las escalinatas, antes de cruzar el umbral de Casa Rosada por primera vez como presidente, con banda y bastón en mano, se abalanzó sobre el ballado para saludar a la gente.

Durante la escaramuza un reportero gráfico lo golpeó en la frente con la lente de la cámara fotográfica, sobre el ojo izquierdo. El tajo se veía con claridad y un hilo de sangre bajaba hacia su tabique, al principio no lo notó, continuó su marcha a los besos y abrazos. Un pañuelo de bolsillo, blanco de bordes rectos azules y celestes, sirvió para secarse. Luis Buonomo, santacruceño y médico de confianza de la familia Kirchner, lo atendió una vez que ingresó a Casa de Gobierno. Un poco de La gotita y un pequeño apósito, que sólo se podía advertir de cerca, fueron suficientes.

Así comenzaba a dar sus primeros pasos el nuevo gobierno, frente a un país que seguía con la deuda externa al cuello y con una pobreza que se asemejaba a la que había dejado la macabra dictadura. A fin de cuentas, los argentinos atravesaron peores tiempos y habían aprendido a levantarse y sacudirse.

La ceremonia de los ministros, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, fue un colorido vitral que apenas servía para tener algunas pinceladas de lo que sería el nuevo gabinete. Un nuevo modelo de conducción.

Kirchner no volvió a utilizar la Bic negra que tenía en el Congreso. El economista Roberto Lavagna, que volvía a hacerse cargo del Palacio de Hacienda, se olvidó de firmar el acta y el escribano Natalio Etchegaray lo tuvo que perseguir, entre las risas de quienes notaron la situación, había más de trecientos cincuenta invitados. A Carlos Zannini le sucedió lo mismo, y el presidente lo retó: “Empezó mal, se olvida y va a ser el secretario Legal y Técnico”.

Era un clima de festejo, ni el exgobernador de Santa Cruz sabía muy bien dónde estaba parado. Al finalizar un breve discurso, tras la jura de su primera línea de gobierno, saludó a sus “colegas gobernadores”. Pocos se dieron cuenta, él sí. “Perdón, me equivoqué, es que todavía no me acostumbro a ser presidente”, se corrigió al volver a acercarse al micrófono e interrumpir al locutor oficial que indicaba el cierre de transmisión.

Dos presidentes. Néstor Kirchner le toma juramento a su jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien dieciséis años se transformaría en presidente.

Luego de tomar juramento a su gabinete, Néstor y la primera dama y senadora Cristina Fernández subieron las escalinatas de mármol que conducen al despacho presidencial. Florencia fue la encargada de llevar el bastón del padre. Después de abrazar a su hija junto al sillón de Rivadavia, tomó un vaso de agua mineral. 

A esa hora, una pequeña muchedumbre lo rodeaba. “Vamos, quiero ir al balcón a saludar a la gente, vamos, vamos al balcón”, dijo emocionado. Pareciera ser que observar la Plaza de Mayo repleta de gente esperanzada, es una tentación irresistible para todo hombre o mujer que alcance la cima del poder político del país. No serán más de quince metros, pero toda una odisea para un político profesional.

En ese mismo balcón, un hombre de traje y prolijos bigotes negros estaba pálido. Sólo movió sus gruesos labios para decir: “No puedo creer que estamos acá”. Era un operador político del PJ porteño que había ayudado a Kirchner a llegar a la presidencia y que fue premiado con el poderoso cargo de jefe de Gabinete, su nombre es Alberto Fernández. A su lado estaba Miguel Núñez, el vocero del nuevo gobierno, una persona de pocas palabras, y Daniel Muñoz, el fiel secretario privado que llegó del sur para seguir a las órdenes. El vicepresidente Daniel Scioli y su esposa la modelo Karina Rabolini, también fueron testigos de ese momento histórico.

El balcón de la esperanza. Néstor no se resistió y pidió salir al balcón. A su lado su hija Florencia y Cristina. También estaban Daniel Scioli y Karina Rabolini.

“Olé, olé, olé, Lupo, Lupo”, coreaba la multitud y sus ojos se llenaron de lágrimas, su esposa lo abrazó junto a Florencia. Así le dicen a Kirchner en Santa Cruz, por su parecido con el personaje de historietas Lúpin. Más tarde, sobre la explanada, mientras caminaba hacia la Catedral para asistir al Tedéum donde lo esperaba el arzobispo de Buenos Aires, cardenal jesuita Jorge Bergoglio, Néstor Kirchner le dijo a GENTE: “Saludar desde el balcón fue una emoción y un compromiso”.

Entrada la noche, durante su homilía, el primado de la Argentina hizo un fuerte llamado a la sensibilidad social. “Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos. Todos debemos ponernos la patria al hombro porque los tiempos se acortan”, sostuvo Bergoglio.

El Palacio San Martín fue la última escala oficial para Kirchner. Allí lo esperaban las delegaciones extranjeras. Había sido un día intenso. Minutos antes de medianoche, el flamante mandatario llegó a su departamento de Recoleta, en Uruguay y Juncal. Estaba sonriente, pleno, con la banda puesta y las llaves en mano, con un llavero con el logo de del whisky J&B. Lo acompañaba la primera dama, y Muñoz, que custodiaba el bastón de mando. Quien decidió estirar un poco más la inolvidable jornada fue Máximo, que, tras darle un beso a su padre, partió junto a su novia y su custodia en un taxi. Una nueva historia estaba por comenzar, Argentina seguía construyendo su democracia.

Idea y producción: Leo Ibáñez
Edición de video: Miranda Lucena
Guion y voz: Camila Bisceglia
Recopilación de Archivo Grupo Atlántida: Mónica Banyik

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