A un año de su muerte, la hija de Juan María Traverso revela cómo era el padre detrás de la leyenda: "Cuando se bajó del auto empezó a disfrutar de verdad” – GENTE Online
 

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A un año de su muerte, la hija de Juan María Traverso revela cómo era el padre detrás de la leyenda: "Cuando se bajó del auto empezó a disfrutar de verdad”

Juan María Traverso
Fue uno de los pilotos más exitosos del automovilismo argentino y dedicó su vida al deporte. Su hija Paula cuenta qué pasó con él cuando se alejó de las pistas.
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Durante más de cuatro décadas al volante, Juan María Traverso acumuló miles de fanáticos -y también algunos detractores- que conocieron cada detalle de su campaña deportiva. Supieron de sus récords, de sus hazañas en la pista, de sus declaraciones punzantes que aún resuenan en el archivo del automovilismo argentino. Pero lo que muy pocos conocieron fue al Traverso padre, al hombre que también tenía miedo, ternura, silencios. Ese retrato íntimo y conmovedor emerge hoy, al cumplirse un año de su partida, gracias a su hija mayor, Paula, que se anima a correr el velo para mostrarnos al Flaco más humano de todos.

Juan María Traverso
Paula en pony junto a sus padres Juan María y Susana.

“Es rara esa pregunta, nunca me la habían hecho”, dice ella cuando GENTE le consulta cómo era Traverso como papá. “Era un padre como me imagino que le debe pasar a todos los hijos de corredores... le costaba estar presente físicamente. El desafío era estar presente desde otro lugar. Lo estuvo. Trascendía esa ausencia”.

Paula no necesita teorizar. Habla desde los recuerdos, desde los silencios y los gestos de un hombre que, a pesar de los podios y sus 16 títulos, nunca dejó de ser un tipo de carne y hueso. "Las veces que se enojaba de verdad, era silencioso. Ese silencio era lo que más te alertaba. Si no te daba mucha bolilla, ahí sabías que estaba enojado en serio", confiesa. No necesitaba levantar la voz. Bastaba una mirada o una frase corta para marcar un límite. A los gritos los reservaba para la pista, no para su casa.

En ese universo paralelo donde los domingos eran lunes -porque después de cada carrera, llegaba de madrugada y dormía hasta tarde-, las cenas familiares tenían un ritual inamovible: “Primero veía la carrera grabada. Era su ceremonia. Y después, sí, empezaba el descanso. Pero el lunes era nuestro domingo”.

Traverso
El Flaco Traverso en accion en su Chevy de TC.

Cuando era chica, Paula lo acompañaba a los autódromos. No tenía miedo. No había espacio para eso. “Mi papá ya corría cuando nací. Estar en el autódromo era que le vaya bien, que gane, que el equipo festeje. Era una sensación de familia, de equipo”, recuerda. Y hay algo que no olvida: el frío. “Me acuerdo de estar tiritando y que me ofrecieran una campera, algo para comer. Esa contención era lo primero que se sentía”.

Ese clima de camaradería, de mecánicos que eran tíos postizos, fue moldeando la infancia de Paula y la de sus hermanos Manuela y Juan Cruz. Pero también estaba la fama y, porqué no decirlo, la costumbre de Traverso de putear a Dios y María Santísima, porque como solía decir El Flaco “el insulto es acortar una idea”. Pero claro, a Paula era algo que la incomodaba demasiado, sobre todo cuando tenía que ir al colegio después de alguna exageración de su padre. “Un día le dije: 'basta, no podés hablar así en la tele, yo el lunes voy al colegio'”, recuerda entre risas, pero con una vergüenza intacta. “La directora me miraba… Y yo solo quería desaparecer”.

Juan María Traverso
Otra faceta del Flaco: amante de los deportes acuáticos.

Paula también recuerda con cariño sus épocas en los autódromos. Sentía frío, sí, pero también el calor de los mecánicos que le ofrecían una campera, un chocolate. Recuerda el olor del combustible, las voces graves, la emoción de un equipo que celebraba cada victoria como propia. No tenía miedo pese a que su padre volaba a toda velocidad. “Nunca tuve miedo de que le pasara algo. Tenía una confianza enorme en la seguridad, en los autos, en los circuitos. Y sobre todo, en él”.

