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Y el dance copó Buenos Aires

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Duró quince horas. Veinticinco mil personas se embarraron sobre el césped del Hipódromo de San Isidro. ¿El motivo? Creamfields había llegado a la Argentina.

El recorrido estándar fue más o menos así: cruzar la puerta de la avenida Del Libertador, desandar los 300 metros de pavimento hasta la zona del Chill Out y las carpitas Buen Día (el lugar más relajado del festival, donde se combinaron la música electrónica y distintas rarezas gastronómicas), hundirse en el barro enchastrado por los pies de todos, detenerse un instante frente Outdoor Stage (único escenario al aire libre), seguir camino, escuchar el beat que salía de la carpa Bugged Out, pasar por los stands de bebidas y meterse de lleno en la Cream Arena
(la carpa más ardiente y febril) para ponerse a rebotar a lo largo de toda la tarde, toda la noche y toda la madrugada.

Por dentro, entonces, todo era calor, baile frenético, agua, manos arriba, saltos interminables, agua, gritos de euforia, revoleo de remeras, agua, ritmo, agua. La Cream Arena hizo su primera explosión con el set (presentación) del DJ argentino Diego Ro-K. Fue una muestra de lo que vendría. A las 20:15, cuando Danny Rampling se puso detrás de las bandejas, las 8 mil personas que llenaban la carpa subieron la temperatura de la fiesta. La seguidilla de Satoshi Tommie, Paul Oakenfold, Hernán Cattáneo y Dave Seaman, entre las diez y las seis, fue un huracán imparable con el pum pum pum que provoca el dance (así se llama esta clase de música, hecha de mezclas y sonidos que se repiten como una infinita base rítmica).

El mapa de estilos y raros peinados nuevos podría describirse como un cruce de modernos, cools, rockeros setentistas, look disco y gente muy casual, con un touch de ravers (una especie de hippies pero electrónicos) disfrazados con colores flúo, antenitas en la cabeza o alitas en las espaldas, como ángeles de juguete. Valían las camisetas del fútbol europeo, las remeras con luces en el pecho, las zapatillas con plataforma y, como instrumentos de un fetichismo aniñado, pistolas de agua, espadas de juguete y tubitos fluorescentes.

En el Outdoor Stage, el set de los argentinos Audio Perú, y luego el de Way Out West y Circulation, fueron los momentos cumbre. En The Boutique, Zuker y Howie B eran los más esperados. En la carpa VIP, mientras la producción de pizzetas y empanadas estaba en alza absoluta, algunas caras reconocibles se cruzaban sobre el barro. Paola Krum llegó después de la medianoche, Juan Castro charlaba animado con su amigo (Juan, igual que él). Sol Acuña, Dolores Trull, Carolina Fal y Matías Martin (siempre solito) también estuvieron ahí. 

Pasadas las seis, la música le dejó abruptamente su reinado al silencio. Se vieron sonrisas cansadas, alguna bronca masticada por la ausencia de Saint Germain (una de las estrellas que pegó el faltazo), y el barro que subía por las piernas agotadas. Terminó Creamfields. Pero sólo hasta el próximo pum pum pum.

La carpa Cream Arena a full, con casi 8 mil personas. El dance comenzó el sábado a las 15 y terminó a las 6 de la mañana del domingo. Una noche con todos los looks y toda la música. Entre los DJ, sobresalió el argentino Hernán Cattáneo.

La carpa Cream Arena a full, con casi 8 mil personas. El dance comenzó el sábado a las 15 y terminó a las 6 de la mañana del domingo. Una noche con todos los looks y toda la música. Entre los DJ, sobresalió el argentino Hernán Cattáneo.

Daniel Rossi, Juan Cruz Bordeau, Carolina Fal, Javier Lúquez y Dolores Fonzi.

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Juan Castro y Juan, su amigo.

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