Moria no admite análisis de ningún tipo. Sin embargo, basta que un periodista llegue a su vida con un grabador, dispuesto a escucharla y sacarle algunos temas, para que se auto-estudie, auto-critique y auto-justifique sin demasiadas vueltas. Aquí, el ejemplo concreto del último sábado en su casa de Parque Leloir –su spa, como ella la llama–.
–Se te ve muy bien. ¿Cómo estás?
–Fantástica. Feliz con el teatro (por sexto año consecutivo comparte cartel con Nito Artaza, ahora en el escenario del Broadway con El fondo puede esperar) y la radio (desde hace un mes conduce Salí del medio, de 17 a 20 horas por la Nueve 50, ex radio Belgrano). A mí la actividad me rejuvenece. El trabajo funciona como un lifting natural sobre mi cuerpo. Los médicos se sorprenden, porque soy la única mujer que después del climaterio, en lugar de engordar como una vaca, se “jibarizó”. Buscá una foto mía de los ochenta y comprobálo: hoy tengo la mitad de caderas, de cintura, de todo… Yo sé gastar muy bien la energía. Pensá que a las ocho de la noche salgo de la radio, a las nueve en punto entro a escena, y en el medio viajo, hago mi rutina de gimnasia (abdominales, sentadillas, brazos con pesas) en el penthouse que me armó Nito a dos pisos de altura para hacer mi trabajo aeróbico bajando y subiendo las escaleras, me maquillo sola (“dos trazos negros en los ojos, rubor en los pómulos y mucho lápiz labial, para que se me vea la boca hasta en la última fila”), peluca, ropa y ¡afuera!
–¿Y en la vida? Sola, se comenta.
–Sí, sola después de mucho tiempo. Porque yo soy la Liz Taylor argentina –lo digo por la cantidad de parejas con las que conviví, no porque la tenga de referente–. Desde los 16 años que si no es uno, es otro, pero siempre estoy con alguien, con un señor que me entretenga. Ahora corté con Luciano Garbellano, aunque para algún touch and go a veces nos vemos. Pero por primera vez en mucho tiempo quiero estar así, sin nadie a mi lado. En realidad, si lo analizo en profundidad, siempre estuve sola. Porque hombres tuve cientos, pero ningún gran amor.
–¿Qué papel juega hoy Xavier Ferrer Vázquez, tu ex, que te fue a buscar al teatro?
–El del papelonero eterno. La única relación que tengo hoy con ese señor es a través de mis abogados. Yo no sé por qué los tipos no se bancan que los deje. Se vuelven como locos, no saben qué hacer de su vida. Jamás me dejaron, todas las relaciones las corté yo. Tampoco sé qué es salir de levante. Nunca tuve que buscar un tipo, porque desde que tengo 14 años que los tipos vienen a mí . Y si me gustan, les doy lugar. Pero no tengo un target definido de hombre. De hecho, últimamente me vienen gustando los que son medio border, esos que tienen su cuota de psicópatas. Conmigo tiene las mismas chances un empresario que un cartonero. No descartes que mañana salga de casa y me enamore perdidamente del chico de la basura. Soy muy accesible para ser diva. Creo que eso, justamente, es lo que los descoloca. Se me acercan con cierto miedo y cuando ven que soy cero rebuscada, de golpe se vampirizan, confunden todo y se transforman en la estrella que ni yo soy. Imagináte: ni yo me creo Moria, ¿cómo se la van a creer ellos? Ahí es cuando me harto, cuando descubro que ya no tengo un hombre al lado y los invito a retirarse.
–¿Por qué los abogados?
–No quiero dar detalles de eso. Sólo te puedo reconocer que los hombres me hicieron perder mucha plata, pero la culpa la tengo yo, por delegar en gente inepta. No me victimizo: si me equivoqué, me la banco. En la vida hay que pagar las consecuencias. Y acá estoy: con abogados, denuncias penales, pidiéndole a la ley que me proteja. Mientras tanto sigo trabajando, prosperando; no me voy a quedar llorando… Yo todo lo que hago, lo hago por ser auténtica. Si le doy a un señor mis cuentas para que maneje algunas cosas, lo hago porque soy generosa y confío. Puedo perdonar cualquier error, pero no soporto cuando la torpeza mental del otro te subestima, cuando te desilusionan.