Esa confianza se puso a prueba muchas veces. Como en Olavarría en 1998, cuando Traverso voló, dio varias vueltas, y se bajó del auto caminando como si nada. “Yo no lo vi en vivo. Me enteré después. Ya sabía que estaba bien. Aun así, fue impresionante. Pero él tenía algo... transmitía tranquilidad. Hasta en un trompo”.

Y sin embargo, el día más inesperado fue aquel en que no chocó, ni voló, ni gritó. Fue el día en que decidió retirarse, también en la pista olavarriense en 2005. “Nos enteramos por la televisión. Nadie lo sabía. Ni siquiera nosotros. Dijo que se despertó sin ganas de correr. Y listo. Así fue. De un día para otro”. No hubo discursos. No hubo épica. Hubo sorpresa, alivio, y esperanza. “Pensamos: ahora sí, lo vamos a tener más cerca”.

Juan María Traverso
La familia Traverso en pleno festejando el fin del año 1995, uno de los mejores en la campaña deportiva del Flaco.

Pero el Flaco nunca fue de quedarse quieto. Se metió de lleno en las charlas de seguridad vial, en los eventos con fanáticos, en la restauración de sus autos. Y allí, por fin, pudo disfrutar del cariño que antes no tenía tiempo de asimilar. “Antes estaba ensimismado. Toda su energía era para el auto, la carrera. No podía firmar una bandera, no podía parar a sacarse una foto. No era que no quería, era que no podía. Estaba en carrera. Cuando se bajó del auto, empezó a disfrutar de verdad”.

Como abuelo, fue otro hombre. Más tierno, más disponible. “Acompañaba a sus nietos al colegio, a la peluquería, a Temaikén”. Era el mismo Flaco, pero con otro ritmo. “Más presente. Más cariñoso”. Paula recuerda una anécdota inolvidable: “La directora del colegio donde inscribí a mi hija, que también era el mío, nos vio llegar y dijo: ‘Ahora que es abuelo, por fin lo voy a tener en el colegio’. Y así fue...”

El legado que dejó Juan María Traverso trasciende la pista. Es una marca emocional, colectiva. “Me ha pasado de abrazar a desconocidos que lloran conmigo. Algunos me dicen: ‘Se fue una parte de mi vida’. O peor aún: ‘Ahora sí perdí a mi papá, porque las carreras de él eran nuestro ritual’. Y ahí, termino consolando yo”.

Juan María Traverso
Otra imagen familiar de los Traverso. Aquí junto al padre del Flaco.

Entre tanto amor, hubo locuras también. Tatuajes con su firma, banderas con su rostro, cabras pintadas de violeta que luego terminaban en un asado, y hasta bolsas de verdura regaladas cada lunes por un fan incondicional. “Nos decía: ‘Esto es para mi ídolo’. No sabíamos ni qué hacer, más que agradecer”.

Paula no elude la emoción. Ni siquiera al final. Cuando le preguntan qué le diría a su papá hoy, si pudiera hablarle una vez más, no lo duda. “Le diría gracias. Por lo que nos dejó. Por este apellido que genera admiración. Un día, poco después de su fallecimiento, fui a lavar el auto y un chico me preguntó si era algo de Traverso. Empezaron a contarme anécdotas, a decirme cosas lindas. Me emocioné. Porque sé que dejó una buena huella. Una huella que sigue tocando a los demás. Y también a mí”.

A un año de su partida, Paula camina entre homenajes, recibe abrazos, escucha historias, y carga con un legado que no eligió, pero que honra con cada palabra. “Él me pedía que lo acompañara a todo. Era como su primera dama. Hoy, seguir yendo a esos homenajes es mi forma de devolverle todo lo que él me pidió. Es mi manera de seguir haciéndolo presente”.

Porque en algún rincón de cada autódromo, en cada relato compartido, en cada silencio que se hace más elocuente que mil palabras, el Flaco sigue ahí. No con el casco, sino con la mirada cálida. No como ídolo, sino como padre. El Traverso que no corría por puntos, sino por amor. Y esa, tal vez, fue su mejor victoria.

 
 

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