–Se sabe que él anda llorando por los pasillos, pidiéndote disculpas, queriendo volver.
–Cuando cierro una puerta no la abro más. No sé por qué insiste, si ya lo sabe. No sé qué diablos provoco en los hombres que se deslumbran, me aman apasionadamente y de golpe se comen el personaje de Morios y pierden su condición de hombres. Pero es problema de ellos, no mío.
–Vos les das lugar.
–Yo les doy tratamiento de Rey. Debo ser una de las pocas divas que no considera títeres a los hombres que tiene a su lado, que les da su lugar de hombres. Pero parece que no están preparados para recibir tanto, se descolocan y enloquecen. No están acostumbrados a la fama y la notoriedad, entonces, cuando los dejás, no saben cómo manejarse… A mí me aburren los tipos sin personalidad. Cuando se convierten en divos, me abro.
–¿Y vos qué esperás recibir?
–Yo nunca espero nada de nadie. A esta altura de mi vida, si me preguntás qué tiene que tener un tipo para conquistarme, no tengo ni la menor idea… Nunca pido que sea alto, buen mozo, millonario, inteligente… Nunca. Tiene que fluir la relación, la atracción. Me tiene que copar, despertar interés y punto. No soy demasiado exquisita. Al contrario, soy demasiado accesible y tengo el sí fácil…
–Quizás ése sea el problema.
–¿Problema? Cuando un señor empieza a ser un problema deja de estar conmigo. Te decía que soy como Liz Taylor, pero me contaron que ella pidió ser enterrada junto a Richard Burton, el gran amor de su vida. Yo, en cambio, nunca podría pedir algo así, porque nunca tuve un gran amor. El gran amor de mi vida soy yo. Y mi hija, claro, que es una parte mía.
–Tu hija terminó de independizarse. ¿No te da miedo la soledad?
–Sí, Sofi se fue de casa hace dos años, pero no me siento sola, porque tengo un gran diálogo conmigo y mucha paz interior. Además, no duro mucho sin un hombre al lado. No sé qué pasa, pero siempre termino enganchada con alguien. Y nunca me siento sola. Jamás tuve tristeza, soy un ser gozoso que celebra la vida, esté acompañada o no.
–Moria, pero cuando llegás a tu casa, con ganas de hablar y no hay nadie…
–Yo llego a casa para dormir. Y cuando despierto al otro día me encuentro en un spa: acá tengo mi piscina climatizada, mi parque, mis perros, mis libros, invito amigos a comer asados…
–Imposible sacarte del personaje, ¿no?
–Es que no tengo personajes, soy auténtica. Yo no te voy a negar que pasé cosas jodidas, pero como minimizo, canalizo a destiempo. El otro día me invitaron al programa Habitación 414, y por primera vez en mi vida pude llorar la muerte del padre de mi hija. Había una foto de los tres juntos, cuando Sofía era chica y empecé a llorar a Castiglione como nunca antes en mi vida. ¿Qué loco, no?
–¿Qué anhelabas?
–Nada, pero me emocionó vernos, saber que me dio a Sofi, lo más importante de mi vida. Después lloré a mi vieja, que ni tiempo había tenido, porque la enterré una mañana y esa misma noche estaba haciendo mi función de teatro. Para los artistas el teatro es nuestro techo, nuestro amante, nuestro protector, nuestro confidente. Con mis amigos no hablo del pasado, como mucho nos contamos lo que hicimos ayer.
–¿No será que creás relaciones algo frívolas?
–Para nada. Son divinos. Nos contamos las pálidas y todo eso, pero los únicos que vienen a remover mi pasado son siempre ustedes. Con Sofía estamos en una etapa de catarsis familiar. Yo me desahogo con la prensa y ella a través de la actuación. El otro día la vi llorar en una escena que hizo para El tiempo no para y me emocionó, porque sabía que lloraba con sentimiento. Ella está encontrando en la familia de ficción, la familia que no tuvo, porque está como muy hijita de Nacha Guevara, reencontrándose con su papá que es Boy Olmi…
–¿Cuánta culpa te da reconocer que fuiste una madre ausente?
–¿Culpa? Ninguna. Yo la dejé mucho sola y no tengo ninguna culpa. Nunca le miré un cuaderno, nunca la llevé ni la fui a buscar al colegio y gracias a eso no me quedó ningún síndrome de madre, porque no le paso ninguna factura.
–¿Y vos cuántas estás pagando?
–Ninguna. Su primer día de kinder la llevó la mucama y fue la única chiquita que no lloró. ¿A qué hora eran las fiestas infantiles del 25 de Mayo? A las ocho de la mañana: yo me acostaba a las cuatro para que ella tenga una vida divina, ¡no me iba a levantar a las siete para verla vestida de mazamorrera! Y lo entendió así. De hecho, a los 16 le di una extensión de mi tarjeta de crédito y nunca hizo desastres: es una excelente ecónoma.
–¿Qué opina de lo que te está pasando hoy?
–Ella dice que yo puedo hacer lo que quiera de mi vida, pero me pide que no mezcle más mis relaciones con mi economía, porque siempre termino perdiendo. Y tiene razón. Hoy Sofía me pone los límites que yo no le puse. De la noche a la mañana se convirtió en mi mamá, me aconseja, me reta… He creado un monstruo del que estoy muy orgullosa. Le di soga para saltar, pero no para que se ahorque, y lo entendió muy bien: jamás dilapidó ni el dinero ni la libertad. Le había prometido comprarle una casa y cuando pasó todo esto se me plantó y me dijo: “Me la comprás ahora. Gastá la guita en asegurarme un futuro económico antes de perderla en otro hombre”. Tenía razón, y se la compré. Me hizo un cuarto para mí, escenografiado y todo, pero no me dio las llaves. Me pone muy bien los puntos. “Vení cuando quieras, pero antes llamás para ver si puedo recibirte”, me dice (carcajadas). Es tremenda. Y, tiene a quién salir…
–Qué raro, no veo fotos en tu casa…
–No tengo. Si me piden fotos de cuando nació Sofía, las tienen que ir a buscar a los archivos de las editoriales. No guardo nada. Soy cero recuerdo. Es más, me dan impresión: siento que estás muerto, que quedaste atrapado en ese instante en que el fotógrafo apretó el gatillo. Es horrible, no hay acción, no hay futuro en los retratos. Sólo tengo en mi camarín, ahí sí las permito. Me gusta ver a la gente que quiero antes de enfrentarme a un público desconocido. Pero en casa no hay ni una.
–¿Vas a reconocer algún día que te gustaría encontrar a tu Richard Burton?
–¿Encontrar? Yo no busco, te dije: los hombres vienen a mí. Si aparece un señor interesante, será bienvenido. Soy una mujer que vive grandes pasiones...
–Pero hablo de amor, Moria.
–No lo quiero descartar, porque soy muy mutante y todo en mí puede pasar. Hoy, no me imagino enamorada de nadie.
Desde los 16 años estuvo siempre en pareja. Hoy elige disfrutar su soledad. “Algún touch una siempre tiene, pero nada de meter hombres en mi casa por un tiempo”, se jura Moria hoy.
“Conmigo tiene las mismas chances un empresario que un cartonero. No descartes que mañana salga de casa y me enamore perdidamente del chico de la basura. Soy muy accesible para ser diva”
“Los hombres me hicieron perder mucha plata, pero la culpa la tengo yo, por delegar en gente inepta. No me victimizo: si me equivoqué, me la banco. En la vida hay que pagar las consecuencias”